El denominado efecto Dunning-Kruger, dado a conocer en 1999 por Justin Kruger y David Dunning, suele definirse con frecuencia como un sesgo cognitivo por el el cual las personas con precaria habilidad o conocimientos adolecen de un efecto de superioridad ilusorio, considerándose más preparadas de lo que en realidad están, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real.
Por así decirlo, es algo así como un autoengaño como en el que incurre la reina bruja de Blancanieves por obra y gracia de su espejito mágico.
En el mundo universitario, tras retornar a las actividades presenciales hacia los últimos meses, se ha disparado sobremanera, lo cual podría acaso deberse a una distorsión de la realidad por obra y gracia de tantos confinamientos. En especial, tiene dos expresiones harto notorias por lo tragicómicas y paradójicas, cuyos nombres son "ideología de género" y "lenguaje inclusivo".
La paradoja respectiva radica en que, en principio, quienes han tenido el privilegio de adquirir educación universitaria no deberían caer en tamaños exabruptos, más propios de personas incultas y ágrafas. Sencillamente, no han caído en la cuenta de que ambas expresiones han nacido de la crisis misma de la izquierda, la cual ha renunciado desde hace tiempo al leitmotiv de la lucha de clases.
En el caso del "lenguaje inclusivo", resulta en extremo vergonzoso que los universitarios no hayan reparado en las reglas que rigen el funcionamiento del lenguaje propiamente dicho. Esto es, al decir, por ejemplo, la palabra todos, no hace falta en modo alguno hacer "precisiones" tales como "todos", "todas" y "todes" habida cuenta de que el vocablo todos no excluye a nadie en modo alguno.
Y, por el estilo, sucede con otras muchísimas palabras. Más bien, los corifeos y prosélitos del "lenguaje inclusivo" deberían tomar algunos buenos cursos con la Real Academia Española o el Instituto Cervantes. Al fin y al cabo, el lenguaje, el verdadero lenguaje, es la expresión por excelencia de las facultades mentales superiores. Sencillamente, quien lee, escribe y habla bien, piensa.
Por su parte, la "ideología de género" presupone de entrada un reduccionismo de tres al cuarto, que simplifica y empobrece sobremanera la comprensión misma de la realidad. Botón de muestra, una expresión tal como "violencia de género" carece de asidero en la realidad, como ha quedado demostrado con tozudez gracias al reciente juicio motivado por la demanda del actor Johnny Depp contra su exesposa, Amber Heard, ganado, por fortuna, por él. En otras palabras, quedó demostrado que la violencia no tiene género. Es la sempiterna condición humana.
Esto resulta todavía más irónico por cuanto la escritora Doris Lessing, recipiendaria del Premio Nobel de literatura en 2007 y una notable líder feminista, destacó en su momento que el feminismo no debía degenerar en una estéril e insensata lucha antihombres, sino que la humanidad debe caminar hombro con hombro con el fin de abordar y superar tantos y tantos problemas de envergadura que la aquejan. Entre tantos, el cambio climático y el inminente colapso civilizatorio.
En todo caso, los excesos son notorios en lo que a esto respecta en los mentideros universitarios. Para muestra un botón, el correo institucional de la Universidad Nacional de Colombia se mantiene plagado de mensajes institucionales instando, poco menos que presionando, al profesorado para suscribir manifiestos y tomar cursos al respecto.
En fin, por algo, este fenómeno se llama "ideología de género", lo cual sugiere una exigua base científica. Esto cabe apreciarlo bien en las agudas y lúcidas críticas hechas contra la ideología de marras por Roxana Kreimer en su canal de YouTube.
Para colmo, el "lenguaje inclusivo" ha terminado por contaminar sobremanera los documentos académicos. Tal es el caso de los documentos que se elaboran de cara a los procesos de acreditación de los programas curriculares, confiriéndole a los mismos un tono francamente hilarante ante la evidente falta de enjundia y sindéresis en los mismos.
Un par de lunes al mes, me toca soportar los exabruptos correspondientes en reuniones de profesores, aunque, pensándolo bien, tales reuniones han hecho bastante por el acrecentamiento de mi cultura, pues, cada vez que escuchó proferir sandeces a trochemoche a no pocos de mis colegas en esas reuniones, corro apresurado a leer luego un buen libro.
Bueno, todo lo dicho demuestra con creces que la universidad ya no es la inteligencia como institución, máxime ante la exacerbación del efecto Dunning-Kruger con expresiones como las antedichas. Entre otras que no faltan. Por lo demás, quienes nos sentimos bastante molestos con esta situación hemos de seguir trabajando con ahínco para promover la creación de zonas de inteligencia por fuera de los mentideros universitarios.