Corría el 2011, las elecciones en Perú estaban "candela":
Por un lado, Ollanta Humala (el Petro de esta relación), después de liderar un levantamiento en Locumba, se embiste hacia una carrera presidencial con un discurso pausado, intentando desmarcarse de la izquierda radical y sobre todo de la conexión que existía entre la Caracas de Hugo Chávez y una América Latina cada vez más de izquierda. Un discurso anticorrupción, anticapitalista y nacionalista, oscilando entre la derecha económica y la izquierda política.
Por otro lado, Keiko Fujimori (el Uribe de esta relación), el émulo, la transmigración del poder y la sabiduría sádica. Tranquilos, como suele suceder, la derecha radical peruana se movía tras las bambalinas de la corrupción y el clientelismo del presidente de la época: Alan García. En su discurso, ella discutía del futuro trazado por su padre (Alberto Fujimori), que era algo así como un curso práctico de cómo eliminar oponentes, estudiantes y cualquiera que se opusiera a su sistemática causa.
Afortunadamente, para el bien o para el mal de Perú, los cuatro candidatos de derecha nunca se pusieron de acuerdo y Ollanta Humala ganó las elecciones con el 53%, explicando que pocas veces cuatro no son más que uno. Sin embargo, más adelante, finalizando su mandato, Ollanta Humala es acusado de lavado de activos y detrimento del Estado, por lo que es apresado y condenado por corrupto, ¡vaya!
Corre el 2021, a un año de las elecciones en Colombia, la izquierda y la derecha están tan desbarajustadas que se ven personalismos políticos tratando de confundir, antes que convencer. Las instituciones compiten con el establecimiento, el establecimiento compite con las democracias, la democracia compite con las maquinarias y las maquinarias compiten contra las ideas.
A la par, un tuitero enloquecido por el ego, convoca y enlista a un ejército desde su escritorio. Todo para activar el curso práctico fujimorista y así ahuyentar al pueblo confundido con una reforma tributaria hecha por Duque y tumbada por el mismo gobierno, pero con su partido (Centro Democrático).
Esas jugaditas que en billar se llaman de retro hoy se usan para saltar a la opinión pública y como redentores vitorear que por ellos la reforma se cayó y por lo tanto el gobierno también, junto con su ministro Carrasquilla.
La cuenta regresiva se activó, Duque lo sabe. Él conoce que su partido político lo apuñalo. Y en la postrimería de este moribundo mandato se engrandece un personaje tremendo y un encantador, el comandante de ejércitos pretorianos (léase petronianos), manipulando las redes en bodegas como las de su fiel copia, el emperador sin nombre ...
Gustavo Petro nos quiere llevar a otro juego y es "dónde está la bolita"… La bolita está en su manga, en su nihilismo de negar el valor de todas las cosas. Su bolita cuadrada es su egocentrismo, narciso, machista y prepotente.