En la madrugada del primero de febrero de 2014 los vecinos de un exclusivo barrio del sur de Sidney llamaron angustiados a la policía al ver que un joven, muy alto y rubio, intentaba infructuosamente entrar en una camioneta ajena. Las alarmas del vehículo se encendieron y el ruido despertó a la gente que a esa hora dormía. Lo que llamó la atención de los vecinos del sector fue que, a pocos metros del lugar, estaba la imponente camioneta del joven atravesada en la mitad de la calle y con las puertas abiertas. ¿Qué sentido tenía abandonar un vehículo nuevo para robar uno mucho más viejo? ¿Se trataría de algún ladrón de bancos que en su huida desesperada intentaba cambiar de automóvil para despistar a sus perseguidores? Pero más extraño aún resultaba el comportamiento del muchacho, ya que tenía los ojos en blanco y no paraba de decir incoherencias.
Los agentes llegaron y no tardaron en identificar al presunto ladrón. Se trataba de Ian Thorpe, el torpedo humano, el nadador 11 veces campeón del mundo y ganador de nueve medallas olímpicas, entre ellas cinco preseas doradas, marca que en la historia sólo ha sido superada por el norteamericano Michael Phelps. Ídolo australiano, ejemplo para la juventud y símbolo sexual, poco quedaba ya del monumental atleta que había arrasado con las piscinas atenienses en la Olimpiada del 2004.
Había empezado a nadar a los nueve años, obligado por sus padres, el jardinero Ken Thorpe quien en su juventud llegó a ser toda una promesa del Cricket y la profesora de ciencias Margaret Crowe, quien jugara profesionalmente al Netball (Juego similar al Básquet). Alentados por el biotipo con el que había sido bendecido su hijo (Thorpe mide 1.91 y calza 54) lo metieron a la brava en una piscina, con la esperanza de que alguna vez se convirtiera en un deportista muy famoso y adinerado. “Comencé nadando con la cabeza por fuera porque era alérgico al cloro y a pesar de que muchas veces creí que me ahogaba, que no aguantaba más la insoportable picazón en los ojos, mis padres, que habían sido deportistas, me ayudaron a vencer mis temores y me concientizaron de que sólo con sacrificio se consiguen los resultados deseados” escribió el ex campeón en el polémico libro Este soy yo: Mi autobiografía publicado en 2012. Allí narra las exigencias a las que era sometido en los años en que un niño debe ser feliz, por parte del Instituto Australiano de Deporte, (AIS), una inhumana fábrica de campeones inspirada en los centros de alto rendimientos creados en la antigua Unión Soviética.
Las rutinas diarias le arrancaban la energía y la aelgría. A sus 12 años y con la mira puesta en destrozar a todos sus rivales, Thorpe se levantaba todos los días a las tres de la mañana para nadar 10 horas seguidas: con ese método a cualquiera se le quita la fobia por el cloro. Los resultados, como no, no tardarían en llegar. Thorpe a sus 14 años era una despiadada máquina submarina que había transformado sus portentosos pies en aletas y sus largos brazos en propulsores que lo ayudaban a avanzar tres metros por brazada. Se convertiría en el nadador más joven en integrar el equipo nacional de Australia.
Acá vale la pena aclarar que la natación y el cricket son los deportes nacionales de ese país, así que se podrán imaginar el orgullo que sintieron el jardinero y la maestra de escuela al ver que su pequeño Ian se transformaba en una potencial mina de oro.
En el mundial de Perth de 1998 sorprendió a propios y a extraños al ganar los 400 metros libres superando a curtidos campeones. Tenía 15 años y era el nadador más joven en obtener un título mundial individual.
Un año después, confirmó que era el niño prodigio por antonomasia y con apenas tres días de diferencia en el campeonato Pan Pacífico que se desarrollaba en Sidney, batió varias veces la marca mundial de los 400 metros, dejándola finalmente en 3 minutos, 41 segundos 83 milésimas y la de 200 metros la fijaría en 1 minuto 46,00 segundos.
En las olimpiadas de Sidney, con apenas 17 años, se colgaría varias medallas. El niño,creado para ganarlo todo, empezaba a quedarse sin ambición. La AIS te inculcaba el instinto de subir cualquier cima pero no te enseñaba a bajar de ella. Allí estaba el joven Ian Thorpe, sólo en el Everest de su éxito, sin nadie que le indicara el camino para volver. Era famoso y hacía lo que le viniera en gana. Su fiebre por los videojuegos la calmó comprándose todos los que había en el mercado, sus ganas de salir en Friends, su serie preferida, las sació haciendo un cameo en uno de los episodios y Giorgio Armani le hacía los trajes a la medida.
Adidas, Qantas, Telstra, Sony, Omega, lo contrataron para que fuera su imagen, Jay Leno lo había invitado a su programa al igual que George W. Bush a la Casa Blanca a ver la premiere de Could Mountain al lado de ese otro símbolo sexual australiano que es Nicole Kidman. Las muchachas de todo el mundo se volvían locas por el joven que había sido preparado para competir pero al que nadie le había dicho como era que tenía que vivir. Se acercaban las Olimpiadas de Atenas y Thorpe tenía encima la presión de superar lo hecho cuatro años antes.
Por eso, en la soledad del éxito decidió combatir su ansiedad con el alcohol. No eran grandes bacanales en donde las muchachas desnudas y voluptuosas iban a ser cubiertas por montañas de cocaína, no, lo de él era algo triste y desolador. Después de cada exhaustivo entrenamiento, se encerraba en el hotel y como no podía dormir, combatía su insomnio a punta de whisky y vodka. Muchas botellas vacías de Whisky y Vodka. Los rutilantes triunfos en Atenas ocultaron el declive espiritual del joven campeón. Se retira a los 22 años después de conseguirlo todo y en vez de estudiar algo en una universidad o empezar una carrera como modelo o actor, Torpey usa su tiempo libre para beber como si fuera un pececito.
"Cuando dejé la natación, cuando perdí la rutina de los entrenamientos cotidianos, había mañanas en las que no tenía ni fuerzas para levantarme de la cama. Ni fuerzas, un gran peso me oprimía el pecho, ni razones, sólo miedo de enfrentarme al mundo, a las tareas más banales” Escribe el nadador en su autobiografía. La AIS lo había convertido en un adicto a la competitividad. Quería volver pero estaba demasiado borracho para hacerlo.
Otra nube, mucho más negra que cualquier otra, apareció en el horizonte del campeón. Eran los insistentes rumores sobre su homosexualidad. Nunca se le conoció una novia estable y su estrecha relación con el nadador brasilero Daniel Mendez, amigo con el que viviría durante tres años, hicieron que los rumores crecieran hasta el punto de que hoy en día, a pesar de que Thorpe ha desmentido una y otra vez estas versiones, nadie pondría una mano en el fuego por su heterosexualidad.
¿Por qué, en una época en donde cada vez los prejuicios contra la homosexualidad son menores, Thorpe insiste en negar lo evidente? Al parecer en este mundo todos tienen derecho a salir del closet menos los militares y los deportistas. Existe un alto riesgo de que al admitir públicamente su homosexualidad el nadador pueda agravar su situación. El ejemplo está en Matthew Mitcham, otro hijo del AIS, clavadista, campeón olímpico en Pekín que se declaró gay, hecho que le costó el retiro de la totalidad de sus patrocinadores. Su sinceridad lo llevó a confesar después del fracaso de Londres 2012, donde el equipo de natación australiano no ganó una sola medalla, que por culpa de la ansiedad y la presión del durísimo entrenamiento, se había vuelto adicto a la metanfetamina. Australia entera le dio la espalda al deportista, había dejado de ser un héroe para convertirse en un maricón y en un drogata.
Un día, cansado de despertarse con la eterna resaca, Thorpe decide, cuatro años después de su retiro, volver a nadar. La idea era prepararse y estar competitivo para las olimpiadas de Londres. De un momento a otro el Torpedo Humano sintió que el sol volvía a brillar para él “La competición puede aumentar la presión, sí, pero cuando compito es cuando mejor puedo manejar la ansiedad y la depresión. Los peores días son los días normales (…) Encuentro una gran belleza y calma en la repetición de los entrenamientos, en sus ritmos, en sus rituales". La máquina volvía a activarse, pero se había oxidado y ya no era la misma. A pesar de sus esfuerzos, Thorpe no estuvo ni cerca del tiempo que le hubiera permitido volver a una olimpiada y si viajó a Londres fue para cubrir las justas deportivas como comentarista de televisión. Con la obsesión inoculada por el Instituto Australiano del Deporte, el nadador insistió en volver, en estar listo para Río 2016, pero no sólo no encontró el nivel sino que empezaron a aparecer las lesiones.
En el trimestre final del año pasado el campeón fue operado 14 veces de uno de sus hombros. En una de las intervenciones quirúrgicas adquirió dos infecciones que pueden causar potencialmente la muerte. El dolor que sentía era tan fuerte que la mezcla de una gran cantidad de tranquilizantes fue lo que lo llevó a perder temporalmente la razón el pasado primero de febrero.
Después de identificarlo como Ian Thorpe, la policía lo llevó a un hospital donde fue remitido a una clínica de reposo. De allí salió y siguió con el tratamiento, pero el pasado 4 de abril volvió a ingresar a la clínica, en estado grave y con su vida en riesgo. Uno de los virus contraídos es similar al Staphylococcus aureus resistente a la meticiina. Si su salud es precaria sus allegados insisten en que su cuadro depresivo empeora con el transcurrir de los días. Ya nunca más podrá combatir su ansiedad destrozando rivales en una piscina.
Mientras tanto el Instituto Australiano del Deporte recluta nuevos prospectos para convertirlos en campeones. Los padres, orgullosos y esperanzados, esperan, como aquel jardinero y esa maestra de escuela, que sus hijos se vuelvan famosos y ricos, a punta de brazadas, dolor e infelicidad.