Un famoso productor de cine, un popular senador demócrata, el actual presidente norteamericano, un expresidente, un posible candidato presidencial del Partido Republicano, el emporio TED y hasta el magistral Congreso de los Estados Unidos.
Si echamos para atrás en el tiempo, podemos añadir a un importante director de empresa de transporte masivo, líderes de la banca internacional, periodistas, entrenadores de natación, de baloncesto y de fútbol. Famosos deportistas, cantantes y actores.
Todos vencidos por lo que hoy se conoce en Estados Unidos como una común y repetida cultura del acoso que pasaba desapercibida, era fácilmente permitida y protegida.
Pero algo cambió. No es solamente que las mujeres, aun sabiendo que ponen en riesgo su reputación, su carrera y en algunos casos extremos su vida hayan decidido denunciar.
Es que importantes medios de comunicación han resuelto por fin utilizar su poder y su alcance investigativo con seriedad para revelar la trascendencia de un mal que por años ha permeado sectores donde el poder y las influencias masculinas son el eje central.
Tanto el New York Times como el Newyorker y luego la BBC se han dado a la tarea de investigar caso a caso la avalancha de denuncias de mujeres que decidieron sacar de las sombras un comportamiento que por años ha utilizado el instinto sexual como mediador de relaciones laborales.
Tanto el New York Times como el Newyorker y luego la BBC
se han dado a la tarea de investigar caso a caso
la avalancha de denuncias de mujeres
Guardando las proporciones, lo que está sucediendo hoy con respecto a las denuncias de acoso sexual es tal vez comparable con el famoso escándalo revelado por el periódico The Boston Globe gracias al cual se comprobó que cientos de sacerdotes católicos usaban su cargo para abusar de niños y que la iglesia escondía los casos moviendo a los sacerdotes de lugar o pagando por el silencio de las víctimas.
La seriedad de las denuncias ha influido rápidamente en el diseño de leyes y políticas que por años se habían mantenido estáticas favoreciendo siempre a los hombres con poder que quieren aprovecharse de las mujeres o a las mismas mujeres que han utilizado sus dotes físicas para avanzar en su profesión.
Hoy se estudia en el Congreso norteamericano la posibilidad de que cuando se presenten estos casos el victimario no solo pague por su falta sino que la víctima no tenga que mantenerse en silencio una vez reciba la indemnización correspondiente.
Además, la presidencia de la Cámara como la del Senado anunciaron que volverán mandatario cursos sobre acoso sexual no solo para todo el personal sino para los representantes y senadores. Algo que se desprende de varios artículos que mencionan cómo legisladores han utilizado por años su influencia y poder para sostener encuentros sexuales con jóvenes que llegan al Capitolio ávidas de avanzar en sus carreras. Las mismas jóvenes, ojalá, pensarán ahora que sus dotes físicas no pueden ser utilizadas como trampolín en la escalera laboral.
Ojalá no se pierda el impulso. Falsas denuncias, vacíos legales en los casos expuestos, y errores en los procesos podrían viciar el movimiento y minimizar la severidad del acoso sexual. Incluso el desgaste de la misma información podría tener efectos negativos sobre la necesidad real de fortalecer los mecanismos que existen para la defensa de hombres y mujeres afectados por este tipo de comportamientos en el ambiente laboral.
Esperemos que no sea ese el caso. Al contrario. El ideal sería que la ola sea tan imponente y grande que cree un tsunami que abarque países como el nuestro en donde aún estamos en pañales en estos temas.
