La democracia, eso que muchos llaman pomposamente el gobierno del pueblo, nunca se ha hecho realidad en Colombia. No sé si en otra parte. Recordemos que la democracia surgió en Atenas en el siglo VI a. C. y se desarrollaría por dos centurias aproximadamente. Lo que hoy nos sirve de inspiración, se consideraría en la actualidad como una sociedad excluyente. Sabemos que en la democracia griega no participaban las mujeres ni los esclavos, sólo hombres. Sin embargo, el ejemplo de organización política que nos dieron resulta fundamental en nuestros días.
Una característica esencial en la antigua democracia griega consistía en que podía decidirse sobre todo, incluso asuntos económicos, de orden público y relaciones internacionales. Además, el ciudadano tomaba las decisiones directamente, no había “representación”. Los cargos ejecutivos, con algunas excepciones, se definían por sorteo. La misma justicia ateniense era impartida por los tribunales populares. Luego, las sociedades modernas inventarían el truco de la “democracia representativa” para dejar en unos pocos la toma de decisiones que afectarían a todos los ciudadanos.
Hoy vemos un mundo convulso en el que los estudiosos de las problemáticas sociales y políticas se preguntan qué pasó. Desde los países árabes pasando por Francia y llegando a Latinoamérica los ciudadanos se levantan iracundos e insatisfechos pidiendo muchas cosas a la vez, lo que se resume en una palabra: igualdad. Y la igualdad solo es posible en una auténtica democracia. Y sólo reconociéndonos iguales se puede reconocer la diversidad. Ya no basta escoger cada cierto tiempo a unos “representantes” para que decidan en contra, incluso, de sus “representados”. Los ciudadanos se politizan cada vez más y exigen ser tratados como tal, con voz y con voto, con derecho a ser escuchados y decidir.
Los políticos, gremios, medios de comunicación y “académicos” recomiendan una y otra vez a los ciudadanos que elijan y ya. Lo demás queda para los expertos. Nada sabe el hombre y la mujer corrientes sobre economía, ciencia, tecnología, hidrocarburos, etc. Si los “analistas” dicen que urgen el fracking o una reforma pensional, hay que asentir simplemente: ellos saben; los demás ignoran. La ciencia se vuelve misterio para el ciudadano de a pie. Otros llevan la luz.
Pero no. Ya no resulta tan fácil. Por muy “representativa” que sea una democracia, si no permite a sus ciudadanos decidir sobre sus vidas, sobre lo que les afecta, entonces ya no puede llamarse así. Debe entonces develar su verdadero nombre: dictadura. Esa es la encrucijada en la que se encuentran las sociedades de hoy. Aunque pueda seguir existiendo, ya no basta la representatividad. Al campesino no le pueden colocar una carretera al frente y punto. Al habitante de un barrio cualquiera no le pueden colocar un supermercado como si nada importara. No basta con que los “técnicos” digan que talar cincuenta árboles no alterará para nada el medio ambiente, ni siquiera si argumentan que plantarán la misma cantidad en otro sitio.
La democracia, tal y como la conocíamos, agoniza. Podríamos estar frente al surgimiento de una versión renovada y más auténtica, igualitaria y diversa, o al retorno de una dictadura, sin seudónimos, sin máscaras. Veremos.
