Casi que día de por medio, el parque central del municipio nortecaucano de Santander de Quilichao es testigo silencioso e inmutable del desfile fúnebre de las constantes víctimas de esta ya, recurrente, ola criminal que inunda de sangre las calles y carreteras de esta localidad caucana.
Cada semana, la comunidad de Quilichao presencia los cortejos mortuorios de sus jóvenes, enmarcados en una repetida ceremonia de alta ingesta de licor, música de despecho y, en una que otra ocasión, con disparos al aire. El desolador espectáculo es acompañado por decenas de hombre y mujeres, jóvenes también, que lloran desconsoladamente la pérdida violenta de un ser querido.
Como es obvio, cada uno es libre de expresar sus sentimientos de pérdida y tristeza, de la manera que le plazca y pueda, en esta ocasión, no es dable anotar nada al respecto, sin embargo, la similitud de estos constantes recorridos luctuosos va más allá de los elementos de dichas ceremonias de despedida, los asemejan y los hermanan la causa de los decesos: El asesinato.
Desde hace varias administraciones, uno que otro ciudadano preocupado, ha llamado la atención sobre esta casi sempiterna ola de asesinatos, no obstante, administraciones van y vienen, comandantes de policía llegan y se van y los entierros de estos muchachos víctimas de la violencia cotidiana, siguen en ascenso. De vez en cuando y dependiendo de la notoriedad de la víctima o de lo horrendo del asesinato, esta macabra cotidianidad trasciende del “voz a voz” local, para alcanzar uno que otro titular en los grandes medios de comunicación masiva y entre tanto las autoridades, como el parque central de Santander, continúan silenciosos e inmutables.
Al igual que en muchas de las regiones de Colombia, Santander de Quilichao, así como el departamento del Cauca, ha sido escenario de la espiral de violencia que cobija la nación colombiana desde hace muchos años, solo que, de ser propuesta como escenario piloto del posconflicto, tras la firma del Acuerdo de Paz entre las Farc y el Estado colombiano, ha pasado a ser campo de batalla por el dominio del tránsito y comercio de sustancias psicoactivas y oro proveniente de la minería ilegal, entre estos viejos-nuevos actores de este inveterado conflicto criminal.
Ya desde tiempo atrás, periodistas de medios privados asentados en Bogotá, capital de Colombia, y grupos de investigación académica, habían alertado sobre el inusitado incremento en la venta, distribución y consumo de narcóticos y del arribo de grupos al margen de la ley en disputa por este puerto seco de lo ilegal, no obstante, a la dirigencia local le pareció de mal gusto que tales avisos llegaran a nivel nacional y mucho más molesto, que tales llamados de atención salieran de la boca y pluma de su hijo predilecto el fallecido periodista Antonio José Caballero. La pretendida injuria debía ser acallada, olvidada y enterrada, sin importar que la música de despecho, los tiros al aire y los muertos, siguieran enlutando cada tercer día, su parque principal.
Hace poco, apenas iniciado el nuevo periodo legislativo del recientemente electo Congreso de la República, el Concejo Municipal de Santander de Quilichao invitó a la bancada caucana para exhortarla a apalancar una solución de los muchos problemas que aquejaban y aquejan a esta localidad. En esas estaban cuando al ser preguntada la administración municipal sobre el incremento de comercio y consumo de drogas ilegales, tanto el actual representante a la Cámara por el Partido Liberal y exalcalde de Santander, como el actual mandatario local, coincidieron en afirmar que “eso” ya se venía solucionando y que lo demás era cuestión de percepción.
Al momento de redactar esta nota, de fondo se oye una canción de despecho, me asomo a la puerta y observo una camioneta, baúl abierto y equipo de sonido a todo volumen, encabezando otro cortejo fúnebre de otro joven caucano, acompañado por sus familiares y decenas de muchachos y muchachas, todos vestidos de negro, enjugando sus lágrimas por la pérdida de un hijo, un amigo y un vecino, también víctima de esta ola de asesinatos. Me pregunto si el actual mandatario local o sus antecesores, incluido el representante a la Cámara liberal, tendrán los arrestos necesarios para decirles a estas personas que lo de su muerto es solo cuestión de percepción.
Se lanza un gran S.O.S. por Quilichao. Se necesita atención y acción con urgencia, antes de que nos ahoguemos con tanta sangre.