Riohacha, Distrito Especial, Turístico y Cultural, se ha convertido en una ciudad de mendigos. Ya son tantos que es imposible atender todos los pedidos. Entre las obras de misericordia aparece una bastante sensible: “Dar de comer al hambriento”; quizás por eso muchos se ubican en lugares cercanos a la catedral, a donde acuden personas muy religiosas. Algunos limosneros son humildes, otros amedrentan a las personas recordándoles que la compasión es el acto supremo con el cual Dios viene al encuentro de los hombres.
Una cosa que llama la atención es la cantidad de niños de la primera infancia que acompañan a los venezolanos indigentes que literalmente se han tomado todos los espacios de Riohacha. En las entradas de restaurantes, centros comerciales, bancos, cajeros automáticos siempre hay alguien que muestra uno o varios niños famélicos para despertar más la conmiseración y crear más angustia en el prójimo. Está probado que un niño pordiosero o un adulto acompañado de niños recibe en promedio más dinero y especies.
Se ven casos de hombres muy jóvenes cargando niños de meses de nacidos; es notoria su poca destreza en su manejo y es muy común ver niños con fenotipos muy diferentes a los adultos acompañantes. La situación llega a extremos tales que algunos padres de familia se atreven a alquilarles sus hijos a otras personas para que los usen como carnadas a la hora de tocar el corazón de los riohacheros. Esta forma de explotación infantil expone a los menores con el tiempo a otros vejámenes como la prostitución y los acerca al consumo de sustancias psicoactivas.
Sucedió hace varias semanas al filo de la seis de la tarde en la calle segunda frente a la catedral, que una niña de aproximadamente tres años usada para limosnear terminó debajo de un taxi que pasaba. La cabeza de la infante fue rozada por la llanta delantera derecha del vehículo. El taxista reaccionó ante los gritos, expresiones de pánico y dolor de la gente; afortunadamente, en el centro asistencial al que fue llevada verificaron que solo había lesiones menores y no daños encéfalocraneales.
Estos niños carnadas hacen turnos: en las mañanas van con unos acompañantes y en las tardes y noches con otros. Están expuestos a sol y sereno, no importa que sean bebitos de meses o más grandes. Ya también se observa a un pequeño ejército de niños limpiadores de vidrios de carros en los semáforos, algunos no alcanzan a hacer bien el trabajo por su escasa estatura. Estos hechos están ocurriendo frente al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y de la Policía de Infancia y Adolescencia.
Preocupan también las condiciones de insalubridad y hacinamiento en que “viven” muchos de estos niños. El famoso Parque de La India, justo frente de la estación central de policía y la estatua de Francisco el Hombre, se han convertido en cagaderos y meaderos públicos. Al pasar por la zona aunque sea en carro, se siente el berrenchín, ese penetrante olor debe perturbar a los agentes de la policía cuando se forman para iniciar sus jornadas y quizás llegue hasta las oficinas del Comandante de la Policía Guajira.
El colmo de la tolerancia lo representa la aceptación de la invasión al Parque de Padilla, sitio emblemático con el Palacio Distrital y el monumento nacional de la Catedral Nuestra Señora de los Remedios alrededor. Debajo de las bancas se ven bolsas y maletines de adultos y niños que viven allí. Ya nuestros venerables mayores que tradicionalmente se sientan a tertuliar por las tardes sienten pena porque la estatua de nuestro glorioso almirante Padilla también se la han meado y defecado. ¿Hasta dónde llegaremos, alcaldesa?