Santos no traicionó a Uribe, fue leal a su clase

Santos no traicionó a Uribe, fue leal a su clase

El Nobel entendió que el modelo de guerra permanente no era viable, por eso se inclinó por la solución dialogada del conflicto interno, a través del acuerdo de paz

Por: Oto Higuita
marzo 26, 2019
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Santos no traicionó a Uribe, fue leal a su clase

Juan Manuel Santos no traicionó a Álvaro Uribe, fue leal a su clase, la oligarquía, y se le puede caracterizar como un gran burgués, pues no es otro su origen. Uribe, en cambio, tiene un origen social y económico diferente, es un desclasado proveniente de lo que la sociología llama clase emergente, que en este caso es el narcotráfico y los carteles de la mafia, que invirtieron grandes capitales en la adquisición de tierras.

Tras dos gobiernos de Uribe como presidente (2002-2010), caracterizados por su conocida estrategia de seguridad democrática, inversión capital extranjero, y la cohesión social, los tres huevitos como se le conoce a los tres pilares básicos de su gobierno, período durante el cual nunca aceptó que en Colombia había conflicto armado interno, sino una amenaza terrorista, y luego del resultado del Plan Colombia que implementó el gobierno de otro gran burgués como Andrés Pastrana (1998-2002); la oligarquía que apoyó a Santos (2010-2018) comprendió que había llegado el momento de volver a gobernar con un estilo y maneras diferentes el Estado, como en efecto lo hizo.

Ya el Plan Colombia había arrojado sus "frutos", millones de víctimas, miles de desaparecidos, masacrados, fusilados, falsos positivos, encarcelados, secuestrados, y con una guerrilla acorralada, sin norte ni estrategia que la sacara del atolladero en que estaba, bastante debilitada, casi derrotada militarmente ya que políticamente no existía, ¿qué mejores condiciones para proponerles la salida que les ofreció?

Santos y la alianza con un sector determinante de la oligarquía que lo apoyó, más ligada al sector financiero, industrial e inversionista, entendió que el modelo uribista de guerra permanente (el cual conocía muy bien porque había participado como ministro de Defensa y había experimentado lo que era contar muertos inocentes, falsos positivos y bombardear campamentos guerrilleros en países vecinos) sin otra opción al largo conflicto armado que la derrota del enemigo interno terrorista no tenía futuro y por eso se inclinó por la solución dialogada del conflicto interno, a través del acuerdo de paz con las Farc.

Para ello bastó con que Santos reconociera en el 2011 que en Colombia había un conflicto social y armado interno, y de paso enviarle una señal a su enemigo histórico, las guerrillas, de que reconocía su estatus de beligerancia.

Esa fue la causante del odio y acusación de traición del sector que ha priorizado la guerra en Colombia y ha desechado el camino del diálogo y la concertación para acabar con el “enemigo interno” y el enfrentamiento armado, de ahí que toda su estrategia se base en cerrar el camino a cualquier posibilidad de paz, así sea incumplida, incompleta y efímera. Esa fue la jugada política de un gran burgués, una hábil movida de una partida de ajedrez, que el uribismo y la godorrea colombiana no le perdonan.

Lo demás es bien conocido. El uribismo soñó y sueña con derrotar completamente a las guerrillas, lo cual no solo es innecesario e inútil, además de costoso, pues cualquier conocedor de la historia del conflicto sabe cuál es la situación del movimiento social y de la izquierda, las condiciones en que están las guerrillas como el ELN y los disidentes, entiende que no hay la menor posibilidad de que en Colombia se de una insurrección armada o toma armada del poder, y menos que éstas sean una amenaza real a los intereses políticos y económicos de la clase que históricamente ha gobernado.

En efecto, la nostalgia del triunfo militar uribista que no pudo ser, insiste en un imposible, conquistar un trofeo imaginario, realidad líquida, para usar la expresión del sociólogo Zygmunt Bauman (La modernidad líquida).

Pero las guerrillas más antiguas y más cansadas de la guerra, golpeadas y debilitadas respondieron a la oferta de Santos, incluso con la cabeza de su comandante sobre la mesa; la otra, la oferta de Uribe, hubiera sido más humillante.

Ahora, si se analiza más de fondo, los intereses de clase de la oligarquía salieron muy bien librados con la desmovilización de las Farc; pero la tendencia emergente, más reaccionaria y ligada al narcotráfico y la propiedad de la tierra, que tuvo como estrategia continua el paramilitarismo y el uso del aparato del Estado para cometer todo tipo de crímenes y violaciones contra la población y la oposición e insiste en que los exguerrilleros y el puñado que queda en el monte salgan pero a rendirse y para la cárcel, va seguir persistiendo en una batalla perdida, ganada por un sector de clase políticamente más hábil y experimentado en el tablero del juego con el enemigo interno y la estrategia para derrotarlo.

De ahí el ataque permanente a la figura de un gran burgués y oligarca como Santos, porque les arrebató ese trofeo. Su insistencia perversa para devolver el reloj atrás y dar el golpe de gracia a los que nunca pudo vencer por las armas, a pesar de éstos haber entrado en estado de conciliación, está costando más vidas, más daño a la sociedad, y puede ser la pesadilla de todo un país sino se sabe derrotar esa tendencia.

Adenda: ¡no faltará quien me acuse de santista!

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