En Colombia han sido tradicionales las corridas de toros. Su entorno, su boato, su atmósfera, sus protocolos, son como los mandamientos que los fanáticos taurófilos respetan escrupulosamente y siguen con devoción al pie de la letra, en la cita semanal en ese templo redondo al cual asisten con puntualidad religiosa , cada domingo a las tres de la tarde. Hombres con botas de manzanilla, y mujeres con claveles rojos como su labial, toman asiento en esas tardes de domingo para asistir a lo que yo llamo una muerte un poco más digna. Sí. Así la llamo yo.
Porque ya solos en el ruedo de arena, el torero y el toro se enfrentan en un duelo donde cualquiera de los dos puede morir dejando que la sangre color clavel y labial, cubra el ciscoso color de la arena.Toda esa gala de trompetas al viento, “Olés” y aplausos tanto para el torero como para el toro, para mi tiene un poco más de dignidad por ser un acto de valor donde los oponentes se enfrentan con idénticas posibilidades de vencer o ser vencidos. ¿Y por qué lo digo?
Porque he visto en persona como en los mataderos, en esas morgues malolientes y frías, y llenas de sangre y vísceras por todas partes, obligan los asesinos matarifes a un bello toro negro azabache, que ya culmino su ciclo, y a punta de varas de corriente los empujan y van metiendo por un estrecho canal de cemento, donde ese toro seguido de otros en fila india, van obligados como condenados al paredón de fusilamiento. Ojalá fuera un disparo y se acabó. Y que el bello toro casi ni se dé cuenta de que partió del corral de este mundo.
Pero no; una vez pasan por ese canal a punta de violentos corrientazos, llegan uno por uno a un mini-corral que encierra estrechamente al bello toro, quitándole cualquier posibilidad de reacción o capacidad de maniobra para defenderse o escapar, y cuando queda solo ahí, un musculoso “ser humano” ubicado en una rampa justo encima del toro, levanta un pesadísimo mazo de hierro y se lo descarga con toda su fuerza en la cabeza del noble animal, paralizándolo primero, atontándolo después, y así, indefenso otro matarife le asesta una puñalada en medio de la garganta, para que se desangre, doble sus patas y caiga agonizante.
Luego sus patas son amarradas y un gancho aéreo baja y su anzuelo es brutalmente ensartado, para izarlo y así poder cortarle todo su pecho y vientre, desangrándose hasta morir. Eso para mí, es canalla, abominable y es cobarde.
¿Por qué más bien el matarife no se enfrenta solo con el toro en ese mini-corral a ver “si me lleva él o me lo llevo yo”?
Por eso digo que; si igual el bello toro debe ser sacrificado, es mejor no hacerlo pasar por ese grotesco y doloroso suplicio, sino engalanarlo y soltarlo en una de esas tardes de domingo en la arena de una plaza, donde el público al ver la nobleza del bello toro negro azabache, lo indulta y lo aplaude por su valor; ya que su oponente vestido de apretados trajes de luces que resplandecen como escarcha a la luz de sol, no lo pudo vencer. Ahí si hay algo de dignidad.
Porque no debemos olvidar que es un duelo entre valientes y cualquiera de los dos puede perder su vida. Por eso; entre el matadero y la corrida de toros prefiero la segunda.
Aunque debo admitir que jamás he ido y no iré a una corrida de toros, porque con todo y todo, me recuerda a los circos romanos. Donde claro está, los esclavos no tenían mayor oportunidad de vencer a sus verdugos.
Por eso, es en cierta forma bienvenida, la nueva ley donde se aprueban nuevamente las corridas de toros pero causando el menor maltrato posible al bello toro negro y a su oponente de capote rojo y lentejuelas de canutillo. Donde el mejor es el que queda de pie.
@profecaparros