A pocos días de empezar los Olímpicos de Río y a unos tantos de acabarse el Tour de Francia, surgió una controversia de vieja data por una respuesta de Winner Anacona al presidente Juan Manuel Santos, sobre la falta de apoyo que tiene el ciclismo -yo incluiría todo el deporte y la cultura- en el país. La respuesta fue incisiva de la directora de Coldeportes Clara Luz Roldán, al echarle en cara al deportista cuando no era “nadie” y lo llevaron a un Mundial de Ruta por cuenta de Coldeportes. Y fuera de eso hace politiquería con el plebiscito para la paz, presionando a los deportistas para que lo apoyen desde las justas olímpicas.
Lo afirmado por Anacona es cierto: “los deportistas se hacen SOLOS” en un país donde a la clase política poco le interesan los deportistas -- al igual que la cultura-- porque no generan votos, porque para llegar a la cima se necesita tiempo, disciplina y sacrificio. Eso para los politiqueros es una pérdida de tiempo, porque ellos enseñan el facilismo, una gloria inmediata para posar en la selfie de ganar honores no adquiridos. Y muestra de ello es el incumplimiento del presidente con los 147 deportistas colombianos que clasificaron a los olímpicos de Río en busca de las anheladas medallas. Santos debe ponerse una máscara no para ocultar su identidad como lo hacía el luchador, sino para que pueda ocultar su vergüenza ante los ojos de los deportistas y del país.
El 5 de agosto del año pasado, la Ley del Deporte fue radicada en el Congreso con bombos y platillos por el ministro de Interior, Juan Fernando Cristo, acompañado de deportistas de la talla del gimnasta Jossimar Calvo. Esta actualizaba la normatividad que sobre este tema era regida por una ley obsoleta de 1995, y la que planteaba financiación al sistema nacional del deporte. A su vez, creaba una comisión disciplinaria para el dopaje, vivienda, créditos y becas para los deportistas. Tenía incentivos como la seguridad social, pensión para nuestras leyendas que estén en problemas económicos como Pambelé, que vende los CD de sus peleas por las calles de Cartagena o los polémicos regalos en el Mundial Juvenil de Atletismo realizado en Cali, cuando les dieron a la delegación colombiana zapatos de talla mayor lo que originó el enfado de Catherine Ibargüen. La misma ley buscaba reglamentar el funcionamiento de los clubes, para evitar la filtración del narcotráfico, entre otros estímulos para los jóvenes deportistas.
Pero el único avance que tuvo el proyecto de Ley del Deporte en el Congreso fue la presentación de la ponencia para primer debate, porque nunca fue objeto de discusión. Y por consiguiente, luego de un año, ya está durmiendo el sueño de los justos después de una solicitud de archivo, y claro, sin el despliegue que se le dio al momento de radicarla, sin los bombos y platillos como le gusta al presidente. Es decir, la Ley recibió un entierro de quinta.
Es bien sabido que la política es sinónimo de mentira, que se ufanen con las victorias ajenas y que no reconozcan sus errores sino que culpen a otros. Estas son cualidades de nuestra clase dirigente, pero recriminarle a un deportista lo que se le da en cara cuando este ha hecho méritos para ganárselo, para quedar bien con el presidente, es cinismo, cuando muchos de esa estirpe gobernante son peores, porque practican el ejercicio de apropiarse del erario sin tanto pudor.
Razón tiene el diario El Espectador en uno de sus editoriales cuando asegura que: “En las críticas a Quintana quedó en evidencia un país facilista, enamorado de las glorias inmediatas, inconsciente del trabajo que requiere llegar a la cima, incapaz de valorar lo que sí se consigue. ¿Qué mensaje les envía eso a los demás deportistas y a todos los colombianos? Que si los triunfos no se consiguen en el primer intento, ya no tienen ningún valor”.
Lamentable, pero así es nuestra realidad: una oficial mentira que nos gobierna.