El presidente Santos tiene varios ‘récords’:
Entre los gobernantes actuales de Latinoamérica es el que menos aprobación tiene en su propio país. Ni siquiera Maduro o Dilma Rousseff o su sucesor Michel Temer tienen niveles más bajos.
También es entre los presidentes de la historia de Colombia, el que más bajo ha caído en la calificación sobre su gestión; ni siquiera Andrés Pastrana que ostentaba ese récord, o Samper en los peores momentos del 8.000 tuvieron tan mala imagen.
Pero simultáneamente su gobierno es calificado en el exterior como el mejor del subcontinente; su ministro de Hacienda como sobresaliente; el sistema de salud como el tercero mejor del mundo; y recibe el segundo Premio Nobel de un colombiano como reconocimiento a su gestión por la paz.
Este último pareciera ser lo único con lo cual coinciden —y con razón— la mayoría de los colombianos. La otra bandera que muestra —las inversiones del 4G en infraestructura— ha sido, por un lado, sujeto de escepticismo (promesas a plazo remoto y basadas en recursos de bonanzas que no existen) y, por otro, más reivindicadas y asumidas por Vargas Lleras quien aparece más como opositor que como cogobierno (además sus dos principales contratos —la canalización del Magdalena y la Ruta del Sol 2— en condiciones complicadas). Curiosamente no se le reconoce ni el gobierno enfatiza la buena gestión en las TIC gracias al anterior ministro (tal vez por lo opaco del actual).
Este fenómeno de desaprobación es generalizado no solo en las encuestas de opinión sino es cuasiconsenso entre los analistas de todos los niveles, periodistas, columnistas, y los académicos. Y él mismo lo reconoce, describiéndolo como fruto de las críticas y oposición de la derecha y la izquierda, sin enfatizar hasta donde se reduce su ‘centro’.
Santos, aplaudido externamente, parece ser un incomprendido internamente.
Explicación:
La habilidad y la vocación por el manejo de las noticias y los titulares del hoy primer mandatario está fuera de duda: lo certifican su formación, trayectoria y éxitos en ese campo (dueño y cargos en periódicos, premios nacionales e internacionales). Igualmente evidente es su carácter de miembro del ‘establecimiento’ con participación natural en la elite de los poderes (mediático, político, económico y social).
El país que él ‘vende’ es fácilmente aceptado por quien ni lo vive ni lo estudia. En el exterior se guían por lo que divulgan quienes detentan esos diferentes poderes, y estos trasmiten, promueven y participan de lo que les garantiza que no habrá cambios reales.
El resultado es que el ‘país nacional’ no solo está cada vez más desconectado del ‘país político’ sino que los otros poderes de facto de nuestra sociedad están cada vez más al servicio de sus propios intereses y menos dedicados a solucionar los problemas de los ciudadanos. Es el modelo neoliberal que nos rige y con él es consistente la personalidad del jefe de Estado.
¿Será Santos el incomprendido, o será él quien no comprende
que entre más manipula con los medios, la politiquería y la mermelada
más se aleja de la aprobación ciudadana?
¿Será Santos el incomprendido, o será él quien no comprende que entre más manipula con –y más depende de- los medios, la politiquería y la mermelada más se aleja de la aprobación ciudadana?
Pueden los medios presentar que ‘el sector financiero contribuyó al 50 % del crecimiento del PIB’, cuando igual se podría decir que ‘se quedó con el 50 % del crecimiento del PIB’ (lo cual revelaría hasta qué punto y dónde se concentra la riqueza). O con el silencio de los medios puede el presidente darle gusto a la espuria Dirección Liberal nombrando como ministro del Posconflicto a quien llevó a que el Consejo de Estado declarara al Partido Liberal culpable de Violación a la Moralidad Administrativa y al Interés Colectivo mediante actos contrarios a la Constitución y a los Principios Democráticos, y por eso tuviera el Tribunal De Cundinamarca suspender el Congreso de esa colectividad (por supuesto ni el presidente ni los medios deberían poder hacerse los ignorantes de esto). O puede el Congreso salir con el cuento de que una mayoría de sus miembros tiene validez equivalente al voto del constituyente primario.
Pero la realidad inevitablemente se impone:
Por eso no solo las Farc, sino la ONU y la Fiscalía y todo el país que sigue la implementación del llamado ‘proceso de paz’ se preocupan por las fallas en los compromisos del Gobierno. Y parece que habrá paro de camioneros por el incumplimiento a los últimos acuerdos. Y el sector agropecuario protesta —y a esto llaman oposición— por la lamentable situación que vive. Y los prestadores de servicios del sistema de salud se asocian para reclamar lo pendiente de las obligaciones del Estado. Y la reforma tributaria no es solo vista como la violación al juramento sobre piedra del presidente sino se convierte en la pesadilla de todos los contribuyentes.
Sobra repetirlo: "Se puede engañar a algunos todo el tiempo; o engañar a todos algún tiempo; pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Si la credibilidad del presidente Santos está por el suelo es porque con el tiempo el manejo de imágenes y anuncios pierde efectividad ante lo que viven los ciudadanos.