Hemos escrito en reiteradas ocasiones acerca de la indignación que nos produce la crisis de credibilidad que sufre la rama judicial, pero sentimos que mientras este mal perdure es nuestro deber continuar alertando a los colombianos de la importancia de prestarle atención a dicho problema, que sin duda es uno de los mayores del país.
Con el solo hecho de endilgarle el calificativo de cartel a una de las ramas del Estado, ya nos hace suponer lo delicado del asunto, en nuestro país ese rótulo lo han portado con orgullo los emporios criminales: Pablo Escobar, los Rodríguez Orejuela y sus pandillas de truhanes. Sin dificultad recordamos con animadversión el cartel de Medellín, el de Cali y por supuesto el de las Farc.
Pero como ya lo dijera alguien “aquí todo es grave, pero nada es serio”. Pasó muy poco tiempo desde que se escindieron las organizaciones narcoterroristas de las décadas de los ochenta y los noventa hasta cuando, sin temor, volvieron a hacer su entrada triunfal en los noticieros de televisión, las radios, las portadas de los diarios y ahora, las redes sociales, los afamados carteles.
Quedamos estupefactos al ver como salimos del escándalo del cartel de la salud para entrar en el de alimentación escolar, y de este a su vez al de la hemofilia, y luego al de los pañales, y así sucesivamente en una vorágine que parece interminable. Pero los colombianos sentimos que esa problemática tocó fondo cuando nos presentaron, el hoy tristemente famoso, cartel de la toga.
La piedra angular del Estado de derecho es la justicia, no en vano las civilizaciones antes que cualquier otra cosa buscaron un hombre justo —un juez—, que les ayudara a dirimir los conflictos obvios que trae la vida en sociedad. No es de extrañarnos que hasta hace muy poco en nuestro país los jueces gozaran de alta credibilidad y respaldo por parte de la opinión, pero fuimos testigos de la manera escalonada en la que ese apoyo ciudadano se desvanecía, hasta que un día esa popularidad se vino al piso y hoy parece no levantar cabeza.
Muy lamentable resulta que unas de las instituciones que sostenían la moral del pueblo la hayan defraudado, es por esto que hemos afirmado que hoy por hoy los colombianos no creen en nada ni en nadie. Sería injusto achacarle la responsabilidad a todos los administradores de justicia, sabemos que la inmensa mayoría son hombres y mujeres colmados de pulcritud en su actuar, grandes conocedores del derecho y personas sumamente serias en su aplicación, pero para que no quepa aquel dicho de que en ocasiones “pagan justos por pecadores”, debemos decir que esta baraúnda fue provocada desde algunos sectores de las altas esferas en las cortes judiciales.
Es vergonzoso tener que ver a un expresidente de la Corte Suprema de Justicia rindiendo indagatoria por su cuestionada forma de actuar como magistrado, pero más deplorable aún que tema a que los colombianos oigamos su versión de los hechos; en su diligencia de indagatoria ante la Comisión de Acusación en la Cámara de Representantes, el exmagistrado Leonidas Bustos exigió que fueran retirados del recinto los medios de comunicación, seguramente pare evitar la coloración ante los ojos atónitos de los colombianos, que con ansias esperan por una respuesta que alivie el dolor del triste espectáculo.
La aparición en escena de magistrados como Leonidas Bustos, Francisco Ricaurte, Gustavo Malo y otros desprestigian no solo la dignidad que ocuparon, sino también el ejercicio de la profesión; nos hemos preguntado, ¿con cuál cara le hablarán estos abogados a sus estudiantes en la facultad de derecho? Claro está que el doctor Ricaurte desde la cárcel ya no dicta clases y por el bien de la docencia esperamos que los otros de su especie tampoco sigan su desdichado transcurrir por las aulas académicas.
¿Se acuerda magistrado Bustos cuando usted siendo docente y yo estudiante interrumpí su transito por un pasillo de la universidad para cuestionarle por qué nuestro sistema judicial se mostraba cada vez más decadente? Usted me contestó que esas cosas no se decían por ser falaces, que mejor sintiera orgullo al tener docentes como él, que encabezan las altas cortes. Mi respuesta fue que me producían vergüenza. Lamentablemente era yo el que en esa charla tenía la razón.