Después de dos años volví a Santa Marta, mi ciudad, luego de partir de Madrid y recorrer 10 horas de vuelo, no sin antes llegar a un evento anual de la industria musical que se celebra en Bogotá, al cual estaba invitado.
Después de cuatro días en la capital cogí rumbo a Barranquilla, donde me esperaba mi hermano, quien como siempre, lleno de amor, me recibió en su hogar. Después de permanecer en Quilla dos días, tomé un microbús que me llevó a Santa Marta.
En el recorrido iba pensando acerca de mi vida, de todo lo que había vivido todos estos 20 años fuera de Colombia. Todo se entremezclaba con mi pasado, con mi niñez. Fue como un salto al vacío, sin paracaídas, donde la única protección eran mis recuerdos. Aquello fue como una catarsis, quizás fue la evocación a una niñez sin futuro, donde lo único real era el amor desmedido de mi madre.
Cuando por fin crucé el peaje de Ciénaga, supe que estaba viviendo otro momento mágico en mi vida, a pesar de haber pasado infinidades de veces por el mismo sitio; lo que realmente me dolió fue volver a ver esa escena de deterioro ambiental en la Ciénaga Grande y la extrema pobreza de Pueblo Viejo. Casas de madera, rodeadas de aguas fecales y basura por doquier. Una escena sacada de un país de África, pero incrustada en el Caribe colombiano. En ese recorrido no podía dejar de observar con espasmo la proliferación de carteles políticos, cuyas frases siempre eran engaños a granel.
"Vota por fulanito, el candidato que por fin traerá desarrollo a tu ciudad". Cuántas veces, aún siendo niño, había visto esta sarta de mentiras. Ni el tiempo ha dejado atrás la estafa politiquera de una región sumida en el más triste abandono por parte de aquellos que ofrecen vender el alma al diablo por una cuántas monedas. Sí, porque en el Caribe colombiano la gente no vota, sino se le paga. Porque la política es un negocio que deja mucho dinero hasta el punto que cuando son elegidos salen de sus cargos con camionetas de lujo y mansiones solo al alcance de los capos de la droga.
En Colombia el narcotráfico, años atrás, era lo que más generaba poder y riqueza. Pero con el tiempo el narcotráfico se enquistó en la política y dio paso a una mafia peor que las organizaciones criminales.
Pero volviendo al tema que nos atañe, a pocos minutos de Santa Marta, miro a la derecha, más exactamente pasando la Y de Ciénaga, y observo como unos tubos que salen del mar, se expanden como tentáculos de pulpo, y de ellos afloran toneladas de carbón que transportarán a los grandes barcos mercantes ese producto del diablo que está matando el mar, la fauna y la flora, sin que nadie, pero nadie haga nada.
SANTA MARTA ME DUELES. ¡TE ESTÁN MATANDO!
Publicado por Elpoderdetumúsica en Sábado, 21 de septiembre de 2019
Luego de esta imagen subrrealista observo que la vía que me conduce es de doble calzada, una autovía como las que hay en Europa, y que me hace pensar que el desarrollo del que muchos me hablan es latente. También observo muchos edificios nuevos, apostados antes y después de Bello Horizonte, y cuando llego al Rodadero, también ocurre lo mismo. Al tomar rumbo a Santa Marta, luego de cruzar el Zinuma, diviso el puente peatonal que fue construido al lado de la carretera para evitar accidentes.
En ese momento pasa por mi mente aquellos tiempos en los que a pecho pelado subía la cuesta del Rodadero en bicicleta con mi amigo Carlos, un chico que después de 20 años de no verlo, me lo encuentro sin dentadura, y avasallado por la droga. La muerte de su hermano por VIH, también la de su madre y su padre, lo llevaron al precipicio, y más adelante al infierno tras su paso por la cárcel Rodrigo de Bastidas.
Los recuerdos se hacen más palpables cuando antes de entrar a un hotel del centro de la ciudad veo que al frente está la siempre venta de jugos, ese sitio que cuando pequeño, también visitaba para tomarme un batido de zapote. Santa Marta es y será, como decía Gabriel García Márquez, el lugar donde yo noto que todo en el cuerpo y la mente se me reajusta y se identifica perfectamente con toda la realidad ecológica que tengo alrededor. El escritor siempre decía que uno es de su medio ecológico y que es peligrosísimo y gravísimo salir de él. Y es cierto. Yo necesito volver a Santa Marta para que todas las piezas vuelvan a su lugar. Volver es armar nuevamente mí puzzle emocional, y recorrer segundo a segundo, todo lo vivido, no importa si fue bueno o malo.
Esa magia se desvanece cuando descubres que el supuesto desarrollo de la ciudad que te venden los políticos y los medios manejados por esos políticos es una quimera o más bien una patraña.
El desarrollo de una urbe no se mide por sus vías y edificios, se mide por el claro desarrollo de sus habitantes, hecho que en Santa Marta no se cumple, ya que la pobreza es extrema, y los ricos al despertar cada mañana son más ricos.
A ello súmale la inmigración venezolana, la falta de oportunidades para los jóvenes, y la falta de empleo, y el resultado en una ciudad abarrotada por la economía informal y la indigencia. Y si a ese caos le añades el deterioro ambiental, te encuentras con una ciudad destrozada, acabada, y sin soluciones a corto plazo.
Santa Marta es una ciudad con un potencial turístico increíble pero su bahía es una cloaca donde la delincuencia y la prostitución pululan. Deambular de noche por ahí, como decía un amigo, es exponerse a un cuchillazo.
Lo más terrible es su marina (un parking de botes), contaminada por el combustible que derraman las embarcaciones, y si a ello se suma que la poca playa que existe está llena del carbón que se carga en su terminal marítimo, te encuentras que la bahía más linda de América es una letrina pública.
Santa Marta se muere y nadie hace nada por evitarlo. El interés desmedido de los políticos de turno por llenarse los bolsillos ha hecho de la ciudad donde murió el Libertador Simón Bolívar, un sitio lúgubre, que ahora sí es la tierra del olvido como dice la canción de Carlos Vives.
Subo a la última planta del hotel donde me alojo. Observo a lo lejos los cerros, también diviso la cúpula de la Catedral, y decido hacer una caminata por su entorno. Lo que observo es triste. Madres venezolanas con niños pequeños durmiendo en plena vía pública, también diviso ancianos y jóvenes. Alrededor de ese drama, la venta de comida de todo tipo es abrumadora. El olor a chuzo y carne asada se siente en el ambiente.
En la mañana decido caminar por su arteria principal, la Quinta Avenida, y el caos que se vive es impresionante. Hay vendedores de toda clase de artilugios hasta improvisados salones de belleza. Caminar por el paso peatonal es casi imposible, y si decido acelerar mis pasos tengo que arriesgarme por la vía principal donde el tráfico de buses y taxis es demencial.
El espacio en el centro de Santa Marta casi no existe y las "autoridades" que intentan controlarlo cumplen un trabajo de florero porque nada, pero nada pueden hacer para remediarlo.
En Santa Marta se pasa hambre física, ya que no hay fuentes de trabajo y todo gira en torno a los cargos políticos. Por eso es que la sociedad samaria le encanta el tema político, dan la vida por defender a su candidato predilecto así sea un estafador o un ladrón de guayabera. Es una sociedad que perdió el norte, y la falta de aplomo de sus líderes, han convertido a mi ciudad, tú ciudad (ojo samario), en un entorno sin futuro, sin esperanza. ¡Qué tristeza volver y encontrar que tal progreso que me decían era una mentira!