Santrich tiene el talante de los guerrilleros de los años sesenta. Con sus gafas oscuras y su kufiya palestina parece una mezcla entre Yasser Arafat y Jacobo Arenas. Es radical, duro, con principios y les despierta a los uribistas, y a todos los colombianos de "bien", el más profundo de los desprecios.
La noche en la que se firmaron los acuerdos de Cartagena la plana mayor de las Farc durmió en Villa Claver, un monasterio de Turbaco. Santrich estaba molesto, no tanto porque esa tarde no lo dejaron subir con los otros miembros de las Farc a la tarima en la ciudad amurallada como castigo a sus trinos y comentarios sobre el proceso de paz. No, Santrich tenía un dolor más profundo, un presentimiento, por eso se le acercó a una periodista y le dijo con su voz rasposa “Nos van a matar a todos”. El jefe negociador guerrillero no solo pensaba en los disparos de un sicario en una moto sino que los iban a borrar de la historia.
Las condiciones que pidió las Farc en un primer momento de negociación, en donde se llegó a hablar incluso de un ministerio, se fueron bajando dramáticamente en La Habana por parte de la delegación del gobierno encabezado por un tecnócrata neoliberal como es Sergio Jaramillo. Con la cachetada que recibieron las Farc, el gobierno y todos los que votamos Sí el pasado 2 de octubre, esas pretensiones quedaron reducidas a sus mínimas proporciones. Ayer martes 27 de junio entregaron sus armas colectivas y cerraron para siempre la posibilidad de regresar al monte. Las entregaron con resignación, como si fuera una fuerza combatiente vencida. Mientras Rodrigo Londoño, Pablo Catatumbo e Iván Márquez se paraban en una tarima en Mesetas Meta a abrazarse con el presidente Juan Manuel Santos en una Zona de Concentración a medio terminar, Jesús Santrich se declaraba en huelga de hambre con otros 1600 presos de las Farc que esperan desde hace meses ser amnistiados. El santanderismo colombiano ha hecho de las suyas y a empantanado uno de los puntos esenciales de la negociación.
No se mete mentiras y sabe que la gente los detesta
en parte porque el estalinismo de las Farc los ha dejado obsoletos, anacrónicos,
sin poder llegar más allá de donde hicieron un tejido social
Santrich es tal vez el único comandante que no se mete mentiras y sabe que la gente los detesta en parte porque el estalinismo de las Farc los ha dejado obsoletos, anacrónicos, no tienen la capacidad de llegar más allá de los pocos lugares donde hicieron un tejido social. Santrich es lo suficientemente inteligente para saber que su camino no es el de la política sino el de las ideas. Qué gran columnista sería.
Yo no me imagino a Santrich corriendo de un lado a otro en Bogotá a cumplirle las citas a los señorones por los que pelearon durante 53 años. No veo en Santrich con la sumisión de Iván Márquez, el hombre al que le habla al oído, haciendo fila para darle la mano a un senador norteamericano. Veo en Santrich a uno de los pocos hombres a los que las décadas que lucharon en el monte les dejó claro quién es el enemigo del pueblo colombiano. Y con ellos uno se reconcilia pero nunca pacta ni hace alianzas.
Santrich es un egresado de historia de la Universidad del Atlántico
que toca el clarinete y lee poemas de Keats
Su humor negro, que raya en el sarcasmo, es la mejor muestra de su inteligencia. Si Timochenko es un campesino raso y comunista que tiene como únicas lecturas Así se forjó el acero y las novelas de Álvaro Salom Becerra, Santrich es un egresado de historia de la Universidad del Atlántico que cada vez que puede toca el clarinete y lee poemas de Keats. Es, con Pastor Alape, el único intelectual de este ripio de comandantes guerrilleros que dejó la guerra. A diferencia de Alape no comete el error de posar al lado de eminentes figuras de la parapolítica como Rocío Arias o sonríe al lado de su novia en el concierto de los Rolling Stones en Cuba para despertar al avispero uribista. Si a él lo invitan a programas bien de derechas, como el de Vicky Dávila en la W, no se arruga y da muestras de su humor negro, demoledor y termina desesperando a periodistas tan prejuiciosas con la guerrilla como la exdirectora de la F.M.
Para Santrich no hay nada que celebrar. Su lucha siempre fue por el poder, ese que llegó a ver de cerca cuando se reunía con Hugo Chávez en el palacio de Miraflores por allá en el 2008, cuando el presidente venezolano era el mediador con Uribe para que liberaran a los más de 300 presos de las Farc que estaban en las cárceles del país. Santrich está en huelga no solo por los incumplimientos del gobierno Santos sino porque los comandantes de la guerrilla, los que pelearon a su lado, se están convirtiendo en lo que más odiaron: aspirantes a políticos provinciales que hacen alianzas hasta con el ex Senador Juan Carlos Martínez todo por saborear, así sea un poquito, el mondongo del poder.