Desde hace algunas semanas se han venido ventilando las tensiones al interior de Estamos Listas, el movimiento político de mujeres que despuntó en las elecciones locales de 2019 como una apuesta novedosa y audaz para hacerle frente a las prácticas de la política tradicional, priorizando una agenda feminista, y concertando niveles de consulta -a partir de los denominados círculos de confianza- que no solo dotaban de mayor legitimidad sus decisiones, sino la responsabilidad de sus representantes.
Para esas elecciones, Estamos Listas se convirtió en un pequeño fenómeno de opinión en Medellín, ya que, combinando una estratégica capacidad de organización con una campaña fuertemente identitaria, su lista al Concejo alcanzó 28.070 votos y logró que Dora Saldarriaga (sin trayectoria política previa) asumiera la “concejalía”. Aunque empezó formando parte de la coalición de gobierno, luego se movió hacia la independencia y en los últimos meses ha estado más cercana a la oposición.
Ahora bien, tras ese exitoso debut electoral, el movimiento se propuso replicar el fenómeno de opinión a nivel nacional. Para ello, jugó con lista propia al Senado en las elecciones de 2022.
Desde un inicio esa apuesta resultó muy arriesgada; primero, porque en la mecánica interna de elección para la conformación de la lista se priorizó la participación de mujeres que residían en regiones poco pobladas; segundo, porque la opinión de izquierda (donde se ubica su nicho electoral) se movió hacía el Pacto Histórico; y tercero, al no contar con una candidatura presidencial propia (aunque lo intentaron con Angela Robledo y Francia Márquez) perdió capacidad de arrastre. Asimismo, el umbral se fijó en 500.000 votos.
Pasar de 28.070 votos a cerca de medio millón, tan solo con la estructura política de una concejalía y con la mera fuerza de la opinión, siempre pintó, cuando menos, como una labor titánica.
Sin duda, en esa decisión de saltar hacia lo nacional -sin contar aún con un acumulado de fuerzas- el movimiento sobreestimó el impacto de su marca en una contienda donde el feminismo cobró gran relevancia; sin embargo, solo le alcanzó para sacar 108.761 votos (muy lejos del umbral).
Al parecer, desde el principio, esa decisión de saltar tan rápido al escenario nacional generó unas grietas entre los “círculos de confianza” que no han parado de crecer con los meses. A lo que se agrega la millonaria deuda adquirida tras la debacle electoral.
Todos esos factores han conllevado a que el movimiento está al borde de la implosión, con renuncias constantes, filtraciones a medios de comunicación, y la perspectiva de no presentarse nuevamente en las elecciones de octubre. ¿Será el fin de Estamos Listas como plataforma electoral?
Dejando de lado ese panorama, Estamos Listas representa una oportunidad extraordinaria para transformar la política en el país, su valor siempre ha residido precisamente en su propuesta novedosa, audaz y renovadora. Y aunque ahora se encuentre en medio de complejas contradicciones internas, su legado transciende a lo electoral y se inserta en las posibilidades de la transformación social.
Eso no cambiará así su búha no aparezca más en el tarjetón.
