Este año tendrán lugar las elecciones regionales para alcaldes y gobernadores, acontecimiento que hace surgir de los nada auténticos ríos de oro en donde antes solo había polvo y olvido. Para nadie es un secreto que en el departamento de Córdoba, lamentablemente, se comercia con el voto como si se tratara de cualquier artículo disponible en una tienda. Es por esto que como cualquier persona versada en las artes del comercio antes de decantarse por el mejor postor, usted piense detenidamente si esos cincuenta, setenta o hasta cien mil pesos en los que llega a cotizarse un voto son realmente un precio lo suficientemente justo como para vender su conciencia, considerando los problemas que vivimos año tras año y que parecen no tener solución.
Conviene reflexionar antes de vender su conciencia si quiere seguir habitando uno de los departamentos con mayor índice de pobreza, en donde, según el DANE, el porcentaje de personas en condiciones de pobreza extrema para el 2018 era del 40, 3 %, es decir, casi la mitad del total de la población.
Conviene también que considere si quiere seguir prestando nuestros hospitales públicos para la sinvergüencería de que unos pocos se llenen los bolsillos montando carteles como el del sida o el ya famosísimo cartel de la hemofilia, en el que se robaron cerca de cincuenta mil millones de pesos, según las cuentas hechas por la Procuraduría General de la Nación. Todo esto mientras el pueblo raso, ese que vende su conciencia por una láminas de eternita, por dinero en efectivo o el trabajito que lo saque de apuros, se desgasta haciendo filas interminables bajo el inclemente calor del caribe tan solo para conseguir una cita médica, la orden para unos exámenes o un simple medicamento.
Es imperioso que antes de tomar la decisión de poner la conciencia en el mercado de valores usted haga cuentas con el fin de determinar si ese dinero le alcanza para dar a sus hijos, si los tiene, una mejor experiencia educativa. Hoy por hoy la mayoría de los ciudadanos envían a sus hijos a escuelitas públicas que se caen a pedazos, en donde juegan al lado de compañeros que no existen, fantasmas por los que usted pagó con sus impuestos en el llamado cartel de los estudiantes falsos.
Es por lo dicho anteriormente que usted como cualquier persona versada en las artes del comercio, antes de decantarse por el mejor postor en época electoral, piense detenidamente si esos cincuenta, setenta o hasta cien mil pesos en los que llega a cotizarse un voto son realmente un precio lo suficientemente justo como para vender su conciencia y de paso perpetuar la maldición de ser víctima de los robos descarados de quienes montan artimañas tan infames como los mencionados carteles.