Soy hincha del América de Cali desde que tengo uso de razón. Curiosamente en mi casa, como todo el mundo andaba trabajando, a nadie le gustaba el fútbol y en la cuadra del barrio donde crecí todos mis vecinos eran hinchas de Millonarios. Como en mi hogar solo había un televisor y no veían un partido ni por error, recuerdo que a los siete años me pasaba la calle y me sentaba en la tienda de don Juan, la competencia de la tienda de mi mamá; de modo que doña Maura, la esposa, me subía en los bultos de papa para ver los partidos que el viejo ponía en su televisor de perilla. Don Juan fue el fanático más grande de Millonarios que conocí en mi vida. Pero ni eso me doblegó. En esa pantalla que apenas cogía los colores primarios por esos días se veía y se escuchaba un solo pregón, América de Cali. Era 1987 y el rojo había llegado a la final. Un niño por simple sentido común se va por los superpoderosos, por los que ganan, por los que hacen goles. Desde entonces solo quería camisetas y pantalonetas rojas. Jugando metegol con balones de trapo, me pedía ser Cabañas, Gareca o cuando pateaba penales decía que era Battaglia. Hace poco mi cuñado Rodrigo me dijo algo que me hizo escurrir un par de lágrimas y que tal vez hubiera cambiado mi destino: “Mi gran error fue nunca haberte regalado un uniformecito de Millonarios, pero ya sabes, me había accidentado lavando la carpa de mi camión, me dijeron que quedaría cuadrapléjico y andaba luchando por lo más importante, la vida”.
Sí. Eso es lo más importante, la vida. Por ello no entiendo como los hinchas se matan porque un hombre no mete un gol o se lo deja hacer. Pero yo también me dejo contagiar muchas veces por la furia de las cosas mal hechas, las mentiras y me despacho sin filtros. Al principio de este artículo y de mi investigación sobre el club, estaba contagiado de furia y de vergüenza. ¿Y cómo no?, hace dos semanas el pasado 25 de junio de 2015, asistí a la rueda de prensa de la Superintendencia de Sociedades y casi me trago entera toda la información vieja que lograron entregar sobre el América de Cali y el resto de clubes de fútbol de Colombia. Ellos no tienen la culpa, fueron claros al decir: “Este es un balance de los años 2013 y 2014”.
Salí asustado. Allí se divulgó que hasta el año 2013 el América tenía pasivos por 20.322 millones de pesos y que en el 2014 tan solo los había logrado bajar hasta 18.885 millones. “Los mismos que tenía en el 2009, cuando empezó la tragedia”, me dije con la garganta seca. Durante estas dos semanas también me deje contagiar por la rumorología de la cual era un poco escéptico tras mi formación profesional, pero ante la andanada, si uno no es riguroso, termina como los nazis criollos, creyendo todo lo que decía Goobles, el jefe de prensa del Tercer Reich. Por ejemplo, se decía que las directivas del América con Oreste Sangiovanni a la cabeza se habían inventado un negocio entre el club y la Dimayor para no dejar ascender al equipo porque les quedaba más plata por los partidos televisados. Averigüé: resulta que la plata que generan los derechos de transmisión en la B, van a una bolsa común y al final los dividendos son repartidos a todos por igual.
Incluso, en el año 2012 el riguroso periodista Alejandro Pino, hizo la cuenta de los partidos que le habían trasmitido al rojo: en trece fechas, los americanos pudimos ver por televisión al equipo en ocho oportunidades. Para Pino esto era algo raro, y le daba pie para ser malpensado. Algo en lo cual me identifico totalmente con Pino, los periodistas debemos ser siempre malpensados, no creerle el cuento a nadie si no logra demostrar con documentos o hechos fácticos que está haciendo lo correcto. Pino también en esa época dio un dato sobre la boletería: “América tuvo un promedio de venta de 11.500 boletas, casi el doble de lo que fue su asistencia histórica del club en fase regular del campeonato en los últimos diez años”. No obstante, había otra verdad de la cual fui testigo directo: al Pascual se puede entrar comprando boletas en taquilla desde $2000 pesos. Yo entré a la tribuna más cara por apenas $23.500 Mientras que el día que quise ir a ver un partido de Millonarios con Nacional para acompañar a mi cuñado que todavía sigue en silla de ruedas, cada boleta costaba $175.000 y casi que en norte donde ponen a los discapacitados. Le tocó ir a él y a mi sobrino porque a Millos no le pago boleta ni jugando con el Barcelona de Messi.
Siguiendo en esa andanada de malpensados. Y eso está bien pero sin crear estos pánicos masivos. Salió otra persona a hablar sobre lo que estaban haciendo con el América por debajo de la mesa. Se trataba de Alfredo Castillo, un hombre que ante su trayectoria había que suponer tenía todas las pruebas de lo que afirmaba. Fue compañero de trabajo de quien hoy maneja el canal Win Sport. Castillo se despachó en una emisora de Cali con esta tremenda acusación: “Hay intereses oscuros para que el América permanezca en la B y promoverlo a través del canal Win Sports, que no es más que un negocio personal del señor Mauricio Correa y del señor Ramón Jesurum”. Castillo estaba bravo porque a la empresa para la cual hoy trabaja no había podido cerrar un negocio de transmisiones del fútbol colombiano.
Entonces recordé los partidos donde el rojo ha perdido la oportunidad de ascender. Los vi todos. Recuerdo que en el 2011 se fueron a penales con Patriotas y vi al Tigre Castillo, capitán del equipo, llorando porque botó el último cobro. De suerte que se me aparecieron las imágenes por allá a mitad de los noventas en Cali, cuando yo quería ser jugador profesional y visitaba la casa de doña Clelia, la mamá de Julio y Diego Gómez, señora que se encargaba de sostener la Escuela Hogar del América, lugar donde creció Castillo. Razón que me da a pensar lo mucho que el tumaqueño ama esa camiseta y por lo que jamás se convertiría en un traidor.
También vi la tanda de penales en el año 2012 cuando el América perdió con el Alianza Petrolera. Después del partido la chismología creó la leyenda de que los directivos del rojo habían obligado al técnico de turno a tener que llamar de nuevo a Steven Mendoza, jugador que había sido castigado por indisciplina, para que previo a la final alterara el orden y la concentración del equipo. Se les olvida que fue Mendoza el hombre que hizo el gol para ir a las instancias de penales y que uno de los que botó un tiro desde los doce pasos, fue Bustos, otro jugador de la casa, quien ni siquiera lo tiró mal sino que le pegó en el palo.
Los dos años siguientes, si se mira de fondo, son el efecto de lo que hicieron los directivos que estuvieron entre los años 2008 y 2011. Esos que no se sabe qué hicieron con la plata. Para 2013 y 2014 relata un empleado del América que se le debía dinero hasta los proveedores del jabón de las duchas en Cascajal. Y pues con hambre no juega nadie. Los jugadores pensaban más en cómo iban a pagar los zapatos y guayos que debían en San Andresito que en ganarle a la Uniautónoma.
Sin embargo, llegaban noticias alentadoras. El club logró salir de la fatal Lista Clinton, por obra y gracia de un señor llamado Oreste Sangiovanni. Aclaro que a Sangiovanni jamás en la vida lo he visto, solo de oídas sabía lo que se decía en la calle: que es el dueño de Café Águila Roja, que tiene hoteles y es un empresario que si le daba la gana se podía ir a vivir a Mónaco con los intereses de sus empresas. Pero como el hombre le dio por levantar al muerto, comenzaron a lloverle críticas de los hinchas de radio que ni siquiera van al estadio.
Alguien muy cercano hace poco me dijo que Sangiovanni y su familia le habían metido más de 10 mil millones al club. Así mismo, leí de sus propias palabras en el País de Cali que esto lo hacía: “Por el amor y la pasión que le tengo al equipo”. La semana anterior me llegaron varios documentos a fecha de 2015 de los estados financieros del club y casi me caigo del asiento. Pensé que me estaban timando. Entonces me atreví a llamarlo por primera vez el pasado viernes para que de su propia voz me confirmara lo increíble. Pero antes de comenzar con las cuentas, le pregunté algo que por su tono de voz sé que le incomodó mucho:
—¿Cuánta plata le metió usted al América?
—La necesaria para sacarlo de la olla –dijo y hubo un largo silencio.
Con todo el respeto por el señor Oreste Sangiovanni y el agradecimiento que de aquí en adelante le debe tener toda la hinchada roja, le digo de frente que no le creo todo lo que dice. Que como periodista no puedo tragar entero. Sé que adora al América desde niño, su papá fue presidente del club, pero es obvio que un empresario no le mete tanta plata a un equipo sin pensar en recuperarla. El fútbol es un negocio. Él le apostó como ningún otro. “O gano o pierdo”. Pero si saca adelante al club que en el 2010 apareció como el mejor en toda la historia de Colombia, es mucho los réditos que recibirá.
Así mismo, tampoco creo que se haya confabulado con miembros de la Dimayor o de canales privados para no dejar ascender al equipo a la primera división. Está claro que se dedicó primero a organizar la casa, ya después los hijos darán las alegrías. Como dijo alguna vez García Márquez: “Si no aparece el éxito de Cien años de soledad, yo no hubiera podido seguir escribiendo porque con hambre y recibos llegando por debajo de la puerta ¿quién se concentra?”.
Una de mis fuentes dice que la operación matemática que logró crear Sangiovanni fue a través del ejemplo: “Como él fue el primero que se metió la mano duro al bolsillo, afincó credibilidad. Llamó a empresarios también de mucho dinero y con un plus, ser hinchas del América, para que consolidaran el saneamiento de las deudas a cambio de acciones”. Y así fue. En el 2012 el club le debía a sus acreedores cerca de 25.000 millones de pesos. Con la plata que entraba por auspicios, televisión y taquilla lo primero que hizo la nueva junta directiva fue empezar a pagarles a los jugadores contratados.
Pero a finales del año pasado se llegó a una fórmula que dio sus frutos: se convino que los empresarios que tenían liquidez, pagaran las deudas de los acreedores y en contraprestación recibían acciones. El equipo que estuvo a punto de ser liquidado pasó de deber en el año 2014 más de 18 mil millones de pesos a tan solo tener un pasivo de dos mil millones. América hoy cuenta con 68 socios, de los cuales hay seis que como en la bolsa de valores le apostaron a hacer creer en la marca para después recibir las retribuciones del esfuerzo. Entre ellos se puede mencionar a Pepino, Oreste y José Sangiovanni, a Osberth Orozco, Armando Basto, Tulio Gómez y José Bautista. Vuelvo y repito, no me creo el cuento de que hubo confabulación para no ascender a la A, así como tampoco me como el cuento que los que acaban de invertir más de diez millones de dólares, lo hagan por amor, sino porque saben que el América de Cali es una institución que disputando finales y partidos puede vender más camisetas que Falcao y acceder a gigantes patrocinios como el Cali, Nacional y ese Millonarios del que nadie me pudo volver hincha.
Twitter autor: @PachoEscobar