Colombia, el país del sagrado corazón, el país de las empanaditas y los buñuelos, de la alegría desmedida y sobre todo, de la guerra. Esa es Colombia, un país en donde el derramamiento de sangre, las balas por doquier y el confrontamiento violento de ideologías siempre han sido los protagonistas.
El libro de la historia de Colombia contiene diversos capítulos de violencia siendo unos más crudos que otros. Todo comenzó con la guerra entre liberales y conservadores que desencadenó en la época de La Violencia. Miles de muertos más tarde, nos vimos ceñidos por más de medio siglo de conflicto armado con guerrillas, grupos paramilitares y bandas criminales. Pero todos esos años de terror que resultaron en más de 460.000 mil muertos y millones de desplazados no significaron nada, porque al fin y al cabo somos uno de los países más felices del mundo, ¿o no?
Bueno, resulta que la felicidad es relativa. La mayoría de los colombianos se sienten felices porque se han acostumbrado al abuso de las élites, a la inequidad absurda y al conforto del miserable jornal del día a día. No obstante, el colombiano del común está saliendo de su zona de confort, y sin querer ser tan positivista, me aliento a decir que es probable que el cambió de rumbo esté más cerca que nunca. Después de un polémico proceso de paz, que bien o mal ayudó a reducir las estadísticas de los muertos del conflicto, grotescos casos de corrupción salieron a la luz revelando lo que todos ya sabíamos, la guerra estaba encubriendo un robo continuo y sistemático por parte de políticos y empresarios “respetables”.
El próximo año se vienen las elecciones legislativas y presidenciales de Colombia en las que serán elegidas las personas que aprobarán las leyes por los próximos 4 años. El sentimiento que se respira en todos lados es positivo. Esto se ve reflejado en que la mayoría de los candidatos han pasado la página de la violencia y han comenzado a formular sus campañas basándose en premisas como la lucha contra la corrupción y el clientelismo, el desempleo, la educación, el desarrollo del agro, la potencialización de la industria, entre otros.
También están los que siguen con las propuestas fundamentadas en el miedo y la guerra, aquellos que insisten en prolongar este medio siglo de matanzas. Claro, es que medio siglo es muy poco para ellos. Y qué decir de los que quieren adoctrinar y gobernar a partir del fanatismo ideológico o religioso, aquellos que queman libros al mejor estilo nazi. Bueno, estos personajes poco apoco se diluyen en el escenario político porque los colombianos han entendido que el fin de la guerra no se logra con más violencia y sí combatiendo los orígenes de la misma, obviamente lidiando con las enfermedades enraizadas en nuestra sociedad como lo son el narcotráfico y la extorsión. Sin duda alguna, aunque sea prematuro hacer alguna afirmación, ya se comienzan a sentir los vientos de cambio.
