Cuando Samuel Vargas supo que la lesión en la rodilla lo sacaría del fútbol pensó en que todo había terminado. Fueron meses durísimos en la lona. El árbitro hacía rato había contado hasta diez. Con el fútbol se iba la posibilidad de acceder a una beca deportiva en los Estados Unidos, algo que estaba prácticamente ganado. Sin embargo pocos sabían de lo que estaba hecho Samuel Vargas. El joven periodista bogotano lo perdió todo, hasta el miedo, y por eso no tiembla al encarnar cada noche al malo de la película en Futbol Total, la polémica más divertida que uno se puede encontrar en la televisión por estos días.
Al principio no lo soportaba. Samuel puede llegar a ser una caricatura. No hay nada que ofenda más a un cucuteño que escuchar a un rolo hablando argentino. Todos hemos visto a algún buen muchacho bogotano llegando de Buenos Aires, después de estar tres semanas gorreándole casa a un buen amigo en Chacarita, con un termo en una mano y en la otra un mate. No hay nada más arribista que ese argentinismo, algo que Samuel no oculta: desde Redonditos de Ricota hasta Bochini y todos los mitos argentos. En Vargas el amor por Argentina es verdadero, no es una impostura. En la Ciudad de la Furia se agrandó y consiguió el éxito en uno de los terrenos más difíciles: todo porteño que camina por Florida se cree Macaya Márquez.
Dentro de Fútbol Total, así Girarlt lo disimule, lo adoran. Es que cuando Vargas se quita la careta es un muchacho tan humilde que reconoce en el Totalero Mayor a su mentor, su inspiración, algo que comparte, así no sea muy popular decirlo, con Carlos Antonio Vélez. Por eso solo en una ciudad tan alcahueta como Buenos Aires Samuel Vargas puede darle rienda suelta a lo que sabe, lo que disfruta: hablar con desparpajo y sin falsa modestia sobre fútbol.
Seguiré odiando a Samuel y pegado a Fútbol Total. Imagínese, ¿qué otra cosa podemos hacer desde que se fue Iván Mejía? Inventarnos ídolos de barro.