Desde que esta semana inició, las redes sociales nos han inundado con el vídeo de una cámara de seguridad donde un sujeto en su traje de paño, que da la idea de ser un ejecutivo de tantos que guardan su decencia y educación solamente para usarla dentro de las cuatro paredes que hacen llamar oficina, descarga su ira en contra de una perrita llamada Sasha. Agrediéndola a patadas mientras la saca a pasear.
Obviamente, ante este vídeo la opinión general fue desaprobación (por no decir muchas otras) E incluso intervinieron autoridades distritales como “protección y bienestar animal de Bogotá” para hacer el rescate de Sasha, una linda canina que se robó los corazones bogotanos y desde hoy tendrá una vida mejor como bien lo han hecho saber los medios.
Pero ¿Dónde quedan aquellos que no podrán tenerla?, ¿Aquellos cuyo maltrato no quedó grabado en una cámara de vigilancia? Pues esta es la historia de Matilda.
Hace más de un año, empecé a tener contacto con este pedacito de Santander llamado Vélez, conocido por sus deliciosos bocadillos y su iglesia atravesada. Pero jamás me imaginé que allí encontraría tal historia que me motivaría a escribir nuevamente.
Matilda, una linda criolla con no más de 4 años había crecido en una casa a dos cuadras del parque de Vélez y su vida estuvo rodeada de mucho amor (como debería ser la de cualquier amigo canino) Y desde que la adoptaron Luis Mateus y Olga Ballén, Matilda solo trajo esa incondicional compañía que usualmente llega a casa con un nuevo miembro de cuatro patas. Miembro que el matrimonio trataba como a su hija, y los hijos trataban como su hermana.
Matilda lo tenía todo: espacio donde correr, travesuras por hacer, dueños pacientes y estrictos pero amorosos, amigos de la casa que la consentían e incluso su propio día de cumpleaños con torta incluida para homenajear su presencia. Una “perrita muy noble” según palabras de su familia, que incluso se puede ver en vídeos familiares, no sabe si temerle a un cabrito o jugar con él.
Pero reza el dicho: “Nada en la vida puede ser completo” Y es donde empieza esta historia.
Don Luis Mateus (A quien conocen en el pueblo como “Chato”) un día salió hacia el bosque en un “paseo ecológico” (Nada más que una caminata usual para pasar el tiempo) con su compañera Matilda y un amigo suyo llamado Luis Ariza. Que también llevaba a su amigo canino, Bruno. Pero lo que pasaría no iba a quedar en ninguna cámara de vigilancia. Solo lo sabrían los árboles que los rodeaban.
En este punto quiero hacer una advertencia para usted querido lector: El relato puede ser un poco crudo; No le diré que se abstenga de leerlo. Por el contrario, por favor inténtelo. Para que estas palabras hagan justicia a los hechos de ese día.
Una vez en el bosque, se encontraron con dos peculiares personajes (bien conocidos en el pueblo) que entran en escena estando armados, han intimidado a Chato y a Luis. Pero no han emprendido en contra de ellos sino en contra de los acompañantes de cuatro patas.
En este punto uno pensaría en delincuencia común (un robo quizás), pero no fue así. Ante las amenazas con arma blanca los humanos no pueden hacer más que quedarse quietos y son forzados a presenciar la atrocidad que los verdaderos animales en la escena iban a cometer, puesto que al intentar intervenir por el bienestar de los perros son intimidados con machete y cuchillo. En ese momento uno de estos dos personajes llamado Ángel Kennedy Cruz ataca con sevicia a Matilda apuñalándola en la cabeza usando el arma blanca con la que había intimidado a Chato y a Luis. Abriendo su suave pelaje acostumbrado a nada más que caricias, acabando con su vida. Mientras lo hace y disfruta de su propia atrocidad (Como es propio de los episodios de sadismo) Chato y su acompañante tienen que ver esto sintiendo una mezcla de temor, rabia y desconcierto para luego culminar la escena ahorcando a Bruno hasta quitarle su último aliento para luego colgarlo en un árbol. Dos cuerpos sin vida en menos de un día mientras este asesino se regocija en la escena de su más reciente fechoría, de una actividad que le resulta enfermamente placentera.
Después de esto, la sensación incómoda para Chato y su acompañante de no saber qué hacer, de tomar los cuerpos de sus fieles compañeros y llevarlos a otro lado, de honrar lo que significaron sus vidas y cargar la evidencia de esta carnicería hecha para placer de otro hasta un lugar dónde poder dejarlos. Esa sensación no se compara con el dolor de llegar a sus casas a contar lo sucedido.
El daño psicológico que carga Chato en su alma por haber sido obligado a ver cómo se acaba una vida en frente de sus ojos y el dolor de su familia al enterarse que un miembro de su hogar ha tenido tal destino, son una cruz que lleva la familia Mateus Ballén desde aquel día de Abril de 2016.
Sin embargo, las cosas no iban a quedar así. Después de un merecido duelo por Matilda e incluso temer por su seguridad, Luis y Olga deciden instaurar medidas legales ante las autoridades de Vélez con resultados infructuosos. El asesino de Matilda goza cierta influencia pública al trabajar en una de las ONG del pueblo llamada “Vélez 500 años”. Aunque es bien sabido por todo el pueblo que no es la primer vez que el “mataperros” (como ya le dicen allí) comete un delito de esta clase.
Adicional a esto, acostumbra salir airoso de este tipo de situaciones ante las autoridades debido a su desmesurada confianza en sus contactos e influencias que parecen sacarlo de líos permitiendo que su enfermo vicio, su fetiche se repita.
¿Es este tipo diferente al agresor de Sasha, un tipo bien vestido del que nadie sospecharía? Bueno, al menos el agresor de Sasha ahora tendrá que responder por el delito de maltrato animal. Pero este asesino que lleva sin pagar la redención de sus pecados más de un año anda sin culpas ni penas por las calles de Vélez, siendo un peligro para su comunidad sin que su evidente patología psicológica sea una alerta para la comunidad de que el hoy asesino de perros sea mañana un homicida en potencia.
Después de un año de dolor y visitas a los juzgados. El “mataperros” reconoce implícitamente frente a las autoridades su culpa sin temor a una consecuencia, sentencia penal, privación de la libertad o incluso una multa. Esto ha demostrado su actitud irreverente y la confianza en su red de influencia que incluso abogados y fiscales han tenido que moderar por él. Puesto que en las citaciones que han tenido lugar se niegan a conciliar, ofreciendo soberbiamente reemplazar las vidas caninas que acabaron con la entrega de dos perros nuevos, como si de objetos con valor comercial tratase.
Este artículo más que un relato frío de los acontecimientos es un llamado de atención para nuestra sociedad en decadencia. Si pudimos rescatar a Sasha que a partir de hoy tendrá una mejor vida gracias a las autoridades distritales, Confío en que como comunidad podemos hacer que estas palabras hagan la justicia que el sistema no ha permitido que suceda. Juntos podemos hacer #JusticiaPorMatilda.