Los avances sociales que sostenían al "modelo colombiano" se han pulverizado.
Un país inviable, así titulaban los principales medios del mundo la realidad en una nación sudamericana a punto del colapso político, social y económico a principios de siglo. Sin embargo, 20 años después la cosa aparentaba haber mejorado: Apertura comercial, OCDE, grado de inversión, crecimiento económico, aumento del PIB per cápita, acuerdo de paz, mejoras en seguridad, disminución de la pobreza, contención del narcotráfico, etc. En síntesis un verdadero milagro, o al menos, eso era lo que se decía en Davos, Nueva York y Londres.
Recientemente la Universidad de los Andes publicó un estudio que proyectaba un retroceso de 20 años de esfuerzos en reducción de pobreza, es decir, un aumento del 27% al 45% de la población colombiana. Que en solo tres meses la mitad de los colombianos sean pobres habla muy mal de un sistema que nos prometió confianza inversionista, cohesión social y seguridad democrática.
Colombia no es un país especial, no es un país rico porque tiene abundantes recursos naturales, no tenemos a las mujeres más lindas del mundo, no deberíamos vanagloriarnos en el exterior diciendo que el narcotráfico y Pablo Escobar son algo del pasado, no deberíamos tener esa sobredosis de optimismo que tan solo nubla nuestra difícil pero compleja realidad. Para empezar a corregir los problemas hay que reconocerlos y ese primer paso es el que durante tantos años hemos aplazado. Avanzábamos a piloto automático en medio de violencia, intolerancia, inseguridad, pobreza, narcotráfico, desigualdad, corrupción, rentismo e improductividad.
En síntesis, un país tercermundista incapaz de consolidar su democracia, su Estado de derecho, su Constitución, su reconciliación y su pacto social. El problema va más allá de Uribe, Santos y Duque, simplificar la situación a uno que otro gobierno como lo hacen ciertos sectores no solo es sesgado sino también equivocado. Fuera del populismo o el mesías salvador, la sociedad colombiana debe replantearse aspectos que antes consideraba intocables.
El 21-N fue un primer portazo, el paro nacional hizo que la cacerola sonara por primera vez en 30 años. La situación parecía controlada, con uno que otro contentillo las élites lograron enredar a los más permeables de la sociedad. Sin embargo, lo que no sabían es que en menos de seis meses se les iba a destruir esa mediocre imagen de contención social. Lo que no hizo ni la izquierda ni las protestas lo hizo un minúsculo microrganismo capaz de desnudar la mayor podredumbre del realismo mágico.
El mundo cambió y los países que sobrevivirán serán aquellos que se adapten con éxito. Por ello, hay que replantear los pilares de un modelo que fue ineficaz de solucionar los problemas estructurales de la sociedad. Reforma agraria, reforma sanitaria, reindustrialización, desarrollo económico orientado a las exportaciones, ambiciosos programas de infraestructura para aumentar la competitividad, mayores incentivos a la inversión extranjera, eliminación de exenciones tributarias innecesarias, aumento de cobertura y calidad educativa, reducción del Estado burocrático, implementación del acuerdo de paz y renta básica semiuniversal son temas que se deben tratar ya.
Es hora de hablar en serio, diversos países de América Latina no lo hicieron y desbocaron en nacionalismos, populismos y dictaduras. Al ‘milagro colombiano" se le agotó su piloto automático.