Satena es Colombia, no cabe duda por lo mal que funciona

Satena es Colombia, no cabe duda por lo mal que funciona

Crónica de las 48 horas de espera para llegar a Neiva, en las que queda claro que a esta aereolinea lo que menos le importa es el pasajero

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diciembre 14, 2019
Satena es Colombia, no cabe duda por lo mal que funciona

La semana anterior fui informado por el partido Farc, de que había sido escogido para participar en su nombre, en el seminario Conflicto Armado y Democracia en el Huila Caquetá, a realizarse en Pitalito los días 5 y 6 de diciembre. Para tales efectos debía ponerme en contacto con Lidia Núñez de Viva la Ciudadanía, a quien debía confirmar mi asistencia para efectos de la reserva aérea a Pitalito, lugar del evento, así como para el hospedaje en el hotel Guaitipán Plaza.

Debo confesar que el nombre del hotel despertó mi curiosidad, así que pronto supe que se trataba del nombre de una laguna ubicada en el corregimiento del mismo nombre, en Pitalito. Mi sorpresa sobrevino cuando me enteré que ese era el nombre indígena de la famosa cacica Gaitana, como la conocimos en nuestras clases de historia hace décadas, sobrenombre que le pusieron los españoles porque solía emitir por su boca un sonido semejante al producido por la gaita.

Saber que visitaría la tierra de aquellos indómitos guerreros encabezados por una mujer indígena, reforzó mi intención de asistir al seminario. Lidia Núñez fue muy amable y eficaz a la hora de conseguir los vuelos de ida y regreso. Partiría para Pitalito en el vuelo 8902 de Satena que debía salir de Bogotá a las 14 y 59 del jueves 5, y regresaría de Pitalito el sábado 7 en el vuelo 8903 de la misma aerolínea. No había otra alternativa, así que acepté el itinerario.

Me presenté al aeropuerto Eldorado de Bogotá con más de una hora de anticipación a mi vuelo. Había intentado cumplir el check in vía internet, pero muy claramente advertía el aviso que sólo se podía realizar por ese conducto si no se llevaba equipaje en bodega y el equipaje de mano pesaba menos de cinco kilos. No llevaba equipaje para bodega, pero mi portátil, la ropa y algunos chécheres podían hacer más de cinco kilos, así que quise evitar contratiempos.

En la ventanilla del puente aéreo una gentil señorita me comunicó que había algún inconveniente con ese vuelo. Por algún problema técnico el avión no podía despegar, así que la aerolínea había decidido cumplir el viaje en dos aviones de Searca. Muy claramente me preguntó si aceptaba esa condición para mi viaje, a lo que indagué si había otra alternativa. Con una sonrisa en los labios, la señorita me respondió que podría reprogramar mi vuelo si quería, pero para el día siguiente.

No hay remedio, pensé. Siempre se hará lo que ellos quieran. Tengo que viajar, así que debo aceptar sus condiciones. No me molestaba viajar en Searca, ya lo había hecho antes y sabía que su servicio era excelente. Ante mi respuesta afirmativa, se me entregó el pasabordo con la indicación de que debía estar en la sala de embarque a las 15 y 30 minutos. El vuelo partiría a las 16 y 15 horas, una hora larga más tarde del programado inicialmente, pero no había remedio.

Juro que esperé con paciencia hasta las 3 y 15 de la tarde, cuando decidí pasar a la sala de salida número 1, es decir con 15 minutos de antelación a la hora señalada en el pasabordo. Nunca había viajado por Satena desde el puente aéreo de Eldorado, así que tras la rutinaria inspección al equipaje y al propio cuerpo para constatar que no se lleva armas a la aeronave, ingresé a la sala situada a mano izquierda y me senté a esperar.

Con el transcurrir de los minutos y ante el silencio sobre mi vuelo, comencé a buscar con ansiedad en el tablero que registra la salida y llegada de los aviones, alguna información sobre el mío. Frente al vuelo 8902 de Satena simplemente aparecía la palabra demorado. Sabía que lo estaba, así que esperaba el anuncio por el altavoz. Pasadas la 4 de la tarde juzgué que algo extraño sucedía, así que decidí pararme a buscar la ventanilla interior de Satena.

Pregunté primero en Easy y la amable señorita me señaló que encontraría Satena al fondo, en la sala de la derecha. Una vez allí extendí mi pasabordo a la señorita, preguntándole si pasaba algo con ese vuelo. Con la mayor naturalidad ella me indicó que ese vuelo había partido hacía rato. Le dije que no había escuchado ningún llamado, pese a estar pendiente de ello. Insistió en que había habido varios llamados, incluso con nombre propio para los pasajeros retardados.

Ante mi incredulidad, explicó que los aviones de Searca no salían del puente aéreo, y que por lo tanto se había llamado a los pasajeros con antelación suficiente para abordar una buseta que los trasladaría hasta la otra pista. Incluso les habían ofrecido un refrigerio. De pronto me sentí como en la dimensión desconocida, viviendo una situación inexplicable por lo absurda. Era inútil discutir, así que le pregunté con voz paciente si había alguna solución a mi caso.

Reprogramar el vuelo, me dijo. Para la mañana siguiente, muy temprano. Pensé en cuánto podría costarme aquello, las compañías aéreas no perdonan un minuto de retraso, pese a que a uno lo hagan esperar interminables horas cuando lo crean necesario. Sentí alivio cuando ella me dijo que no me costaría nada, incluso hizo una llamada telefónica para reiterarlo. En resumen debía presentarme en la ventanilla de Satena a las 4 a.m. El vuelo saldría a las 5 y 50 minutos.

Regresé a casa y madrugué con disciplina espartana para presentarme en Satena, puente aéreo, a las 3 y 45 minutos. Ya había una cola larga. Pronto me percaté de que no solo estábamos allí los pasajeros para Pitalito, sino que los había también para Tumaco, Medellín, Arauca, Mocoa y Quibdó. Todos citados a la misma hora. Pese a ocupar el puesto en la cola, una señorita comenzó a ordenar que pasaran primero los que iban para Tumaco, sin importar que acabaran de llegar.

Después preguntó por los que iban para Medellín, para que fueran pasando de uno en uno. Algunos salían del último puesto en la fila. Igual pasó con los de Arauca, Mocoa, Quibdó. Casi a las 5 preguntó por los de Pitalito, mirando como siempre hacia el final de la cola. Tuve que reclamar, yo iba para Pitalito, no había razón para que llamaran primero a los últimos de la cola. Debo reconocer que pidió disculpas. Me indicó que podía pasar yo.

Pero claro, después de las personas de tercera edad, mujeres embarazadas y madres con niños de brazos, que desde luego pasan con todos sus acompañantes de una vez. Con algo de impaciencia pasé por fin a la sala, donde a las 5 y 50 nos llamaron a abordar el avión. Sentado cómodamente en la silla 11A, esperaba confiado la salida unos minutos después. El tiempo transcurría, las puertas se cerraron, todo indicaba que estábamos a punto de partir.

El piloto nos dio su bienvenida y luego explicó que por niebla en el aeropuerto, nuestra salida podría tardar unos minutos. Diez o quince minutos después, cuando creíamos que su voz nos anunciaría que volaríamos, lo escuchamos decir que por un problema técnico en el mantenimiento del avión, debíamos desabordarlo y regresar a la sala de espera. Mientras esperábamos en ella, vimos acercarse los vehículos que bajaron también las maletas.

La señorita de la ventanilla, en medio del ruido de motores de aviones que llegaban o salían, indicó algo así como que la falla tenía que ver algo con el aceite de la maquinaria, que llevarían el aparato a los talleres y que en una hora más o menos estaríamos listos para partir. En compensación nos darían un pequeño refrigerio. Mi participación en el seminario estaba prevista para las 10 y 15 minutos, así que calculé que pese a los naturales afanes, alcanzaría a llegar con tiempo.

Comuniqué la novedad a Lidia Núñez, en Pitalito. Las horas transcurrieron lentamente. El avión fue regresado a su sitio a las 9 pasadas. Luego vino de nuevo el trámite del embarque, la subida de los equipajes, y por fin nosotros. Imaginamos que partiríamos en cualquier momento. Mi ansiedad crecía, calculando que al menos podría tomar la palabra en el seminario durante la última media hora del espacio previsto. Se fue otra hora más y nada que partíamos.

El piloto anunció de modo parco que debido al mal tiempo que se había presentado en la madrugada, los vuelos habían tenido que retrasarse, faltando varios turnos para que nos autorizaran la salida a nosotros. Una vez se produjera partiríamos sin más dilación. Casi media hora después volvió a hablar para decirnos que nos habían autorizado, pero que debíamos esperar unos quince minutos mientras partían o llegaban otros vuelos.

Los pasajeros del avión estaban a punto de estallar. Ya había reclamos en voz alta, se sugería valernos de un cacerolazo para protestar. La azafata a duras penas podía responder con sonrisas y palabras de aliento las voces de reclamo. Eran más de las once cuando por fin nos elevamos. Justo en ese momento leí bajo la marca de otro avión de Satena su lema. Satena es Colombia. Lo comenté con hilaridad y varios pasajeros lo festejaron.

Muy bien escogido ese lema. Por eso los aplazamientos, las sorpresas, las disculpas y los agradecimientos por su comprensión. Por eso esa resignación a aceptar lo que no se puede cambiar, como diría San Francisco de Asís. Apenas salimos del aeropuerto para Pitalito, volví a comunicarme con Lidia. Ya terminamos, me escribió por el WhatsApp. Yo voy camino a Neiva. Con aflicción me pidió que me entendiera con sus compañeros que aún permanecían en el hotel.

Gracias a ellos tuve el hospedaje y la alimentación garantizada hasta el día sábado, cuando tenía mi vuelo de regreso a Bogotá. Debido a Satena, mi viaje y mis molestias resultaban inútiles. Cabe quizás imaginar la ansiedad por saber si el sábado en la tarde se realizaría efectivamente mi viaje. Podría ser aplazado. Para no dejarme llevar de los nervios, programé una rápida visita a San Agustín, a su maravilloso parque arqueológico.

Esa desde luego sería otra historia. Pero cabe mencionar que al contemplar desde el alto de Lavapatas el macizo colombiano, y al admirar las impresionantes esculturas de aquella cultura milenaria, tuve que agradecer a Satena el haberme permitido esa oportunidad. De no haber sido por sus incumplimientos, no hubiera sentido tan cerca la rebeldía de Guaitipán y sus tribus, que aún gritan guardia, guardia, fuerza, fuerza en sus marchas en Bogotá contra el gobierno de Duque.

 

 

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