Parece que ya se empieza a gestar un reemplazo de “la Far” para achacarle todos los males del país. No es un nuevo grupo armado. Ni siquiera la desprestigiada clase política, ni el insensible empresariado colombiano. Se trata de alguien menos notable, a quien no sale a defender nadie, que no le duele a casi nadie: las niñas.
Hace tan solo una semana una niña de 13 años fue apuñaleada 52 veces por integrantes de una pandilla en Cali. Este caso solo difiere en el número de puñaladas a los que todos los días se registran en el Distrito de Aguablanca en Cali. Allí, como lo revelan informes de la Personería, las niñas están sitiadas por las violencias. Como lo reseña Laura Marcela Hincapié, reportera del diario El País, sus agresores, que muchas veces son también menores de edad, siempre tienen justificaciones: por sapa (quiere decir que se sienten amenazados por cosas que las niñas saben o por ser ellas familiares de enemigos) por crecidas (si no acceden a ser sus mujeres, o si quieren terminar con ellos después de una relación).
También son sometidas a las llamadas “vacamuertas” o violaciones múltiples por un grupo completo de jóvenes y hombres mayores, como mensaje intimidatorio hacia otro grupo de hombres, o a la comunidad entera.
Recuerdo la investigación de María Emma Wills y el grupo de Memoria Histórica acerca de los repertorios de las violencias de grupos armados en Colombia. Nos alertan que en este largo conflicto armado de Colombia, como en todas las guerras, lo que se disputan no son solo territorios, sino un orden simbólico y cultural. De tal manera, aunque los actores armados hayan abandonado físicamente un territorio, dejan instalados valores, formas de ser, actuar, reconocimientos y desconocimientos que las propias poblaciones siguen repitiendo. En el caso de las niñas y niños, crecen viendo quién es el varón más exitoso en términos de respeto, de acceso a las mujeres, al reconocimiento: No es aquel más estudioso, ni el más solidario, ni el mejor papá, ni el que resuelva problemas de la comunidad con su talento o su capacidad de gestión… Es el más matón, el que inspire más miedo, el que logre desterrar los sentimientos de compasión y empatía y en su lugar instale la ira, el desprecio, el que logre ver como objetos a las demás personas, para poder correr cada vez más los límites del horror sin remordimiento por el dolor causado.
Es muy fácil detectar los rastros de estos nuevos órdenes culturales en nuestras sociedades: los feminicidios en Juárez, en Guatemala y en Honduras por parte de las “maras” o pandillas, residuos y afluentes de la violencia del narcotráfico, son un ejemplo, la política del todo vale y “lepegoenlacaramarica”, es otro rastro del matoneo y el desprecio por lo femenino en otro nivel.
Entonces urge una reflexión y una acción inmediata y profunda acerca de qué parte de estos órdenes está cargando y repitiendo cada uno y cada una.
Lo quiero ilustrar con ejemplos aparentemente lejanos de esta realidad:
En múltiples espacios que comparto y comparten mis amigas con maestras, mamás y personas adultas en general, circula un discurso que afirma que las niñas ahora, son busconas, arrechas, acosadoras con los pobres muchachos y con esto sientan las bases para justificar muchas de las violencias que ellas sufren. El despertar normal y no siempre placentero de la sexualidad, el coctel de hormonas que se vive a diferentes edades de la pubertad, se censura con mayor intensidad que las violencias enormes que sufren las adolescentes. Si usted ha afirmado que uno de los males modernos es tener niñas busconas y alborotadas, ese es el pedazo de orden patriarcal que está repitiendo.
En contraste con lo anterior, en casi todas las regiones del país, la gente de los pueblos asiste pasiva a la explotación sexual infantil. Niñas ofreciendo servicios sexuales a cambio de comida, ropa, celulares y otros signos de estatus en la sociedad de consumo. Niñas ofrecidas como parte de paquetes turísticos con “todo incluido”. Incluso casas de prostitución que se llaman “casa de muñecas” para anunciar la edad de las mujeres ofrecidas a los ávidos “clientes”. Familias enteras presionando a sus hijas para que se enganchen en una relación con algún hombre de mejor nivel económico, con todas sus esperanzas cifradas en que algún narco, hacendado o actor armado les mantenga o les proteja a cambio de entregar a sus hijas. Parece que otro de los mensajes de este “nuevo” y asqueroso orden cultural es que la sexualidad es mala si se ejerce por placer y buena si se hace como negocio.
Por último, quiero destacar el cerco que han sufrido en estas semanas las niñas del país con el tema de la vacuna contra el virus del papiloma humano. Las farmacéuticas y algunos funcionarios las ven como un negocio. Las Iglesias las ven como pecadoras, preparándose para un cochino acto de impudicia, e incluso el gobierno las ha tachado de histéricas. La presencia de metales pesados en sus cuerpos, su asfixia y la parálisis de sus piernas no merecen pensar en otras causas. Para proteger el millonario negocio de las vacunas, se ha revictimizado a las niñas con la vieja fórmula de llamarlas histéricas, locas, sugestionables, gobernadas por emociones y miedos sin razón. Quisiera recomendarles al ministro Gaviria y al presidente Santos el viejo aforismo español: “Ante la duda, abstente”.
Esta abstinencia de aplicar una vacuna que puede estar poniendo en mayores riesgos a nuestras ya vapuleadas niñas, puede ser el comienzo de un momento en nuestra historia como país en el que pongamos —por fin— en el centro de nuestros esfuerzos y capacidades, la protección y reparación de la vida de uno de nuestros grandes tesoros y potenciales como nación: las niñas.