Como en El paraíso perdido, de Jhon Milton, las sombras de sus glorias pasadas ocultan las debilidades y fallas que marcan el comienzo de la curva descendente, rumbo a la ruina de este paradisíaco territorio colombiano que, a pesar de su distancia con la Costa Atlántica -775 kms- fue contagiado del mayor mal del país: la corrupción.
Lugares y espacios emblemáticos de la isla están abandonados, en ruinas parecidas a las que sufren algunos barcos encallados muy cerca de sus playas; las basuras amontonadas en los sectores periféricos, las calles maltrechas aún en sectores próximos al centro turístico y su arquitectura histórica-patrimonial consumida por la carcoma y los roedores, son los signos más evidentes del desinterés, del olvido oficial.
La antigua casa de la cultura, en el corazón de la zona turística, simboliza el desprecio por el cuidado y preservación de los componentes importantes del entorno insular. Más que olvido, la decadencia es, inocultablemente, producto de la corrupción que se engulle de manera atropellada los recursos millonarios que ingresan a la isla.
San Andrés es el único territorio colombiano en donde los connacionales debemos pagar un impuesto para ingresar a su jurisdicción geográfica, equivalente a $50 mil por persona. A la isla llegan, en promedio, 2.000 personas diariamente, de las cuales el 80 % paga el impuesto. Las demás son nativos a quienes no se les cobra.
Es una verdadera cascada de dinero, cuyo manejo y control no fue posible establecer de momento, pero para lo cual se solicitó información mediante un derecho de petición.
Las personas que identificaron al periodista en distintos sectores de la isla, le pidieron preguntar por ellos sobre el destino de los recursos provenientes de “esa mina de oro“.
La desorganización y el abandono son más evidentes, desde luego, en los sectores populares, pero en la zona comercial también se perciben señales de los destrozos y de la ausencia del gobierno.
En las playas no hay servicio de baños públicos y los hoteles prestan este servicio exclusivamente a sus huéspedes. Tampoco se ofrecen espacios con Wi-Fi gratis, como en otras ciudades.
De conformidad con testimonios recogidos durante varias horas de charlas con los nativos y visitantes, la inseguridad aumentó dramáticamente en los últimos meses se han registrado muertes violentas, aparentemente por ajustes de cuentas, y también se incrementaron los atracos a mano armada.
La mayor preocupación de los nativos está asociada al futuro de su sobrevivencia pues consideran que al ritmo que va la pérdida de imagen ante el mundo, en pocos años serán muy pocos los visitantes. Y ellos dependen del turismo porque actividades económicas como la agricultura desaparecieron por cansancio de los suelos, y la pesca se redujo notablemente tras el despojo reciente de áreas marinas.
Personas que han visitado la isla desde hace muchos años, coincidieron en que “esto ya es un basurero” y recordaron los días felices de sus paseos al archipiélago. La insensibilidad por la suerte de la isla es notoria; entre sus habitantes, muchos no oyen ni ven nada, sumidos en una indiferencia, en una resignación tan sublime como el mar Caribe.
No se trata de un presagio. Es ya una realidad que se palpa, como la de estar rodeados de mucha agua pero sin agua para beber, en una realidad pasiva desconcertante como si el mar y el urbanismo, por sí solos, como el ángel de la guarda, fueran su salvación.
Arrastrados por la rutina, como las olas que chocan contra los arrecifes coralinos o el viento que entrelaza las arenas y las basuras, los sanandresanos apenas comienzan a sentir que su paraíso puede ser un infierno en pocos años si no se suman a las voces que ya promueven un cambio en las costumbres políticas que permitan poner al frente de su barco a la gente comprometida con el mantenimiento y mejoramiento de las condiciones que hicieron de este alejado pedazo de Colombia el sueño de miles de personas de todo el mundo.
Porque Satán, el héroe del poema de Jhon Milton, resuena en las heridas de la corrupción, en las extrañas sombras de la politiquería, en busca de un paraíso perdido.