A encomendarse a todos los santos, no sólo a Juan Manuel, que de aquí en adelante el cuento se pone azaroso y enmarañado. Buenos deseos hay, pero ya se sabe, el camino al infierno está repleto de buenas intenciones, verdad verdadera que ya se presiente en el desfile espectral de un hombre carcomido por el odio y la venganza, seguido de sus huestes repletas de Cabales y Obdulios, que con eso queda todo dicho.
Pero el problema es que no es solo Uribe y su fundamentalismo. Son muchos años, demasiados, de una guerra que nos enseñó a sacar lo peor de nosotros, comenzando por la vida, devaluada hasta el punto de convertirse en mercancía. Volverla sagrada es tarea de muchos años, de varias generaciones, de no pocos tropiezos, de desazón, esperanzas y frustraciones.
El recuento de horrores abisma no solo por su barbarie sino por el país que nos tocó en suerte. ¿Cómo hemos podido sobrevivir a tanta miseria humana? ¿Cómo puede haber lugar aún para la esperanza, para el perdón, para la reconciliación? El "corte de franela" de la vieja violencia, las torturas en los establecimientos militares, las desapariciones, las matanzas indiscriminadas, los genocidios de grupos políticos, los falsos positivos, los campos de concentración selváticos, las minas antipersonales, los desmembramientos, el desplazamiento infinito…
En el horizonte hay un quizás, hay dos enemigos conversando, y aunque los colmillos se asoman de vez en cuando, el que hayan estado sentados frente a frente durante dos años, da pie para pensar que esta vez es la vencida. El optimismo es frugal, con remiendos aquí y allá, porque si algo hemos aprendido a lo largo de este infierno, es a desconfiar. No es la primera vez. Se intentó desde Guadalupe Salcedo y Dimas Aljure, en los lejanos años cincuenta, y el odio se atravesó como vaca muerta.
El genocidio de la Unión Patriótica, los magnicidios de Galán, de Jaramillo, de Pardo Leal, de Pizarro…dieron un portazo en las narices a la reconciliación. Demasiados intereses en pugna. Una extrema derecha feudal dispuesta a todo para conservar sus centenarios privilegios y una extrema izquierda resuelta a devolverles el favor en igual medida, es el escenario. Terror de parte y parte, y en el medio, millones de víctimas poniendo los muertos y enterrando el futuro.
Hay esperanza, sí, por fortuna. Nunca antes se había avanzado tanto, nunca como ahora se había planteado darle un golpe de timón a Colombia y enfrentar el futuro con reformas que desde López Pumarejo se han querido llevar a cabo, pero que se han visto frustradas por quienes no quieren que nada cambie. Un nuevo modelo para el campo y el regreso de millones a sus tierras es una tarea descomunal, pero si al menos se cumple en parte, Colombia empezará a ser diferente.
Equidad es la meta; la educación, la herramienta; la terminación del conflicto armado, su cimiento. En La Habana se juega el futuro, pero no es el futuro. Este presente de diálogos, de construcción de la confianza, de cambiar las balas por votos, de pensar en un país incluyente, es apenas la puerta de entrada para lo que todos queremos de Colombia y ahí está la paradoja.
A nuestra generación no le corresponde construir la paz sino finalizar la guerra. La convivencia pacífica, la tolerancia, el respeto a la vida, la moral pública, la conformación de un país incluyente, todo eso es la paz y no lo veremos. Sólo nos corresponde abrir la puerta. Varias generaciones, quizás lo que resta del siglo, cada una avanzando por la cuesta empinada de la reconciliación, pondrá su cuota para alcanzarla.
La buena noticia es que por este largo y tortuoso camino ya estamos dando los primeros pasos. Pero son tan pocos y tantos los enemigos, que la fragilidad de nuestro empeño puede llevarnos a un nuevo fracaso. Empero, tengamos claro que de nosotros, sólo de nosotros depende que se sigan dando nuevos pasos hacia la paz. De nadie más.