La indignación que genera un gobierno empeñado en meterle la mano al bolsillo a los más pobres fue superior al miedo que puede despertar la pandemia. Las calles se llenaron de gente alegre, que bailó, gozó, cantó y muchos hasta llevaron sus familias. El odio hacia los banqueros, dueños del país, es tan grande que fueron inevitables los ataques a las sedes bancarias, a los alrededores del canal RCN, y a todo lo que huela a grandes grupos económicos. Pero fueron casos aislados. En todas las ciudades del país se les brindó un homenaje a los médicos y toda la primera línea que debe afrontar una pandemia que este miércoles dejó 490 muertos.
En algunos noticieros, como RCN por ejemplo, se ensañaron contra la marcha. No hubo una sola noticia positiva y eso que hubo muchas notas de color: las batucadas caminando por la séptima, el grupo de trans que bailó, y de qué manera, frente al Palacio de Justicia. La revolución y la alegría que ella trae no será transmitido ni en la radio ni en la televisión. Ni bobos que fueran. Las familias que controlan el país les dan línea a sus noticieros, ya sea en televisión o radiales. En eso la W Radio marcó alguna diferencia. Al menos no se les notó tanto la necesidad de satanizar la protesta. Lo de Blu Radio y Néstor Morales fue lo más lamentable. Otra vez el cuñado del presidente volvió a mostrar su racismo al tratar de resentido a un líder indígena que no se aguantó el insulto y le respondió lo que muchos piensan: que Morales es el gran enemigo del pueblo “no puede representar a Colombia cuando usted es del linaje de Duque”.
Entonces llegamos al Noticiero de las Siete y, al parecer, solo hubo violencia, muerte, resentimiento y destrucción. Y uno se encuentra a una señora en el Catatumbo llorando porque en el centro de Cali amedrentaron a los empleados de un banco. La falta de empatía hacia los verdaderos crímenes del país se ahonda cada vez que un colombiano se pone frente a su televisor. Las ondas catódicas que emiten la voz meliflua de Jessica de la Peña cumple con su lobotomía diaria.
Falta poco más de un año para que Duque sea oficialmente el último presidente uribista. Los medios cierran el cerco en torno a sus dueños. Ya arrancaron a mostrar que Petro está adelante en las encuestas, una táctica que siempre usan cuando faltan 18 meses para elecciones. Solo el coronavirus puede aguantar tanto tiempo en un pico. La idea es desgastar a Petro. Fico, uribista en jeans como pocos, tiene tribunas en todos los grandes medios. En la noche previa al paro Federico Gutiérrez, el gallo tapado de Uribe, señaló a Petro como el demonio que obligará a la gente a salir a la calle a contagiarse. La distracción serán los grafitis que pintaron los colombianos en sus calles, no la indignación que los mueve, no el cinismo de Víctor Muñoz, director del Dapre, que acusó a la movilización de impedir que llegaran hoy medio millón de vacunas Pfizer, no la maldad de un presidente estúpido que hoy, en París, en plena asamblea de la OCDE, mostró una imagen de prosperidad en un país devastado, el tercero que peor ha sabido llevar la pandemia. Es culpa de Petro que acá falten 850 días para lograr la inmunidad de rebaño mientras en Chile solo faltan 80. Es culpa de Petro que el desempleo esté disparado, que las masacres tiñan de rojo el Cauca. Es culpa de Petro que 10 millones de imbéciles le hayan alcahueteado a Uribe su intención de volver a ser presidente en cuerpo ajeno para salvarse de la justicia que lo encerraría para siempre en caso de que otro hubiera sido el presidente.
Desde que los grupos económicos manejen los medios de comunicación no habrá posibilidad de cambio. Jamás la habrá. Por eso, cuando ustedes prendan el televisor, llorarán porque le quemaron un banco a Sarmiento Angulo, se enternecerán al ver a los Esmad, tan buenos católicos, arrodillados rezándole a un Dios de la muerte. La protesta una vez más estará compuesta de marihuaneros desadaptados, desarrapados como Dilan Cruz que bien muerto está. En el país de Sarmiento Angulo los pobres son solo carne de cañón.