Otro penoso día de la salud mental transcurrió el pasado 10 de octubre. Su pobre difusión y el abandono estatal nos recuerdan que estamos solos, mientras la autoayuda sigue siendo eterno éxito comercial; añejada por renovadas marcas, ahora fusiona variedades de filosofía estoica y psicologías positiva o cognitiva-conductual: ¿mucho ruido y pocas nueces?
Zenón fundó el estoicismo. Forjó la virtud para procesar en relativa calma las adversidades, y aportó a la lógica proposicional. El testigo lo recogió Séneca, un pensador de origen noble que, no obstante, estudió la austeridad o moderación; igual, fue mentor y consejero de un emperador tirano y extravagante, cuyo legado fue desencadenar la decadencia del imperio romano.
Alternativamente, en la civilización griega, un esclavo abanderó la causa. Desde entonces, la mayoría de los mortales depende de los paliativos, o la resignación ante lo único que pueden controlar: su opinión ante los acontecimientos.
A esa ausencia de rendición de cuentas y administración de consecuencias, en nuestro entorno, deberíamos atribuirle los excesos de indulgencia y resistencia al cambio que sabotearon a la socialdemocracia, pues el hada de la autoestima maquilló la sumisión-represión, inventando justificaciones para darle algún sentido a los absurdos o normalizar las anomalías que se apoderaron de la cotidianidad.
Los ídolos del neoliberalismo financiero y tecnológico, fundamentalmente de origen judío, pusieron de moda esa escuela mientras sus legendarios emprendimientos prometían salvarnos, liberarnos o empoderarnos. Finalmente, dotaron sus anuncios, interfaces y lugares de trabajo con TICs, juegos y comidas, que afianzaron la silenciosa esclavitud moderna.
Para curar a quienes no renunciaban, pero anticipaban los estragos del estrés, otros judíos crearon la Terapia Cognitiva-Conductual. Ahora lamentamos que el neoliberalismo haya sustituido al aspiracional bienestar por la intransigente “desregulación”, que predetermina nuestros estados mentales y destinos socioeconómicos.
Aunque intentemos refugiarnos y rebuscar explicaciones tranquilizantes, como la atribuida a la injusta meritocracia, las restricciones son incapacitantes, las oportunidades parecen inhibidoras y el panorama está más ensombrecido porque el camino de lingotes amarillos está quebrado o degenerado.
Y quien se queja, como casi cualquier miembro de la mayoritariamente vulnerable clase media, es descalificado con etiquetas como “flojo”. Entretanto, el insaciable 1% de la población, que acapara 99% de la riqueza, sigue demostrando un carácter «indiferente» y antisocial, carente de empatía y compasión.
Como quien olvida la historia está condenado a repetirla, parece conveniente recordar que, en la antigüedad, Aristóteles divulgó una ética virtuosa que sustentó la concepción de la moderna psicología positiva, que presuntamente sustituye el enfoque en el control de la enfermedad por la promoción del bienestar.
Patético intento de compensar, la desvirtuada tecnocracia publica axiomas, evidencias y conclusiones cuestionables, pues sus preguntas intuyen respuestas oportunistas, y sus muestras exhiben conformidad o ejercen fanatismo. Su pseudociencia, sesgada, sin grupo de control y experimentada en condiciones ideales, explora los efectos del estoicismo, la psicología positiva y la cognitiva-conductual, en clubes y sesiones vacacionales (https://t.ly/OD25B).
