Saraí, la joven migrante que se labra un nuevo futuro a pesar de las dificultades

Saraí, la joven migrante que se labra un nuevo futuro a pesar de las dificultades

Dejó su país hace seis meses y ahora vive en Cúcuta. Allí le ha tocado rebuscársela: vende caramelos, obleas, minutos y refrescos

Por: J. Arbey Botello Albarracín
enero 06, 2019
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Saraí, la joven migrante que se labra un nuevo futuro a pesar de las dificultades

Saraí Alvarado, a sus 20 años, con una sonrisa de par a par restaura cada día la difícil realidad de su país; y por medio del destello de sus capacidades empolvadas en un oasis de pipas ha logrado conocer y edificar un verdadero sentido de vida en un destino que jamás imaginó.

La situación que afronta hoy su país le permitió dar un impulso positivo a aquellos rasgos de su personalidad, antes reflejados en la amargura y su desmerecer en hacer sentir bien a su familia. Hoy aquellos rasgos son palpados en la resiliencia de una joven luchadora y soñadora.

Saraí nació en Caracas, Venezuela, y a sus 17 años tomó las riendas de su vida. El tema empresarial siempre ha sido uno de sus sueños. Antes de migrar a Colombia cursaba cuarto semestre de administración comercial, estudiaba en la noche y trabajaba en el día vendiendo forros para móviles. Sin embargo, la compleja situación económica la obligó a migrar a un país jamás imaginado: Colombia.

Actualmente Saraí lleva viviendo en Colombia seis meses. “Cúcuta me recibió con los brazos abiertos, con respeto y admiración” relata la joven en medio de sonrisas mientras atiende a un joven que parece ir de prisa a la universidad.

“El primer día que llegué acá fue con este potecito”, señala Saraí el balde en el que se encuentra sentada. Hoy, en una esquina de la Avenida Guaimaral y bajo la sombra de un inmenso árbol, frente a un puesto de chance, esta joven inició lo que hoy llama “el oasis de las pipas”. Al inicio vendía chicha, “no conocía cómo hacerla, pero por internet aprendí. Realicé intentos, intentos, hasta que la hice”. Sin embargo, en ese entonces las ganancias eran pocas por la inversión y el trajín que acarreaba al transportarse de Guaimaral hasta San Cristóbal. Ya que al principio se le dificultó residir más cerca del puesto en el que actualmente labora. “A veces no había carro, me tocaba pedir la cola o decirle a chófer, ¡por favor! Llévame. En ocasiones debía ir a casa caminando”.

Distintos obstáculos adornaron el camino de esta joven migrante. Después de un tiempo, la licuadora que proveía el sustento de su vida (la chicha) se dañó. A pesar de los altercados que abonaban su camino en una ciudad desconocida, el motor de su corazón y el de sus capacidades era similar a una estrella fugaz que adorna el cielo en el mes de agosto. No fue un impedimento para rendirse, al contrario, a través de esa experiencia logró encontrar otras alternativas, como escuchar a su corazón decir: “Yo sí puedo, yo sí puedo. Y me ¡superé!”.

Ahora, una mesa con un mantel plástico, con caramelos, obleas, minutos y refrescos para el clima cucuteño adorna una esquina en la cual vende productos, pero que también, contagia a miles de jóvenes universitarios de la alegría y el esfuerzo que realiza esta joven migrante soñadora. Sus esfuerzos han valido la pena, ya no vive en San Cristóbal, ahora vive a seis cuadras de donde labora. El nivel de trabajo ha menguado. A las ocho de la mañana estaciona su mesa y su carreta frente al chance, y al amparo de la luna, tipo ocho de la noche se marcha a casa.

“Me siento superada, no tengo pena, ¡claro! los miedos siempre están, pero el miedo es una superación”.

El anhelo de esta joven migrante llena de sueños es lograr obtener los papeles en regla para ir a la base de una sólida edificación: la educación. Su cronograma es prepararse e ir al Sena, y así, con sus estudios, mudarse a otro lugar. “No sea negligente consigo mismo, da el cien por ciento de ti”, narra con seguridad la joven migrante soñadora.

¿Qué mensaje le deja usted a los cucuteños respecto a la estigmatización? le pregunto. “No dar toda la confianza, pero sí mantenerse en la incógnita de quién es esa persona. Y no juzgar de buenas a primeras” responde Saraí Alvarado.

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