En el año de 1525 todo empeoró. Ante el sometimiento de los pueblos indígenas, asentados frente a las bahías (y, también, los ubicados al pie de la Sierra Nevada), por los ambiciosos, crueles e invasores españoles, estos “ilustres europeos” forjaron con tinta de sangre en el temperamento de su prole las prácticas modernas de la administración del tesoro público que consistieron, antes y ahora, en el saqueo absoluto de la riqueza de todo un pueblo; y que sería (y, es) el sendero empedrado de su propia maldición y de la amarga venganza sobre un territorio que reclama cuidado y protección de su estirpe; quienes deben (y, quieren) lavarse un legado antihigiénico heredado de los hombres españoles.
En su tiempo, los “conquistadores” dejaron a su paso sembrada la semilla, de una vez y para siempre, de la codicia sin límites sobre los bienes colectivos olvidando que no hay mayor bienestar personal (el mayor tesoro) que el conseguido en beneficio de otros. Los “ilustres europeos” blandiendo el acero asestándoles igualitariamente en la humanidad del indígena, no sólo exterminaron pueblos ancestrales, que conformaban naciones pacíficas y laboriosas, como los: Taganga, Mamatoco, Bonda, etc., con el propósito de quedarse con el patrimonio material de éstos (fue verdad que lo lograron), sino que de la misma manera impusieron un ética de la posesión sin escrúpulo del que hoy somos espectadores (o practicantes).
Santa Marta, nombre que le diera el conquistador Bastidas, quien muriera apuñalado en traición “según” por su temperamento pacífico con los indígenas, no ha cambiado mucho desde entonces, antes y en la actualidad: se han sucedido, alternado y repartido el tesoro de la manera en que los han hecho todos los que gobiernan el destino de la ciudad. La devastación del territorio de las “naciones samarias ancestrales” hoy en el transcurso del siglo XXI no ha logrado ser reparada: la organización social (tradicional y comunitaria) sigue estando fragmentada, el sistema de salud y educación son paupérrimos, miserables y de mala calidad, el sistema político capturado “siempre” por prestigiadores de la mentira, como si los que administran la ciudad (“los de antes” y también los de ahora) no pudieran ser una raza de gente honesta, íntegra y solidaria con su pueblo, sino los herederos en esencia de un grupo de villanos que trajeron miseria y desolación a esta tierra milagrosa. ¡Pero siguen en lo mismo!
La transformación de la ciudad desde 1525 al año de 2019 es poca, por no incurrir en la ambivalente retórica: en desarrollo. Como fenómeno diferencial del ahora está la explosión demográfica, la construcción de algunas vías urbanas y rurales, el levantamiento de algunos puentes, nacimientos de centros comerciales, etc., que han obedecido más a necesidades poblacionales y circunstancias coyunturales de las economías regionales, nacionales e ilegales que a la planeación consensuada y responsable de los administradores de los impuestos. No obstante, el bienestar social de los ciudadanos se encuentra tan igual como desde el periodo de la conquista española: un sistema de salud limitado, educación de mala calidad (compartiendo el lugar deshonroso con el noble departamento del Chocó), un sistema de salubridad en crisis: agua potable escasa, alcantarillado deficiente y colapsado que tienen la ciudad ad porta de una emergencia social (con derivación en un conflicto interno entre hermanos).
Empero, la indolencia rampante con la que los gobernantes se presentan ante la ciudad es de tal desvergüenza en su significación que no podríamos llamarlos líderes políticos sino traidores y enemigos del pueblo. Desde, el año de 1.910, tiempo de la “independencia” de España, Santa Marta ha quedado en las mentes y manos (siendo muy amables) menos aptas e incapaces de ejercer el poder en beneficio del colectivo, han profundizado el despojo de la tierra, el desempleo y la pobreza de la gentes: no es justificable que nuestros gobernantes amasen tanta cantidad de dinero administrando el erario público mientras la gente sobrevive con salarios paupérrimos el día a día; la realidad es que una parte de la ciudad vive del “rebusque” como fuente única de empleo de la economía familiar en oposición a los que se lucran de lo ajeno. Y, es que la ciudad ha quedado en las manos menos aptas y las mentes menos capaces (o, los más rapaces y putrefactos servidores públicos), que los saltimbanquis y equilibristas del poder administrativo insultan la inteligencia del samario al justificar el saqueo cómo sí la gente no pudiera (o supiera) visitar otros lugares de Colombia y/o del mundo, para comparar que las obras similares de la ciudad (aquí llamadas con el sofisma de “elefantes blancos”), en otros lugares lograron ser realizadas con el mismo dinero sin recurrir a la artimaña de las adiciones de presupuesto.
Sin embargo, el pueblo “samario” sigue aguantando el desafuero: unas veces cómplices, otras veces víctimas esperando que todo se transforme por la providencia divina, sin ejercer su participación responsable en lo público. Los pueblos que no reconocen su sociedad difícilmente sabrán demandar sus derechos (deben formar sus líderes: honestos e íntegros; rompiendo el código moral “aunque roben, pero que hagan”), por eso hay que decirles, evidenciarles que los han timado, los están engañando perennemente, todos los administradores los han robado arrastrándolos a la miseria histórica en la que se encuentran, menoscabando su dignidad y dejándolos presos de la inobservancia y el abandono institucional. Samarios, hermanos, dejen de comportarse como clientelas, la camiseta, la hallaca, el trago lo pueden conseguir con sus propios medios económicos sí tuvieran una mejor ciudad: con un sistema institucional robusto: bienestar social integral garantizados para todos y, no sólo para una clase privilegiada como es el ahora. Samario, no sé permitan ser más utilizados: los que ostentan el poder público son sus empleados, trabajan para ustedes; usted tiene el poder, úsenlo defendiendo sus impuestos, eligiendo bien a su trabajador, en un juicio mesurado y responsable, reconociendo que su voto tiene unas implicaciones en su propio porvenir y el destino de toda una ciudadanía.
Comoquiera se ha advertido, Santa Marta carga con una larga historia de robos, saqueos, corrupción, aprovechamiento e indolencia (y, un largo etc.) por unos pocos (en complicidad con otros) que los políticos (actores sociales) desde la llegada de los españoles y su infame estirpe (la descendencia después de 1.910) se han destacado por la deshonestidad y haber defraudado la confianza del colectivo quienes no le permitieron antes, y no le permiten ahora, a la ciudad dar el salto hacia el desarrollo social, político y cultural que necesita; en ese lugar (“con posición de lugar”) en donde encontremos el acompañamiento solidario de un hermano samario recorriendo el mismo propósito que es el de forjar un mejor vivir para cada uno de los residente de la ciudad.