Aquellos que creen que no se está elaborando, maquinando y maquillando un atraco electoral en contra de los próximos comicios de Colombia no solo pecan de ingenuos, sino que además se pueden llegar a tildar de tontos útiles, pues desde hace mucho rato se evidencia un robo por todos los frentes ciudadanos, departamentales, regionales y nacionales.
Hay notorias evidencias de una trama en la que las trampas y engaños son nítidas, obvias y numerosas; aunque siempre se ha dicho y se ha sabido que los colombianos somos muy dados a no creer en lo que nos demuestra la propia realidad, y a la par dudamos de los engaños, lo que hace que haya una indiferencia generalizada frente y ante las graves consecuencias que producen estos actos sobre la vida cotidiana de los habitantes.
Este país vive anestesiado por el miedo y la violencia, para que así no tengamos las herramientas ni tampoco podamos tener la voluntad necesaria para reaccionar ante un ambiente descompuesto socialmente, tomado y absorbido por una enfermiza corrupción, por medio de un amplio abanico de injusticias y por todo tipo de inequidades, como igualmente ante un Estado postrado al cual tienen cooptado muchos de los partidos políticos, a los que después tildamos de tradicionales.
Así, inconscientemente, justificamos y normalizamos su ilegal comportamiento: ser como mafias o tener clanes familiares, al mismo tiempo que trabajan y utilizan a grupos delincuenciales y antisociales, teniendo bajo su mando a las instituciones estatales creadas, mediante la Constitución, para controlar a los políticos y funcionarios venales.
Como instrumentos de esta situación aparecen la Registraduría, Contraloría, Fiscalía, Procuraduría, Defensoría del Pueblo y demás entidades como las Superintendencias de todas actividades e índole que por acciones y manipulaciones del actual gobierno quedaron en manos de funcionarios y personajes pertenecientes a los partidos políticos que lo respaldan y apoyan, para entonces poder someter, manipular y hasta robarse los recursos del erario, como igual lo está haciendo con el manejo político del Congreso.
Además de estar suficientemente convencidos de tener subyugada a una población que permanece y acepta estas circunstancias como si fuera algo normal, incluso muchos de sus habitantes las consideran como de origen natural. Paralelamente, estamos evidenciando la indiferencia, desunión o ineptitud de los partidos de oposición, que ante su división y permanente confrontación actúan insolidariamente entre ellos y contra ellos mismos, facilitando con este panorama las decrepitudes política, social, ética y moral que tanto nos acosan y padecemos.