Quienes afirman que debemos celebrar la fundación de Santa Marta deberían preguntarse si acaso no es más pertinente reflexionar sobre la discriminación que aún persiste en esta ciudad, reconocida mundialmente por sus playas y por la mal llamada “Ciudad Perdida”.
Conmemorar no debe ser solo motivo de celebración, sino también una oportunidad para reflexionar, reconocer nuestra historia y las desigualdades que se perpetúan a partir de ella. Solo reconociendo las historias, los sujetos que formamos parte de ellas y las relaciones de poder que nos atraviesan, podremos aspirar a la sociedad justa y en paz que todas y todos queremos.
La única historia que la mayoría de los colombianos ha podido escuchar es en gran parte una historia de las ausencias indígenas y afros, como dice el profesor Bastien Andre Bosa.
Como una mujer indígena joven, me gustaría que, en el marco de la conmemoración de una ciudad como Santa Marta, se expusieran los archivos que contaran el rol que tuvo esta ciudad en la instalación de la misión capuchina en Nabusimake (1916), y cómo a través de esta institución niñas y niños indígenas fueron raptados de sus familias en nombre de un proyecto civilizatorio acordado entre el Estado y la misión capuchina.
Unas disculpas que el Estado colombiano no ha pedido a los pueblos indígenas, y que se centra en nuestra historia reciente. Y cómo, a pesar de un proyecto cuyo cómplice fue el Estado, los pueblos arhuaco, kogui, kankuamo y wiwa persisten en la defensa de su territorio ancestral y el posicionamiento del sistema de espacios sagrados de esos cuatro pueblos conocido como Línea Negra, que resultó en el Decreto 1500 de 2008.
Le propongo al alcalde Santa Marta conmemorar las resistencias de las mujeres indígenas, que día a día migran de sus comunidades para acceder a la educación escolarizada llevando el legado de sus pueblos.
Nos gustaría conmemorar la historia de vida de la saga María de la Cruz, quien falleció este año, puesto que los pueblos y comunidades indígenas necesitamos que Santa Marta reconozca el aporte de los sistemas de conocimiento ancestral a la conservación del agua a través de nuestras danzas. No solo visto como algo folclórico, sino como parte de nuestros desarrollos propios.
* Indígena arhuaca y abogada.