Santiago Gómez es un completo desconocido para Medellín. No tiene trayectoria política propia, en su paso por la Secretaría de Gobierno no se empeñó en mojar prensa (a diferencia de un orgulloso exsecretario de gobierno de Bogotá) y en la carrera por la alcaldía es el único candidato fuerte que no tiene lista propia al Concejo. Su mayor activo electoral y personal es la relación que ha construido con Fico en los últimos 20 años, una relación tan estrecha que en los mentideros políticos de la ciudad se decía que era el alcalde a la sombra, el que tomaba las decisiones. A diferencia de Fico, caracterizado por su impresionante capacidad mediática y carisma personal, Gómez es un hombre reservado y bastante discreto. Fue tras decidirse a darle continuidad a la visión de ciudad de Fico que aprendió a hablar ante los medios, lidiar con preguntas incómodas y construir un discurso que lo desmarcara un poco de su condición de burócrata. La estrategia más efectiva que encontraron sus asesores fue bautizarlo como “El de Fico” y reducir su aspiración a una mera pantomima de exagerado continuismo a la par que llenaban cada rincón de la ciudad de vallas y pasacalles en un grotesco espectáculo de contaminación visual (hasta el CNE ya tomó cartas en el asunto).
Así es como Gómez pretende llegar a la alcaldía refugiándose en la sombra de Fico (así lo ha hecho durante gran parte de su vida laboral) para que por arte de la comunicación política el ciudadano de a pie lo identifique con un alcalde muy popular y vote por él (nada raro en un elector antioqueño). A Fico le conviene que llegué a la Alpujarra un sucesor que defienda y le pueda dar continuidad a su legado, eso resulta clave para fortalecer su transición de líder regional a nacional de cara a las presidenciales de 2022. Él sabe que Gómez hará muy bien esa tarea y por eso no ha escatimado esfuerzo en poner todo el aparato de la alcaldía a su disposición (cerca de nueve mil contratistas); hacerse de oídos sordos ante las presiones de los sectores uribistas que le han pedido que lo baje de su aspiración para que se vaya con Ramos; y, hasta arriesgar su imagen pública al verse expuesto a una indagación preliminar ante la Procuraduría por participación en política. Fico asumió la aspiración de Gómez como propia ya que lo necesita para que lo siga encumbrando (y eso sí que lo sabe hacer muy bien) en su intención de llegar a la Casa de Nariño en 2022.
Se dice que al salir de la alcaldía Fico asumirá un alto cargo en el gobierno Nacional. Posiblemente llegará al Ministerio de Defensa (el más mediático) que es el trampolín más efectivo para terminar de posicionar su imagen. En Medellín, su alto nivel de favorabilidad reside en la percepción positiva de su política de seguridad. En la calle, Fico es considerado como un alcalde “Batman” que persigue personalmente a los criminales, que se monta en el helicóptero a cuidar la ciudad en las noches y que sale a la calle a exigirle resultados a la Policía. Un imaginario que se reforzó con la identificación de supuestos atentados en su contra. Poco importa que vaya a entregar con el índice de homicidios por las nubes, que su primer secretario de seguridad (el Robin de la ecuación) fuera capturado (en pleno despacho) por presuntos nexos con bandas criminales o que su política de seguridad en voces más críticas sea considerada como de captura (¿relevo?) de cabecillas sin mayor incidencia en la desarticulación de las estructuras criminales. A Fico le conviene un sucesor exageradamente continuista y sin mayor capacidad de crítica a su gestión (sin retrovisor), por eso quien le ha cargado los libros durante los últimos 20 años es su hombre.
