Con la conformación de la coalición entre Marta Lucia Ramírez, Iván Duque y Alejandro Ordóñez, la derecha colombiana asume la unidad para escoger un candidato presidencial en las próximas elecciones de Congreso el 11 de marzo del año en curso, es decir dentro de un mes. Ahí no hay más vueltas que dar. Al candidato triunfador en la consulta se opondrá el otro representante de la derecha, Germán Vargas Lleras de “Cambio Radical”, que de cambio y de radical no tiene nada que no sea cambiar para que todo siga igual o mucho peor de lo que estamos en este momento. Vargas Lleras tiene la maquinaria, los contratos millonarios y la burocracia para mover los votos suficientes para llegar a la primera vuelta con la consigna de “todo vale” y luego seguir a la segundal.
Por el lado de la derecha uribista es bobada seguir desgastándose contra el manejo del miedo, el “castrochavismo”, la “entrega del país a las Farc” y todas las demás mentiras y “posverdades” que se inventarán en el transcurso de la campaña electoral.
Lo más preocupante para los sectores democráticos y progresistas es la división de la izquierda: ayer no más, cuando se tenía programado inscribir la coalición de Petro, Carlos Caicedo y Clara López, esta sacó el cuerpo diciendo que sin Fajardo y sin De la Calle era una tontería firmar el compromiso que venía promoviendo desde hacía un mes.
De tal manera que la situación se acaba de complicar pues a la actitud de Fajardo y De la Calle se suma ahora la posición de Clara López. No obstante las dificultades del proceso, la esperanza de la unidad no está perdida, todos los candidatos de la izquierda conservan la posibilidad de que después de las elecciones del once de marzo se puedan encontrar los caminos para llegar unidos a la primera vuelta.
De no ser así estamos abocados a cometer un grave error histórico que las nuevas generaciones tendrán que cargar sin tener ninguna culpa, condenadas por la vanidad de algunos dirigentes que no quieren bajarse de la nube de su ambición personal.
La división de la extrema derecha entre Vargas Lleras y el uribismo no es tan importante para los sectores democráticos porque al fin y al cabo ellos terminan uniéndose para salvar sus privilegios, pero la división de la izquierda sí es muy preocupante porque los que sufrirán las nefastas consecuencias de un gobierno autoritario y violento serán las grandes mayorías populares.
Por eso no hay que desestimar a aquellos que, en su “abundante escasez” de pensamiento, aseguran con la fe del carbonero que gane quien gane todo seguirá igual. No señor, ahora se está jugando el porvenir de Colombia. No es cualquier cosa lo que lo que se está barajando en estas elecciones.
Llegar solos a la primera vuelta va a depender de los resultados para el Congreso de cada una de las listas que están por la defensa e implementación de los acuerdos de paz y por crear los mecanismos institucionales que contribuyan a la lucha contra la corrupción. Es decir, va a depender de los resultados de las elecciones al congreso para poder defender la paz y organizar la lucha contra la corrupción, que entre otros aspectos será la almendra programática de la futura coalición parlamentaria si es que se elige una fracción mayoritaria que le permita al ejecutivo ejecutar el acuerdo de paz sin olvidar las otras reformas que están haciendo falta para transformar el país y sacarlo de la profunda crisis en que se está consumiendo.
Por eso como están las cosas nadie puede asegurar que uno de los candidatos de la izquierda pase a la segunda vuelta, de manera que no queda otro camino que llegar a un acuerdo para conformar “una coalición enorme”, como insiste De la Calle, o una “coalición progresista”, como dice Clara López, o “una coalición para salvar la paz”, como lo afirma Gustavo Petro; coalición que podría ser posible teniendo en cuenta los resultados electorales de las fuerzas progresistas, en las elecciones del 11 de marzo para Congreso de la República.
Así está planteado el problema de la construcción de la paz y de la democracia. No hay otra tabla de salvación. Mientras tanto la plutocracia autoritaria, mafiosa y criminal se frota las manos de la dicha, acariciando el sueño de la división de la izquierda como única posibilidad real que tiene de llegar al poder.
Por eso la trascendencia que tiene la unidad de los sectores progresistas para llegar al gobierno y empezar a construir la paz y la democracia. ¿Será que un sector de la clase dominante se va a cerrar de negro con la ultraderecha terrateniente, mafiosa y clerical, para impedir “a sangre y fuego” las reformas democráticas que está necesitando este país?
Guerra avisada no mata soldado, dice el refrán popular; pueda ser que el pueblo despierte de su letargo y la sentencia tenga vigencia en las próximas elecciones.