Dicen que donde más aprende uno es en los viajes.
Pero lo interesante es que también se aprende no únicamente sobre lo nuevo que se visita, sino sobre lo propio. O más exactamente, se aprende a reflexionar sobre lo que a diario vivimos pero comenzándolo a ver desde otra perspectiva.
Por su actualidad llama la atención el tema de los mercados campesinos y el tratamiento que les está dando el nuevo gobierno distrital.
Aceptando que las culturas europeas son más ‘maduras’ que las nuestras, una de las características que las distingue es la importancia que tiene en todos los pequeños pueblos el mercado campesino. Es donde se socializa, se crean los vínculos entre los conciudadanos y se integran los vecinos del sitio mismo con los de los caseríos cercanos. Donde se fomenta lo que tanto se busca con el nombre de ‘tejido social’.
Y donde se va delineando la identidad local. Cada terruño se especializa en algo —la mayoría de las veces en productos agrícolas o en artesanía—- y terminan creando un valor agregado con la simple denominación del lugar. Un queso parmesano o un turrón de Alicante no solo son reconocidos como especialidades regionales sino tienen una protección —una especie de propiedad intelectual— que les permite valorizar esos productos.
Dicen que Churchill repetía que era imposible entender cómo se podría gobernar un país que presenta 400 variedades de quesos diferentes. Para los franceses la respuesta es justamente que a cada región —y en consecuencia en alguna forma a cada individuo— le acaba apareciendo la opción de consumo que más le satisface. Y siguiendo la teoría de ‘barriga llena, corazón contento´, lejos de significar esto un problema es justamente lo que permite tener a la mayoría de la población contenta.
En Italia han implementado lo que llaman el ‘Kilómetro cero’
con el propósito de que la producción local
se consuma en el sitio mismo
En Italia han ido aún más allá e implementan lo que llaman el ‘Kilómetro cero’ con el propósito de que la producción local se consuma en el sitio mismo, de tal forma que no solo se desarrolle la autonomía regional sino se contribuya a disminuir la generación de CO2 reduciendo al mínimo el transporte.
Y en las grandes ciudades se multiplican esos ‘mercados campesinos’, rotando los días de semana para venderlos de barrio en barrio, creando un ambiente de festejo en el cual se ofrecen cada vez más y mejores alimentos ofrecidos directamente por quien los produce.
Nosotros tuvimos un principio de algo similar, pero infortunadamente se perdió ante la ‘revolución del consumismo’ y hoy las ‘grandes superficies’ no solo acaparan los recursos de los consumidores sino acaban con ese instrumento de cultura que podrían ser esos mercados campesinos.
Por supuesto, entre más ‘moderno’ o más ‘eficiente’ es un mandatario más desprecia esa forma de cultura.
Hoy comemos lentejas del Canadá; ya los fríjoles antioqueños no son paisas; la mano de obra en el campo no encuentra empleo; pagamos más por el empaque que por el producto; y el siguiente paso —ya en funcionamiento en algunos lugares— es aquel en el cual cada uno pasa sus compras por el mismo lector de barras que hoy se encuentra en las cajas, y después paga pasando la tarjeta de crédito como lo hace ahora, y sale del supermercado sin haber tenido ni siquiera un contacto con un ser humano.