Santos: el talón de Aquiles del acuerdo de La Habana
Opinión

Santos: el talón de Aquiles del acuerdo de La Habana

Donde está la vulnerabilidad y lo incompleto del acuerdo es en la contradicción entre los medios para llegar a él y lo que él promete

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agosto 31, 2016
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Contrariamente a lo que se repite, lo que debe poner en entredicho el acuerdo de La Habana es que es demasiado perfecto.

O por lo menos la interpretación que se le da, según la cual se acaba la guerra, se reivindica el campo y al campesino, se cambiara la justicia tanto en su concepto social como en el operativo, se derrotará el narcotráfico y se reconocerá el derecho a la protesta social y a la oposición política sin perseguirlos.

Como diría el bobo del pueblo: ‘de eso tan bueno no dan tanto’.

Vale aclarar que no por las críticas uribistas porque no son válidas; no lo son no solo porque lo que critican es justamente lo que se busca (cambio de armas por votos; suspensión de las hostilidades; reconciliación o por lo menos reintegración de la guerrilla a la vida normal) para lo cual no se puede esperar un acuerdo en el que se autodeclaren criminales y aprueben que se les imponga un castigo como tales, sino porque lo que motiva a sus promotores es la necesidad compulsiva de mantener el statu quo les garantiza como mínimo los privilegios que hoy tienen, y en últimas no es más que la estrategia al servicio del objetivo de acceder al poder que han perdido.

Donde está la vulnerabilidad y lo incompleto del acuerdo es en la contradicción entre los medios para llegar a él y lo que él promete.

Como lo que se logró fue con base en trampas y mentiras y cambios ilegales en la institucionalidad, lo que realmente se sienta son las bases o bien para que se repitan estos mismos métodos para lograr otros resultados —esos sí cuestionables—; o consolidar y continuar el sistema de mentiras y trampas incumpliendo olímpicamente lo prometido.

Porque infortunadamente trampas son las que llevaron al plebiscito, a la justicia transicional, al fast track, a las ‘facultades habilitantes´, y a todos los mecanismos que suponen permitir cumplir lo acordado.

Y mentira es que estemos ante una disyuntiva de ‘guerra o paz’ según gane el Sí o el No el plebiscito.

Y aún más trampa con un plebiscito por el cual prácticamente se nos obliga a votar, puesto que nadie leerá su contenido (como cuando se vota por un presidente y no por el programa que ofrece y que nadie analiza), pero al presentarlo como ‘por la paz’ nadie puede estar por el No y menos si la amenaza es que si el Sí no gana se vuelve a la guerra.

Y peor aún tras la sentencia de la Corte donde, contrario a la lógica y a sus propias sentencias, desapareció el valor de la abstención y la posibilidad de expresarse a través de esta o del voto en blanco como manifestación de inconformidad con las opciones que se ofrecen.

La sentencia de la Corte además creó la obligación de que si no se alcanza el umbral el resultado es la desaparición de lo acordado (reforzando así la aberración de permitir una ley aplicable exclusivamente a un caso).

 

Lo que mucha gente entiende es que lo que se montó
no fue un plebiscito para respaldar los acuerdos
sino para que aparezca un respaldo al gobierno

 

Pero lo que mucha gente entiende es que lo que se montó no fue un plebiscito para respaldar los acuerdos sino para que aparezca un respaldo al gobierno en un momento en que el presidente en ejercicio solo cuenta con una aprobación de menos de una tercera parte de la ciudadanía. Porque eso es lo que explica que el apoyo al SíI al plebiscito también se encuentra apenas en esas proporciones.

Y se ve también como una consolidación y un reconocimiento aparente a la clase política en cabeza del expresidente Gaviria y su gavilla —Pardo, Serpa— quienes ante una sentencia por inmoralidad administrativa han logrado hasta hoy desafiar los fallos de la Justicia Colombiana.

Por eso nos encontramos ante el peligro que pase como con el brexit o como el menos conocido caso de Grecia, donde los pueblos votan en contra de lo que claramente son sus intereses porque los motiva más la protesta contra el gobierno.

Absurdo, paradójico y en últimas claramente injusto con Santos, y más aún con los equipos negociadores (porque el mérito de llegar al acuerdo debe ser compartido), pero la realidad en este momento es que ante el rechazo al resto de la gestión presidencial el resultado en el plebiscito dependerá de lo mismo que en las técnicas de cualquier campaña publicitaria donde de lo que se depende no es del contenido ni de la calidad del producto, sino de la capacidad de manipular al individuo.

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