De los 36 años que esta campesina santandareana militó en las FARC, 24 de estos fueron al lado de Manuel Marulanda Vélez. La novena hija de los 21 que nacieron de sus padres, unos campesinos pobres de las montañas de Santander. Seis de los hermanos murieron de física pobreza.
Criselda Lobo Silva vivió su primera infancia en La Linterna, una vereda de Santa Elena del Opón, Santander antes de trasladarse a la zona rural de Bucaramanga. De aquellos tiempos, cuando estudiaba en la escuelita rural que tenía sólo hasta el tercer grado de primaria guarda los recuerdos de una madre desconsolada que sollozaba con amargura detrás de sus hijos pequeños.
Y sobre todo después de reñir con un marido agrio que la celaba con los vecinos y llegaba hasta golpearla a veces. No quería una vida similar para su hija. Ayudaba en el cuidado de los más chicos y entre ellos solo uno estaba autorizado por el papá para salir al pueblo, llevar los quesos y otros productos de la finca a vender. Una misión que Criselada bien podía cumplir.
Pero su destino estaba marcado por el control y el encierro con sus hermanas , condenadas a casarse y tener hijos. Renegaba de su condición de mujer, deseaba ser hombre, gozar de libertad. Quería ser médico, como su papá quien entre los trabajos del campo curaba y recetaba, Uno de sus hermanos había estudiado medicina y periódicamente le hacía llegar bultos de muestras médicas con instrucciones para su uso. Poco pudo conocer de las veredas La Paz y Vélez, los dos cascos urbanos cercanos, pero ya en Bucaramanga la cosa fue distinta, tanto que gracias a la tenacidad de su madre, logró continuar sus estudios allí.
Ya en la finca de Bucaramanga se comenzó a oír hablar del ELN. Alguna vez, tras la quema de un rastrojo, ella y sus hermanas hallaron un bulto de medicinas reducidas por el fuego y luego apareció un hueco protegido por una madera que parecía ser una caleta. Pasaban por ahí sin que los Lobo tuvieran contacto alguno. Distinto a lo ocurrido con el grupo de uniformados que aparecieron con la insignia Farc en el uniforme. Al mando estaba una mujer: la comandante Eliana que se convirtió en referencia para Criselda que a apenas tenía 16 años.
El encuentro con los guerrilleros le mostró un camino. Pronto se convertiría en Sandra, con la fortuna para ella de poder cumplir su aspiración: estudiar medicina. Había entrado a formar parte del Frente 12 y su comandante era Alonso Cortés. Entró a formar parte de un primer grupo de enfermeros y pronto terminó en el hospital del municipio de Matanza, donde practicó durante siete meses.
Fue sastre en un taller de la guerrilla en el campo y fueron muchos los trabajos que se desempeñó. mientras pasaba su embarazo. Su compañero se hizo cargo de el bebe y ella continuó con su vida guerrillera.
Los cursos de mecanografía en el bachillerato le resultaron útiles y el comandante la dotó de una máquina de escribir. Fue la primer sorprendida cuando la envió al campamento principal desde donde Manuel Marulanda y Jacobo Arenas comandaban la tropa guerrillera. Su misión, apoyar como secretaria al Secretariado. Allí llegó al páramo de Sumapaz.
Conoció de entrada en este primer viaje a Alfonso Cano y Raúl Reyes, quien estaba recién llegado. A Timoleón Jiménez y a Jaime Guaracas. Manuel Marulanda tenía su propio campamento, un tanto retirado de allí y venía casi diariamente a reunirse con Jacobo. Distante e introvertido, Sandra no entendió porque era el comandante.
La firma de los Acuerdos de La Uribe fue la oportunidad para Sandra de conversar con el comandante Marulanda. Fue designada para atender a la Comisión de Paz del gobierno Betancur que llegaron en un helicóptero a un lugar conocido como El Oso en La Uribe. A Sandra le correspondió llevarle los alimentos a Manuel, quien no quiso almorzar con todo el grupo.
Manuel Marulanda empezó a buscarla siempre que llegaba al campamento de Jacobo. Entraba a la enfermería a saludarla. Empezaron las risas cómplices. Lo definitivo para su romance sucedió el 28 de mayo, cuando comenzó el primer cese el fuego entre el gobierno de Belisario Betancur y las FARC.
De regreso al campamento, la mula que cargaba a Manuel Marulanda se encabritó de modo y lo tumbó al suelo. Quedó maltrecho y terminó en manos de la enfermera. Traía una costilla fracturada.
Todo empezó con la formalidad de una carta que Marulanda la pidió quemar una vez fuera leída. Entre curaciones y atenciones nació un amor que los acompañó hasta su muerte en 2008.
Compartieron 24 años de vida guerrillera. En las marchas guerrilleras, en las decenas de campamentos, en medio de las operaciones militares y los procesos de paz que se frustraron. Le preparaba los alimentos cumpliendo un destino al que ella le había huido de niña. Tomó el manejo de las comunicaciones radiales del comandante con toda la tropa de las Farc. Su jornada era dura. Un día no pudo más y estalló. Manuel Marulanda cedió. En adelante siempre tuvo quien preparara sus alimentos. Y Sandra quería vivir la vida guerrillera.
Acompañó a Marulanda en sus múltiples éxodos. Como el que sucedió al ataque a Casa Verde, en el río Leiva. Marulanda dirigía por radio, personalmente, las operaciones de resistencia y ataque al Ejército. Las recién creadas brigadas móviles se obstinaban en darles caza. Pero el comandante conseguía siempre golpearlas y evadirlas. Una vez, en un ametrallamiento aéreo, la ráfaga de un avión pasó a unos cuántos centímetros de su cabeza. Marulanda no se asustaba.
Ni siquiera bajo el fuego de las bombas. Refugiado con los suyos en la trinchera, se dedicaba a contar historias de otros tiempos, a echar cuentos y reír como si nada estuviera sucediendo. En un par de ocasiones, en marchas guerrilleras, sus unidades de vanguardia chocaron con patrullas del Ejército. Marulanda respondía con templanza. Ordenaba a unas unidades combatir mientras organizaba la retirada en total calma. Un personaje extraordinario, no había duda.
Con los años Sandra terminó convertida en su asistente y secretaria personal. Trabajaba a su lado ayudándole en la redacción de documentos. Manuel caminaba alrededor de la mesa mientras le dictaba y ella opinaba cómo le quedaría mejor. Pasaron años organizando el archivo personal de su jefe. Él siempre quiso conservar toda la correspondencia enviada y recibida. En los tiempos de la máquina de escribir era más complejo. El computador facilitó su trabajo.
Aquella ocupación era absorbente. Y más cuando los accidentes naturales como las crecientes de los ríos o los derrumbes de la montaña lo arruinaban en gran parte y había que reconstruirlo. Aquello se turnaba con su vida doméstica. A falta de hijos siempre tuvieron mascotas, gatos, perros que Manuel y ella adoraban y cuidaban con el mayor cariño. También escuchaban juntos música, una afición que Manuel mantuvo intacta durante toda su vida.
Al igual que su amor por el violín. A Marulanda le gustaba sentarse a oír con atención las melodías y hacerle notar en qué momento, entre el alud de instrumentos, el violinista hacía valer el suyo. Su oído musical era sorprendente. Le encantaba que los guerrilleros interpretaran música de cuerda y los estimulaba cuanto podía. Fue el quien patrocinó la creación de la orquesta Los Rebeldes de Sur, y había que verlo en sus ensayos calificando el sonido de cada instrumento.
También fue defensor de la producción teatral de los combatientes. Que prepararan y presentaran obras en días especiales. Al igual que danzas. Le gustaba que Sandra y las otras muchachas organizaran grupos de baile y que ensayaran toda clase de ritmos colombianos para presentarlos ante el colectivo. No importaba dónde se hallaran, Manuel mandaba conseguir las telas y veía el modo de que se confeccionaran los trajes folclóricos.
Hasta que llegó el atardecer de aquel 26 de marzo del 2008 Marulanda llevaba cinco días quejándose de un malestar. A las seis y veinte minutos de la tarde, al ingresar a su pequeña caleta donde esperaba sentarse a mirar las noticias de la noche, le expresó a Sandra que sentía un fuerte mareo. A los pocos segundos se derrumbó. Sus tropas corrieron a llevarlo a la cama. A los cuantos minutos constataron que había muerto. Un golpe severo para Sandra y las FARC, que sin embargo no la postró. Asumió las banderas, soprotó el coletazo final de la Seguridad democrática y como toda una comandante emprendió el camino de la paz. Diez años después se posesionó, este 20 de julio como senadora entre las cinco curules del Partido Farc.