Parece una sorpresa para la opinión pública que después de casi dos meses y medio de cuarentena obligatoria aparezcan contagiadas una o varias familias completas, en el sector de El Sinaí, que es la parte baja de Santa Cruz, quedando inmediatamente, por orden del alcalde Quintero, en toque de queda y rodeada de militares desde 31 de mayo hasta el 15 de junio. ¿Cómo es posible en Medellín, si los diarios proclamaron el triunfo del alcalde en la tarea de aplanar la curva en Latinoamérica?
En realidad, en todo el barrio, las fechas especiales y la vida social no se suspendieron, pues se celebraron cumpleaños, el día del niño, el día de la madre, se realizaron fiestas callejeras, rumbas en casas y establecimientos clandestinos por lo grande. Seguramente, muchos de los habitantes de la zona nororiental, vieron la tragedia en las noticias de Wuhan, Madrid, Lombardía, Nueva York y Guayaquil como un problema muy lejano y pensaron que sus estilos de vida mantenían sus defensas arriba, quizá por eso, nunca imaginaron estar en el foco de la pandemia de la ciudad rodeados de periodistas, funcionarios públicos, militares y todo tipo de personal sanitario.
Por eso los días, las semanas y la vida transcurrieron de forma muy normal en Santa Cruz, muchos de sus habitantes poco usaban tapabocas, se la pasaban día y noche reunidos en las esquinas y aceras jugando parques, cartas, fútbol, tomando tinto o cerveza y demás actividades con muy poco criterio de distanciamiento social. Cuando la Policía entraba en acción les multaban y pedía que volvieran a sus casas para cumplir los protocolos de bioseguridad, pero cuando no se armaba la trifulca, solo era cuestión de tiempo para que se escondieran por poco tiempo y volvieran a salir.
En muchos casos los esfuerzos de la policía por hacer cumplir el aislamiento fueron fallidos, aunque se aplicaron miles comparendos y acciones correctivas, nunca hubo total obediencia o responsabilidad de muchos habitantes; además, cuando algunos vecinos hicieron denuncias a las autoridades sobre fiestas, estas no aparecieron para poner orden. También, esto evidencia lo de siempre, que en las comunas el Estado no opera con eficacia y legitimidad, que en el barrio funciona el poder es de los combos, pero estos tampoco hicieron nada para controlar la situación, ya que nunca vacilaron ante la discusión nacional ¿la economía o la vida? Porque es evidente que eternamente han tenido en su escala de valores a la economía por encima la vida.
Por otro lado, se encuentra la otra cara de la situación con los habitantes del barrio que jamás pudieron darse el lujo de suspender sus actividades y quedarse en cuarentena, porque toda su vida han luchado desde el rebusque contra la estigmatización, la exclusión, la inequidad y las violencias. Este es seguro el caso de algunas de las familias de El Sinaí, que además, de estar ubicadas en viviendas de alto riesgo, en hacinamiento y pobreza extrema al borde del Río Medellín, están compuestas por vendedores ambulantes, trabajadoras domésticas, empleados de la construcción, entre otras ocupaciones informales y que por efectos de la crisis económica se han visto muy afectados, y ahora además de vulnerables, son estigmatizados por ser sospechosos de tener el virus.
Es cierto que la cuarentena no fue igual, pues muchos de sus habitantes no modificaron sus rutinas y no tomaron medidas en concordancia con la nueva normalidad instalada por el COVID-19 en el mundo, unos por irresponsables y otros por no contar con ayudas reales que les permitieran disfrutar el privilegio de encerrarse mientras las cuentas del arriendo, servicios públicos y la necesidad de alimentación no dan tregua.