Todo liberal que quisiera ser presidente sabía que en algún momento de su campaña debía pisar la gallera San Miguel en Bogotá, coger el micrófono y pregonar al mejor estilo de los caudillos las palabras de cambio revestidas por el trapo rojo de su partido. Así lo hizo Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay, Virgilio Barco y hasta Luis Carlos Galán tres meses antes de su asesinato. Hoy, estos eventos parecen cosa del pasado.
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A la gallera San Miguel, la más famosa y más antigua de Bogotá, ya no van tantos políticos como antes. Ahora, que está de moda ser ambientalista, animalista y hasta vegetariano, los políticos y los famosos huyen de estos lugares no por convicción sino por el miedo a perder votos y seguidores. “Estos movimientos animalistas no son más que populismos políticos”, dice Fabián Sarria, director de la Federación Colombiana de Criadores de Gallos. Los eventos en la gallera San Miguel, que lleva 65 años en pie, y de la que dicen que de vez en cuando asistía el narco Gonzalo Rodríguez Gacha, son los viernes y sábados. Este lunes 6 de septiembre hubo un evento especial. Lleno total. La gallera, una de las pocas legales que aún existe en Bogotá, queda en la calle 77 con carrera 20, en el barrio Los Héroes, a una cuadra de la Av. Caracas.
Mal contados, sobre la calle 77 y sobre la carrera 21 había 80 carros. La lista la componían desde taxis viejos hasta Toyotas Land Cruiser último modelo de vidrios negros y que superan los $400 millones. Adentro muchos parecen vestidos con el mismo patrón. Camisa calentana de mangas cortas metida entre el pantalón y zapatos de cuero. El poncho terciado al hombro completó varias de las pintas de la noche. Parecen provincianos que mandan en sus pueblos. Aunque los carros de afuera muestran la diferencia económica de sus billeteras, adentro parece que el dinero no es problema para ninguno. La mayoría carga fajos de billetes entre los bolsillos o en pequeños carrieles de cuero que también hacen parte de la vestimenta de los aficionados.
La gallera está abierta desde las tres de la tarde. A las cinco ya está llena. Hay unas 400 personas. Solo hay nueve mujeres, seis de ellas trabajan en la gallera. Las otras tres acompañan a apostadores en la primera fila la cual está pegada al ruedo donde los gallos se disputan la victoria. Esa fila, la VIP, donde hay 70 sillas de color rojo, es la entrada más costosa. Esta noche vale cien mil pesos. Las dos filas que le siguen, donde hay 160 sillas entre azules y grises, valen ochenta mil pesos. Las gradas de madera, que tienen tres alturas, que llaman el gallinero, valen treinta mil.
Esta gallera fue abierta en 1956. Su dueño por muchos años, antes de que cayera en manos de sus hijos, fue el ganadero santandereano Miguel Tovar. Era tan aficionado a los gallos como a la política. La San Miguel fue fortín del partido liberal por muchos años. Sin embargo, el espacio ya no se adecúa a las políticas modernas. Las peleas de gallos no son del gusto de los jóvenes, que han caminado hacia políticas ambientalistas y animalistas.
A los últimos políticos que han visto por allí fue al hoy exsenador Eduardo Pulgar Daza, condenado a comienzos de 2021 a casi cinco años de prisión por corrupción, y al conservador Roberto Gerlein; ambos reconocidos aficionados a la apuesta y cría de gallos finos. Hoy más de uno, como la concejal animalista Andrea Padilla, quiere cerrar este lugar. La semana pasada el Concejo de Bogotá aprobó un proyecto para reducir la violencia dentro de las peleas de gallos y busca desestimar esta práctica. Los galleros están emberracados.
“De la pelea de gallos viven muchas personas: los galleros, los entrenadores, los apostadores, los que fabrican las espuelas, los campesinos que crían y venden los pollos. El Concejo quiere acabar con esto, pero muchos se quedarían sin trabajo. Los que vivimos de los gallos nos vamos a unir para no dejarnos acabar”, dice el director de la federación gallística.
José Ortegate es empleado de una carnicería en Yomasa, en el sur de Bogotá. Es aficionado a los gallos desde niño. Está afición llegó a él porque su padre también era aficionado a la pelea de gallos. Tiene 33 años. Son las ocho de la noche y está arreglando a Hero, un gallo de 10 meses que hoy pesó 3.10 kilos. Explica que dentro de las peleas de gallos en Colombia Hero es un animal grande. Es su tercer gallo de la noche. Los otros dos ganaron y su victoria le hizo ganar casi cuatro millones de pesos. Los gallos de José Ortegate son entrenados por Víctor Macías, que también está presente y a quien le toca el 20% de las ganancias.
Mientras le va poniendo las espuelas a Hero, José Ortegate dice que la pelea de gallos no es un deporte. Tampoco es un trabajo. Poner a pelear dos animales es un pasatiempo dentro de una actividad cultural que se juega en todos los rincones de Colombia y que a veces le deja plata. Otras veces la pierde. Dice la historia que las peleas de gallos empezaron en China hace unos 2.500 años. Ser gallero se lleva en la sangre y es una pasión que pasa de generación en generación, es lo que se le escucha a la mayoría de los galleros.
La apuesta que José Ortegate casó con William, el dueño del gallo contendor de Hero, fue tasada por un millón quinientos mil pesos. Esta es la primera pelea de Hero. José Ortegate, su socio y Víctor, el entrenador, le tienen fe. William también le tiene fe a su gallo. Son las nueve de la noche y faltan tres peleas para que Hero se enfrente a muerte.
Cada pelea dura ocho minutos o menos si alguno de los animales mata o deja mal herido a su rival. El dueño de cada gallo es libre de parar la pelea si va perdiendo el encuentro y quiere que a su fina ave no la maten. Muchos galleros optan por salvar a sus gallos. Otros no pierden la esperanza de que su animal golpeado tome un nuevo aire y en un movimiento inesperado de sus patas en el aire propine la muerte de su contendor. Si los ocho minutos se acaban y los animales siguen picoteándose e intentando herirse la pelea se decreta abierta. Es un empate. Ni los galleros ni los apostadores ganaron o perdieron. El empate deja un sin sabor en todos los presentes.
Aunque la palabra de gallero se respeta y se cumple -o se hace cumplir- para evitar problemas el dinero que apuestan los dos galleros se le entrega a una cajera del lugar. Ella es la custodia y es quien entrega el premio al ganador. Pero las apuestas que mueven la emoción en la jornada son las que realizan los espectadores en las gradas. Estas apuestas son de palabra. Y también se firman como palabra de gallero. En las tribunas, por cada pelea, se pueden mover unos cinco millones de pesos o algo más. Esta noche hay registradas 32 peleas.
La pelea de Hero empezó a las 9:50 de la noche. A Hero le pusieron una cinta azul en cada una de sus patas y a su contendor un par de cintas rojas. Los dos gallos eran de un color blancuzco pintado. Muy parecidos. Pesaban lo mismo. En medio de gritos y algarabía la pelea duró solo seis minutos. El joven y primíparo Hero fue el vencedor. Mató a su rival con facilidad. José saltó al ruedo y orgulloso levantó su gallo. Los jueces le entregaron un papelito que lo acreditaba como ganador. Cobró tres millones de pesos. Terminada la pelea se empezaron a mover billetes para lado y lado. Casi todos los presentes apostaron. Ganadores y perdedores parecían divertirse. “Me desquito en la siguiente”, me dijo un hombre gordo, canoso y con cara de aburrido mientras me entregaba un billete de $20 mil.