Hablar de política despierta todo tipo de sentimientos y concepciones, unas positivas y muchas otras negativas. En todo caso siempre existirá, como común denominador, una fuerte relación de la política con el poder que, por su misma dinámica, ha generado y generará todo tipo de discusiones.
Hoy Santa Marta y el Magdalena son el centro de atención de la opinión pública nacional, y no precisamente por actos que nos engrandezcan como región, sino por el altercado de dos personas del común, que, aunque les moleste la categorización e intenten trascender a un nivel de divinidad, no son más que eso, personas del común.
Resulta pues molesto ser el epicentro de las demostraciones de lo que, como Samarios y Magdalenenses, podemos llegar a hacer en contra de nuestros pares cuando los intereses de un sector político, se oponen a los de otro, dejando a su vez a la mayoría en el centro de estas disputas. Disputas que van más allá de simples bravuconadas que, de parte y parte, no han demostrado más que la herencia del narcotráfico, el paramilitarismo, la guerrilla y el equívoco uso de la política en nuestra sociedad.
Este escrito no tienen como fin objetar de ninguna manera el cubrimiento que los medios le han dado a la confrontación entre Carlos Caicedo, exalcalde de Santa Marta y Álvaro Cotes, hermano de la gobernadora de Magdalena, dos personas que claramente participan activamente en la política electoral del caribe colombiano, las cuales, debido a esta circunstancia, terminarán generando más rating y views, que cubrimiento de las necesidades y problemas reales con los que vive la gente. Gente que al fin y al cabo poco le importa las discusiones de la élite política, pues no genera una afectación positiva en ellos como sociedad. Y aunque por años se nos tildó como una sociedad “importaculista” (políticamente hablando), a mi parecer, esto no ha sido más que un argumento que ha buscado legitimar actos vergonzosos relacionados con para-política y asesinato de líderes y académicos en la región caribe.
Hoy no pretendo escribir algo que aumente el morbo ni que genere cierto tipo de publicidad a alguna de las partes, mucho menos dirigirme o atacar a ciertas personas que buscan vanagloriarse de su condición política o social. Hoy mis intenciones como ciudadano, enamorado del Magdalena, es dirigir este escrito a personas del común, que, como yo, ven en sí mismos su desarrollo y contribución a toda una región. Dirigido a aquellos que, como yo, sueñan y están dispuestos a unirse al grito de independencia que sugiere este texto, en el que indico que:
NO estamos dispuestos a un día más de vergüenza para nuestra tierra, que “ellos” no son más que “nosotros”, que resuelvan sus problemas sin involucrarnos, que NO aceptamos poderes escondidos; que por respeto a las instituciones, no pretendan ocupar espacios que no se han ganado o que ya han perdido, pues no poseen cargos vitalicios. Que estamos cansados de que el problema del agua sea culpa del “otro”, que intenten imponer colores y etiquetas a una generación que NO las aceptará, que estamos cansados que los municipios del Magdalena sean tratados como bancos de votos y su gente reducida a una simple estadística electoral, que NO aceptamos un suceso más por el cual terminemos estigmatizados como bandidos y atracadores; que si de amenazas se trata, reciban esto como una advertencia en la que la generación que sabe y está dispuesta a hacer política sin armas y sin autoritarismos disfrazados; va a por todo, así que no se acomoden mucho en sus sillas, señores dirigentes, que no deben ser nada distinto a donde apoye las nalgas quien representa a la gente y a quien le pagamos para que lo haga bien, ya que sus cargos nunca han debido ser usados como artefactos de poder sino como herramientas de servicio.
Me declaro profundamente indignado y en independencia de ustedes y su actuar. Más que pan o agua, merecemos respeto.