Puede sonar cínico, pero Jesús Santrich está dando pasos hacia la paz. A la fecha depende de la Corte Suprema de Justicia si lo podemos catalogar de delincuente o exdelincuente, porque no podemos negar sus actos ilícitos mientras conformaba el grupo guerrillero; quizás por su personalidad, sus gestos provocadores, su lenguaje con sátira, lo definen en la actualidad como un personaje detestable.
A pesar de los líos jurídicos que se fueron dando en su proceso de investigación y comprobación de acusaciones, el exnegociador de paz en La Habana pasó de la cárcel La Picota, al búnker de la Fiscalía y, por último, al Capitolio Nacional, como congresista, más específicamente como representante a la Cámara por el partido de la rosa; trazado un inédito camino político en la historia de Colombia. Después del fallo de la corte que lo colocaba en libertad, la opinión pública marcaba unas posturas claras de no estar de acuerdo con en la sentencia dictaminada por el alto tribunal, colocando nuevamente encima de la mesa el pedido de extradición de Estados Unidos.
Con las garantías brindadas por el Consejo Nacional de la Judicatura y la Corte Constitucional, fundamentadas en el Estado de derecho, ahora la intención de construcción de paz pasaba a las manos de Santrich, era su decisión el posesionarse o salir huyendo a las guaridas de Márquez, “El Paisa” y “Romaña”, que por cierto es hora de que aparezcan.
porque ahora la responsabilidad recae nuevamente el corte, la que va a determinar si es culpable o no, si lo fuese después del 2 de octubre de 2016, Hernández Solarte debe perder todos los beneficios que le brindaba el acuerdo y pasar a la justicia ordinaria implicando una irrevocable extradición, sino lo es deja la institucionalidad de Colombia entredicho, incluyendo las posturas tomadas desde la Casa de Nariño.
Por último, lo vivido en el recinto legislativo hace parte del proceso de transición y del reconocimiento del otro como sujeto pensante. Estos actos ayudan a la construcción de país desde las líneas de poder.