Sábado en la tarde. El pueblo no está tan alegre como de costumbre pues en la madrugada ha muerto Don Nicolás Hernández director de los Gaiteros de San Jacinto. Allí no hay salas de velación, la tradición es que los muertos se velen en su casa, “aquí quebraría una funeraria” dice “don Juan Chuchita”, el último de los Gaiteros vivos de la segunda generación.
El calor es el de costumbre y el agua escasea como todos los días, por eso se cuida, se ahorra, los tanques están secos, hace días que no llueve. Mientras desde Cartagena trasladan el cuerpo de don “Nico” hasta su casa en San Jacinto y allí visitarlo por última vez, los Sanjacinteros continúan con sus labores diarias, por ello la familia Meléndez se ha levantado temprano, pretenden terminar algunos pedidos de pellones (forros para sillas de carro), hamacas y mochilas.
Los telares que Ramón de 60 años, construyó para que tanto él como su hijo de 35 trabajaran y apoyaran la microempresa familiar están ocupados por pellones azul y blanco que esperan terminar en un par de horas. Mientras tejen, Ramón aprovecha para mostrar orgulloso las hamacas que con diferentes técnicas ha tejido en las últimas semanas, pues asegura que es lo que más trabajo y dedicación implica.
En esa casa viven además Luz, madre y abuela a quien llaman “la piache” o experta del tejido. Claudia, otra de las hijas conoce mucho la labor, tanto que ha sido invitada por el SENA para enseñar a tejer en otros municipios de Bolívar y Sucre. También viven allí la esposa de Luis y su hijo de 10 años. Todos en casa tejen incluido el niño pues aseguran que desde los 8 años tuvo su propio mini telar para conocer y aprender el trabajo que durante años ha dado de comer a su familia.
En un barrio cercano se encuentra Orlando Torres, un campesino cuya cédula dice que tiene 67 años pero su piel indica al menos 80, arrugada, cansada y quemada por el fuerte sol en la zona. Tras meses intentando trabajar el campo y no lograrlo, una tarde sorprendió a Leonor su esposa con un telar en el patio de su casa, justo al frente del de ella y en el que le pidió que le enseñara a tejer, “yo me sorprendí, hasta me asusté, nunca me había dicho que quería aprender”, asegura ella.
En esta zona conocida como los Montes de María, los hombres se dedicaban a cultivar maíz, ñame, yuca, plátano, cacao y aguacate, pero debido a la presencia de paramilitares y guerrilla que actuaban en contra de la población civil para conseguir dominio y control territorial, se enfrentaban al ejército y así estaba en peligro la vida de los campesinos quienes obligados abandonaron el campo para explorar otras formas de trabajo.
Ramón que asistía en compañía de dos hijos se refiere a ese difícil momento, “…al monte ya no le doy garantía, se formaban las plomeras, el helicóptero disparaba y uno tenía que salir. A varios mataron allí en la vereda que yo trabajaba, a veces secuestraban y llevaban, ese es un riesgo muy grande, yo le dije a los hijos míos no vamos a venir más, las cosechas se perdieron, teníamos animales allá, todo eso se perdió, gallina, pollo, unas reses…”.
Cuenta Luis el hijo mayor que en cuanto su padre Ramón dio la orden en casa de no volver al campo, “…dijimos no hay más nada que hacer sino coger el telar y mi papá un día decepcionado de ver tanta cosa dijo voy a conseguir la madera, hizo su telar, ahora si llegó el turno y ahí comenzamos a tejer…”.
Una historia similar es la que cuenta Orlando, ya que al dejar las labores agrícolas pues además del peligro que éstas implicaban, su edad y situación física ya no le daban para caminar mucho, tampoco para correr cuando era necesario. Luego, vendió botellones de agua y no le fue muy bien por eso sintió que era el momento de pedirle a su esposa que le enseñara a tejer, “…yo veía que esto era fácil pero cuando comencé si lo vi difícil ella me enseñó, ella es la profesora, la verdad es que enseña muy bien!...”.
Las mujeres coinciden en que esta labor fue para los hombres, resultado de una obligación “…yo no le prestaba importancia pero en vista que no hay más que hacer uno tiene que recurrir a lo que venga para alimentarse…”. Sin embargo, ahora lo disfrutan pues es el trabajo tanto de jóvenes como de adultos mayores por lo que barrios como San Rafael son reconocidos como “de hombres que tejen” que dependiendo de su habilidad pueden tejer dos pellones diarios.
Las hamacas también hacen parte de sus tejidos, no obstante implican más tiempo y esfuerzo. Las mochilas, aunque saben hacerlas no les gusta porque señalan que debe tener toda su atención y además “duele el cerebro” por la posición que la cabeza adopta y la concentración que exige, por ello el pellón es su tejido favorito.
Los hombres mayores trabajan un poco más lento y por eso necesitan al menos dos días para terminar un pellón. Son ellos para quienes justamente el cambio de labor ha sido más difícil de asumir, pues no lo hacían de niños porque se trataba de una labor “de mujeres y si un hombre tejía decían que era marica”, eso ya pasó, “ahora esto me encanta porque ahí es donde uno ve vida, ahí es donde está el sustento para comer”, señala Orlando mientras adelanta el pellón que inició en la mañana.
Ya son las seis de la tarde, hace por lo menos una hora que terminaron su trabajo en el telar, porque ya no hay luz natural y los ojos se gastan mucho, además a las 6 cenan y deben bañarse para refrescarse y asistir al funeral de don Nico a quien verán por última vez en su casa escuchando gaitas y tambores en su honor, Campesinos y Gaiteros de San Jacinto reunidos para dar el último adiós a quien en honor a su pueblo no tejió pero si cantó.