El proceso de paz no depende de la situación jurídica de una sola persona, va más allá de la situación personal de Santrich. La telenovela de Jesús Santrich que han tejido los enemigos del proceso de paz, incluidos los sesgados medios de comunicación, nos la quieren vender como si con este affaire fracasara todo lo logrado con él. Ese es su más íntimo deseo. Estas son las estrategias de manipulación y engaño de siempre, que nos llevan a perder en cualquier circunstancia que se presente: con cara gano yo y con sello pierde usted. Ese es nuestro ineluctable destino, a eso nos han llevado.
No se puede desconocer que este escándalo perjudica, pero tampoco que estamos ante la situación de un presidente que sale en los medios a señalar culpables sin el más mínimo respeto por el principio básico de presunción de inocencia y el respeto por el debido proceso. Ahora bien, mientras la citación a indagatoria a Álvaro Uribe duerme el sueño de los justos, la de Santrich fue fechada velozmente para el 9 de julio. ¡¡Qué eficiencia!!
Retomando, con ese panorama, Santrich tranquilamente podría invocar, y con razón, la falta de garantías en su caso, porque aquel que llaman "presidente" tomó partido, lo declaró culpable y lo condenó en los medios. Además, no solo lo declaró culpable sin haber sido vencido en juicio, sino que quien llaman "presidente" se hizo acompañar en esta aventura de los consabidos abyectos congresistas de su perversa causa y los amanuenses formadores de opinión que lapidaron al exguerrillero públicamente. Así cualquiera se da cuenta de que no existen garantías. Todo lo anterior parece calculado por los enemigos del proceso. Con cara gano yo… con sello pierde usted.
El subpresidente, con su procaz lenguaje, propició esta situación de hecho, que conlleva a la desinformación y al caos institucional... y así critican a Venezuela. Definitivamente, no hay presidente... o si lo hay, él ejerce como subpresidente y el presidente en la sombra es el otro. ¡Oh, confusión!, ¡oh, caos!
Lo anterior también puede responder al engaño sistemático al que nos vemos constantemente sometidos los colombianos y como consecuencia de esto, la conducción de Jesús Santrich a una situación tal que no quedaba otra alternativa que desaparecerse. Si aparece, que lo veo poco probable, dirán que es un narcotraficante al que hay que extraditar. Y si no comparece, también ganan, ya que dirán: “es un bandido fugitivo que evade la acción de la justicia”. Sea como sea, en cualquier circunstancia pierde el proceso de paz.
Sabemos que la secta política ha llevado a los colombianos a una situación tal que con cara gano yo y con sello pierde usted. Al haber ganado la anterior elección presidencial la extrema derecha se podría suponer que iba a gobernar decentemente, tratando de hacernos olvidar esos oscuros episodios de los dos gobiernos del uribato. Pues todo lo contrario pasa hoy, están estableciendo en este gobierno las mismas prácticas: revivir los falsos positivos, hostigar a contradictores y a las altas cortes, censurar la opinión, hacer fracasar la anhelada paz y la “lucha contra la corrupción” dejarla incólume. Todo independientemente de que el desempleo supera los dos dígitos y sigue subiendo a cifras alarmantes para la economía que se encuentra frenada.
La estrategia es sobredimensionar el caso Santrich para hacer ver que el proceso naufraga. Eso es lo que tenemos que evitar para no caer en su trampa, porque es parte de la protervidad y maldad de los enemigos del proceso de paz: siempre nos plantean engaños al estilo plebiscito. Da tristeza ver cómo personas como Humberto de la Calle Lombana, que tejió y fue el arquitecto de este proceso, caer redonditos ante el infantil engaño de la caverna.
Santrich no es el proceso de paz, Santrich es una persona que se acogió a un proceso jurando cumplir lo acordado. Si se demuestra su incumplimiento, los acuerdos tienen prevista la debida sanción y se acabó el cuento. Su caso debe ser analizado por la Corte Suprema de Justicia y la JEP. Estos dos organismos judiciales deberán pronunciarse y punto. La recomendación es no caer ingenuamente en la red del engaño y manipulación, como si todos perteneciéramos a la cultura zombie que campea.