Santander y la tradición literaria

Santander y la tradición literaria

Por: Antonio Acevedo Linares
septiembre 20, 2013
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En Colombia un crítico literario escribió una vez que nuestra poesía, cultura o literatura era una “tradición de la pobreza”, paradigma que hizo carrera y se instaló cómodamente en la mente y el corazón del país y en muchos de nuestros críticos y académicos. En La decadencia de los dragones (Alfaguara, 2002) William Ospina sostiene que nuestra tradición es tan rica como cualquier otra, y si alguna pobreza padecemos, es la de nuestros críticos, educados en la pequeñez y la impostura, y señala que basta para comprender nuestra riqueza cultural, la orfebrería de los quimbayas o calimas o la alfarería de los tumacos e insiste en que solo escuchando la voz de nuestras tradiciones podemos salvarnos del vacío angustioso de la falta de amor por sí mismos.

Una cultura o una literatura inscrita en una “tradición de la pobreza,” difícilmente hubiese producido un Gabriel García Márquez o un Alejandro Obregón o un Aurelio Arturo. En la cultura o en la literatura no hay pueblos pobres de espíritu y hasta los que históricamente vivieron en la edad de piedra produjeron imágenes pictóricas que hoy son consideradas arte. No hay comunidad, pueblo o país que en medio de sus carencias no hayan creado las más hermosas y profundas imágenes, objetos, poesía sobre su condición social y humana. Se puede aceptar que la literatura de una región, vista dentro de un contexto nacional, sea marginal, pero no que carezca de una tradición o sea una tradición de pobreza en su creación estética, entendiendo por tradición una numerosa transmisión de noticias, creación literaria, doctrinas, ritos etc, realizada de generación en generación, situación que obedece a otros factores, como la carencia de una evaluación crítica y la divulgación editorial.

Entre otros factores, la precariedad de las editoriales en la región (que no deben confundirse con los impresores; tipografías y litografías que abundan y que algunas se quieren hacer pasar por editoriales) ha contribuido a esa escasa divulgación de los autores y artistas santandereanos, que hace percibir equivocadamente que no hemos tenido una tradición literaria o plástica importante entre nosotros. La marginalidad de nuestra literatura no está en la pobreza estética de nuestra cultura, que sin embargo de la propia tierra ha dado a un escritor como Pedro Goméz Valderrama o un crítico como Hernando Valencia Goelkel. En La poesía ignorada y olvidada, (Casa de las Américas, 1965) Jorge Zalamea afirma que en poesía no existen pueblos subdesarrollados porque el don de recrear el universo mediante los rayos del lenguaje, no es un don privativo de los llamados pueblos civilizados de Occidente.

Una tradición literaria no es un inventario de autores muertos, como a veces se ha definido, su permanencia en el anonimato no obedece a la falta de una tradición sino a los factores antes señalados y a la falta de sentido de pertenencia, valoración y rescate del patrimonio literario de la región, es más una cuestión política y cultural en el sentido de que no creemos en lo nuestro y tenemos una visión árida, como nuestras montañas, de lo que debería significar nuestro patrimonio literario, arquitectónico, artístico o cultural. La clase política y la clase empresarial nuestra tienen una mirada fría sobre la cultura y todo lo que represente el arte y su creación, y en esa dirección la defensa del patrimonio cultural regional no está dentro de sus prioridades políticas o económicas. La desidia en la mentalidad para asumir lo cultural como proyecto de ciudad o región se refleja en la desidia administrativa que desdeña la creación de una política cultural, y lo cultural es todavía entendido en una visión premoderna que exalta todavía el tiple y el bambuco.

En Santander la cultura es una convidada de piedra, una cenicienta y eso explica porque históricamente no es más visible una rica tradición cultural entre nosotros. Ni las universidades, con muy pocas excepciones, pero todavía con una baja intensidad y sin una sistemática continuidad o una política cultural, ni los organismos o instituciones culturales, cumplen una función importante de hondo calado que contribuya a la divulgación de lo que somos como región o ciudad. Los temas de la cultura no son vistos todavía como un componente importante para crear tejido social o sensibilizar y reflexionar sobre nuestra condición humana. La carencia de presupuesto es el argumento permanente para disculpar la precariedad de un trabajo cultural que se hace muchas veces con las uñas, aunque la verdad es que presupuesto para la cultura siempre ha existido, pero es desviado hacia otras actividades o saqueado por la clase política dentro del manejo burocrático de la cultura. En este sentido, es significativa la visión de lo cultural que existe en Antioquia, donde se ha logrado crear un fondo bibliográfico permanente que recoge y publica desde sus orígenes la producción intelectual de todos sus artistas, poetas y escritores.

La cultura no se ha institucionalizado, ese es el mayor déficit que nos afecta como ciudad y como región. Los pocos espacios para el análisis y la divulgación de la cultura son los creados por Vanguardia Liberal a través de su suplemento literario, Vanguardia & Cultura, fundado ya hace muchos años con el nombre de Vanguardia Dominical, (hoy desaparecido) por el gestor cultural más importante que ha tenido la ciudad, Jorge Valderrama Restrepo (fundador también de la Biblioteca Pública Municipal Gabriel Turbay y la Emisora Cultural Luis Carlos Galán Sarmiento) y que históricamente cumple una función determinante para la construcción de nuestra identidad regional. Otros periódicos como Cátedra Libre de la UIS, se han quedado atrapados en el ámbito de los temas académicos, y el Periódico 15 de la UNAB, tiene una visión social de la ciudad donde el registro cultural es muy esporádico y sus prioridades son otras. Por otra parte, la presencia de Santander en la anual Feria Internacional del Libro en Bogotá es una vergüenza, cuando decide participar a través de su Instituto Municipal de Cultura, y hace varios años que el Instituto no participa, supuestamente nuestro más importante organismo cultural de la región.

Ahora bien, la tradición literaria en Santander ha sido amplia en el campo de la letras; cuentistas, novelistas, poetas, cronistas y ensayistas hacen parte de nuestro patrimonio literario, otra cosa es su desconocimiento y su escasa figuración en el panorama de las letras nacional o regional, resultado de la desidia de una clase política y cultural que no ha logrado situar la región en un contexto nacional, allí radica el provincianismo de una dirigencia política y cultural que se quedó atrapada entre las montañas sin darse cuenta que el mundo está más allá de la Puerta del Sol. No se trata de propiciar una literatura o una cultura oficial que dependa del presupuesto municipal pero si de generar espacios que sólo una gran inversión en la cultura abriría y ampliaría nuestros horizontes culturales. Sin embargo, la marginalidad de nuestra tradición no inválida una tradición literaria entre nosotros. Negar la tradición es como negarnos a nosotros mismos y creer que nunca hemos existido. Los factores determinantes son también un problema político en el sentido que el centralismo político y cultural de la nación determina que lo que se hace en la región por lo general no exista, y ese es un defecto de nuestra organización política y económica que heredamos de nuestros padres fundadores.

En las bellas artes somos una región marginal con una tradición literaria todavía por rescatar, evaluar y situar en el lugar que le corresponde, esa es una función que la academia, las instituciones culturales y los propios escritores tienen que desarrollar para que se recobre el tiempo perdido de nuestra cultura. En Los nuevos centros de la esfera (Aguilar, 2001) William Ospina vuelve a señalar que las tradiciones no son modas; que la memoria, las artes y los sueños colectivos no son ornamentos casuales, episodios contingentes sino la voz persistente de las generaciones, los lazos entrañables que unen a los muertos con los vivos, son el sustrato, el tejido, las instituciones y sabiduría de un pueblo, pueden mezclarse creadoramente con otras tradiciones pero no pueden ser negadas, ni borradas, ni profanadas sin que algo muy profundo y esencial quede vulnerado en el mundo.

En Santander, subestimar una tradición literaria entre nosotros es una incapacidad de reconocimiento del otro, propio de quienes no son capaces siquiera de reconocimiento de sí mismos. A veces se es crítico de obras y de autores que no se han leído y ese es un síndrome del arribismo cultural que padecemos. Sin embargo, son contadas las excepciones de los escritores que no se inscriben dentro de ese estado de marginalidad de nuestra literatura, como Pedro Gómez Valderrama, nuestro más universal escritor santandereano y Enrique Serrano, como de los más nuevos escritores que ha dado esta tierra, aunque también hay que reconocer que en nuestra tradición se han creado falsas glorias literarias que es necesario una crítica exhaustiva para bajarlos de esa nube. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos, escribió Marx. La glorificación literaria del llamado “mayor poeta lírico” de nuestra “historia literaria” es un universo poético lleno de retórica.

En Poesía y Canon (Norma, 2002) David Jiménez señala, citando a Eliot, que una tradición es como un orden ideal que es modificado permanentemente por lo nuevo. No es una herencia, no se recibe como un legado ni consiste en continuar con los hábitos formales o las concepciones ideológicas de las generaciones anteriores. La tradición es objeto de apropiación mediante una disciplina intelectual que en su concepto implica trabajo, rigor y estudio, con la intención de insertarse en un orden que es actual, vigente, a la vez eterno e histórico. El pasado literario no es una masa indiferenciada y tampoco un puñado de favorecidos marcados con una aureola de intocables. Sus “epopeyas,” como señala Jiménez, son palabrería bastante hueca que carece de ideas tanto sociológicas como políticas. La tradición literaria de la región en Colombia, es todavía una presencia discreta en el panorama de la literatura nacional. El croquis de nuestra literatura colombiana tiene que comenzar a trazarse desde las regiones de donde en su mayoría han nacido los escritores. Hay quienes se van a vivir a la capital en busca de nuevas realizaciones y proyectos y otros fuera del país, porque el cielo nacional es demasiado pequeño para su literatura.

La crisis de la crítica literaria en Colombia, que no debe confundirse con el comentario o reseña de libros, es otro factor determinante para que en la región y en el país no opere un reconocimiento de una tradición literaria en donde la mayoría de los escritores han publicado en ediciones de autor creando sus propios sellos editoriales como una forma de llegar a los lectores a través de otros canales distintos a los de las grandes editoriales. Las ediciones de autor son un fenómeno cultural en Colombia que refleja la crisis editorial de una industria que solo se mueve por las leyes del mercado y que muchas veces no le apuesta a los nuevos creadores porque sus nombres todavía no venden.

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