Desde que los humanos nos dimos a la ominosa tarea de medir todo en segundos, minutos, horas y días; se nos vino una avalancha de infortunios y pesares en nombre del tiempo. Por eso, a este país que nos tocó en esta oportunidad, parece que se le acaba el tiempo en muchas cosas:
Se acaba el tiempo para la guerra y aún no estamos convencidos que el posconflicto o el posacuerdo sean la mejor opción para dejar de matarnos como bárbaros en democracia.
Se acaba el tiempo para el saqueo y la expoliación de lo público y aún no estamos convencidos que la corrupción vaya perdiendo terreno, muchos asombro pero poca contundencia y acción de parte de una justicia que está barrenada por dentro.
Se acaba el tiempo para los políticos de la última generación del siglo XX que nos siguen gobernando como si viviéramos en el siglo XIX, y aún no vemos en el horizonte mezquino de la democracia criolla de alpargata, sacoleva y ruana; un relevo certero y positivo.
Se acaba el tiempo para los de nuestra generación de soñadores, ilusos e ingenuos; los que creíamos en la Santísima Trinidad y en la virginidad de María; y aún no nos convence el progreso y la ciencia como paradigma de sociedad del conocimiento.
tiempo para la “cultura del tumbe” y que si no lo hace usted lo hace otro. El bobo y los cientos de bobos que poblamos este terruño, seguramente tendremos una segunda oportunidad en esta patria boba a la fuerza.
Se acaba el tiempo para la depredación del planeta y para uno de los ecosistemas más diverso del mundo, las alertas climáticas y la escasez de comida propia sembrada en el mismo patio, no nos preocupa en lo absoluto, mientras haya agricultores (farmers) pujantes en USA que nos vendan el maíz para nuestras autóctonas arepas.
Se acaba el tiempo para las mentiras y verdades a medias
de las redes sociales y la difamación sin contemplaciones
en una sociedad cargada de información y vacía de conocimientos
Se acaba el tiempo para las mentiras y verdades a medias de las redes sociales y la difamación sin contemplaciones en una sociedad cargada de información y vacía de conocimientos. Habrá que volver al viejo libro de recetas para el amor y la alegría que se encuentra en el mismo anaquel trastocado en el mar del olvido.
Se acaba el tiempo para los gobiernos que no resuelven nada o casi nada a sus ciudadanos creyentes y devotos. Mientras como corderos pasamos al matadero de la infamia sin que nos percatemos hacia que despeñadero vamos.
Se acaba el tiempo para los relatos posmodernistas que no explicaron ni entendieron a la sociedad que dicen justificar desde su carga de retórica y discursos prestados a las ciencias duras y alejadas de cualquier poro de sensibilidad humana en esencia.
Se acaba el tiempo para la mezquindad en la que la competencia del sistema nos puso a devorarnos entre sí, con tan poca humanidad contenida en tan poco cuerpo. La tarea ahora es la reinvención del discurso de la cooperación y la solidaridad, a pesar de que son palabras dichas en bocas sin respiración.
Se acaba el tiempo para los malos tiempos y en esas nos quedamos, con la promesa de mejores tiempos por venir, ahora, precisamente ahora; cuando ya casi lo que menos usamos es el tiempo, porque no hay tiempo para utilizar el tiempo que hace rato nos condenó como un Prometeo encadenado a ser devorados por las aves rapaces del tiempo.
Coda: veinte veces escribí la palabra tiempo esta vez, y ya van veintiuno, pero bueno, valía la pena-digo yo- pensar en el tiempo –y ya van veintitrés- como una extensión inexorable de nuestra fragilidad a lo largo del tiempo, y veinticuatro.