La inmensa mayoría de los residentes en Bogotá ha hecho la tarea de quedarse en casa desde el viernes a primera hora. Sin distingo de línea política. La alcaldesa López ha brillado por su liderazgo, empatía y la inteligencia de consultar las decisiones con personas ligadas a la ciencia. Ha contribuido a la generación de confianza en las instituciones, un ítem en crisis en Colombia. De ahí que cuando el presidente Duque anunciara antier los 19 días de encierro, no hubo desacuerdos de consideración en ninguna parte del país. El camino estaba allanado.
Una sociedad convocada que hace la tarea, decenas de miles de profesionales y trabajadores de la salud y de sectores de apoyo que se la están jugando, son orgullo de todos.
Por eso resulta absurdo y peligroso el comportamiento de algunos.
¿Qué impulsa actitudes como las del alcalde de Popayán, la de quienes se atiborran de papel higiénico y gel, y de bienes de primera necesidad, la de las cadenas y proveedores que pretenden hacer su agosto subiendo los precios, la de los que se toman vacaciones para eludir el “distanciamiento social”, la de algunos empresarios que botan gente sin compasión y la de pastores llamando a sus ovejas a cotizar en días del coronavirus?
La respuesta: la mezcla peligrosa, en proporciones variables, de ignorancia, soberbia y codicia.
¡Ay de nuestra arrogancia! La humana, la natural en todos nosotros, a la que se refiere Borges en Hombre de la esquina rosada, cuando un matón forastero, después de humillar al del barrio en un bar de la localidad, cae muerto por la puñalada de alguno, y una asistente al jolgorio dice: “Tanta soberbia el hombre y no sirve más que pa´juntar moscas”. Con o sin coronavirus, para la tierra vamos todos, ya o después.
Sin embargo, el miedo colectivo del 2020, que se amplía día a día, no tiene precedentes, como no lo tienen las medidas de “distanciamiento social” que han cortado de tajo cadenas de suministro de bienes y servicios, ni más ni menos que las vías cruciales para la creación de empleo y riqueza.
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El miedo colectivo del 2020, que se amplía día a día, no tiene precedentes, como no lo tienen las medidas de “distanciamiento social”
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Pandemias las ha habido en forma recurrente en la historia de la humanidad. Sin embargo, pese a la mortandad, se han registrado en ámbitos locales más o menos ampliados; las de la gripe española de 1918 y la del Sida, las grandes recientes, que acabaron con la vida de unas 80 millones de personas, más o menos equivalente a la suma de las muertes ocasionadas en las dos guerras mundiales del siglo pasado, pueden caracterizarse de globales. Sin embargo, aunque devastadoras, no fueron amenaza para toda la humanidad como lo es hoy la del Covid 19.
Ninguna, como la actual, se ha desplegado de manera global en todo sentido. En la dimensión sanitaria, la escala del contagio es planetaria. En la económica, no tenemos idea de las consecuencias que tiene la suspensión de las rutinas productivas, del encerramiento, del bloqueo al transporte, que algunos asimilan ya a la de 1929.
Y, como nunca, todos estamos informados, por vías digitales, en tiempo real, de lo que pasa con el contagio, al menos en términos estadísticos. Amén de tener la posibilidad de opinar y de matricularnos en cualquier escuela, vía twitter o cualquier red, apropiándonos de teorías conspiracionales, de predicciones apocalípticas, o de la convicción acerca de lo que más le conviene al país en materia de política pública.
Sin saber cómo evolucionará dentro de algunas semanas, el contagio equivale, en estos días, a una tasa compuesta diaria de más o menos 10 % de infectados. Hay, al escribir este artículo, 336.000 en el mundo. Mañana serán, aproximadamente, 370.000. Y así sucesivamente. Es una barbaridad.
Sabemos, de inmediato, acerca de la crisis en el norte de Italia y en España, de las centenares de muertes diarias, de cómo los sistemas sanitarios se convierten en precarios ante la avalancha de contagiados. Que Europa y los Estados Unidos, es decir el llamado Occidente, no han dado la talla frente a los asiáticos, China, Corea, Singapur, Hong Kong, Taiwán, que han conseguido contener la amenaza dentro de límites razonables.
Por todo lo anterior es increíble que, por uno u otro lado, se desplieguen brotes vergonzosos de ignorancia y, a la vez, soberbia, manifestados en actos irresponsables.
Más allá de la capacidad que tenga el estado de sancionar y siguiendo a Antanas Mockus, es importante que la sociedad, comprometida en cumplir con las medidas para hacer frente al Covid 19, esté alerta denunciando y sancionando socialmente tales comportamientos.
Posdata: De buena fe, miles de personas están atiborrando la red enviando videos, audios, escribiendo y hablando en exceso. Debemos autorregularnos y utilizar los medios digitales de forma sobria. Una buena banda ancha disponible es necesaria en estos tiempos.