No sé bien quién fue Sebastián de Belalcázar (SB) y no quise, como es costumbre en tantos “expertos”, buscar a toda en Wikipedia algunos datos suyos, nombre de pila, los blasones y narraciones de viaje, para poner eso como propio y dejar en el aire idea de penetrante conocimiento.
Pero las comunidades indígenas sí lo saben, lo traen en la memoria y la piel; lo entienden por ancestros, por lo que relata su ADN. Sin necesidad de acudir a Wikipedia reconocen que ese nombre vuelto estatua, a pesar de la quietud opina, se manifiesta como todas las iconografías, representa horror pasado y heridas de este tiempo. Un día cualquiera aquel invasor arrogante a caballo (arte, monumento o simple bojote de material según quien lo mire), se hace cargo de que a los líderes indígenas los matan y desplazan sin que un culpable aparezca, asume responsabilidad del estado de cosas inconstitucional que se ensaña contra las comunidades étnicas en este país “diverso” en el discurso, pero que en la práctica sigue poniendo en jaque la vida económica, social, educación, salud y las condiciones de subsistencia de pueblos ancestrales, de los cuales un poco más de 30 están en riesgo de desaparecer.
Eso y mucho más justifica que miembros de grupos misak, nasa, pijao, entre otros, acudiendo a sus competencias tradicionales indiscutibles, juzgaran a Sebastián Moyano y Cabrera, “alias SB”. No le violaron la presunción de inocencia, no le hicieron daño a nadie de carne viva; simplemente echaron abajo el bojote, cuestionaron un símbolo, un pasado del que lo hallan genocida, despojador de tierras y torturador; pero más que nada, representación misma de un aquí y ahora de crueldades reeditadas sin solución.
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Las estatuas que en realidad son muy poca cosa en comparación con el incendio de violencia que arde en el país
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La primera reacción en caliente del Ministerio de Cultura fue ofrecer ayuda para la restauración de la estatua, algo poco posible pues los asuntos del patrimonio cultural se basan en aspiraciones sociales y concertaciones, no en decisiones autónomas de las instituciones públicas. Siempre hay ocasión de enderezar, así que el Ministerio tiene, más bien, una gran oportunidad para invitar discusiones de vanguardia sobre este hecho que se repetirá de aquí en adelante en cada lugar en donde a las comunidades indígenas siga poniéndoseles en situación de aplastamiento.
El que sí fue muy lejos, quizá sintiéndose él mismo desmontado del pedestal, fue el alcalde de Popayán (investigado en su momento por supuesta mentira y violación de restricciones por el coronavirus). De manera que ataviado como temible esbirro de Belalcázar y casi colapsando por la ofensa, apareció recio con policías al lado acusando y ofreciendo recompensa por los implicados (bien leído, por su cuero o cabellera), sin duda una forma de persecución y represión a minorías étnicas que, aunque aquí pase de largo entre tantas vejaciones que se comenten contra estas, merecería llegar a cortes internacionales.
Vergüenza, alcalde. Las personas por las que usted ofreció dinero para darles escarmiento, pertenecen a comunidades respecto de las cuales muchos están decididos a hacer tiro al blanco. Necesitan sus tierras y sus rutas; incomodan. Primero la primaria, aunque el país siga ahí no es época de vaqueros ni de conquistadores disparando a “indios malos”.
Además, en cuanto a las estatuas que en realidad son muy poca cosa en comparación con el incendio de violencia que arde en el país, por el pasado inocultable es apenas justo con un propósito simbólico y reparador, empezar a desmontar y a fundir cuanto monumento y bojote siga ocupando espacio público para honrar a personajes de la Conquista.