En la primavera de 1999, no había un corredor más fuerte para ganar la Vuelta a España que Santiago Botero. Había tenido una temporada magnífica y estaba dispuesto a derrotar al suizo Alex Sulle, el más poderoso de sus rivales. Pero una tormenta le estalló en la cara. Diez horas antes de que iniciara la Vuelta llegaron los exámenes de Botero. El máximo de nivel de testosterona permitido era de 10. Santiago tenía 14. La UCI le prohibió a su equipo, El Kelme, alinearlo en la competencia. Botero quedó destrozado.
A los 27 años le había devuelto la fe a los colombianos en el ciclismo. Era rubio, alto, de ojos azules, poderoso. Parecía un atleta europeo. Vivió una discriminación a la inversa, sus técnicos no le veían potencial porque no era bajito como todos los escarabajos. En Colombia creían que sólo los que se parecían a Lucho Herrera podían ser campeones, ya habían olvidado a Cochise. Botero no se parecía a ningún ciclista nacional. Se había criado en El Poblado, tenía 16 años y hacía décimo grado en el Colegio Jorge Robledo -el mismo de donde se graduó de bachiller Álvaro Uribe- cuando un bombazo acabó con todos los vidrios de su casa. Su familia vivía justo a dos cuadras del Mónaco, el edificio que pertenecía a Pablo Escobar y que fue desmontelado de un bombazo en uno de los intentos de los hermanos Orejuela por acabar con el Patrón del Cartel de Medellín.
Su papá, Don Alberto, le regaló una bicicleta Todoterreno cuando tenía 18 años. Con ella iba a la EAIFT a clases de Administración de Empresa y con ella participó en el primer campeonato nacional que ganó como ciclomontañista. Pero en 1995, a los 24 años, se fue para Europa a probarse con el Kelme. Los triunfos le llegaron tarde, a los 28 corrió su primer Tour, quedó séptimo y ganó la camiseta de pepas rojas después de una década. Iba bien en contrarreloj, también en la montaña. Nadie podía contra él. Pero el fantasma del dopaje le arrebató el mejor momento de su carrera, cuando pensaba que podía convertirse en el segundo colombiano, después de Lucho Herrera, en ganarse una Vuelta.
Las sospechas tenían una razón de ser: Eufemiano Fuentes, médico del Kelme, era el gran gurú del dopaje internacional. Era fácil la asociación. En Colombia y en España los medios lo masacraron. Duró seis meses sancionado. No pudo correr el Tour de ese año. Cuando le levantaron la sanción quedó claro que Santiago había sido sancionado porque era una especie de Superman, con un metabolismo que sólo los más grandes de la historia han tenido.
Igual el parón no socavó su carrera. Fue cuarto en el Tour del 2002, siendo el único ciclista capaz de derrotar a un Lance Armstrong que venía dopado hasta las cejas. En octubre de ese año logró el que por mucho tiempo sería el triunfo más sonado en la historia deportiva de nuestro país: el campeonato mundial contrarreloj celebrado en Bélgica. Botero pasó del Kelme al todopoderoso Telekom Alemán y con ese equipo intentó ganar el Tour de Francia en el 2003 pero nunca volvió a ser el mismo. Fueron sólo cuatro años de plenitud pero le alcanzaron para ser considerado una de las más grandes glorias del ciclismo colombiano.
Santiago, al lado de Goga cada mañana le cuenta a los colombianos las incidencias del Tour de Francia. Sus rivales son Victor Hugo Peña y Mario Sábato en ESPN. La batalla por la audiencia está que arde.