Lunes, 6 a.m. Acaba de amanecer en Los Cocos y, como casi todos los días, bajo a caminar a esta playa de Santa Marta que tengo a dos pasos de mi casa. A esta hora el mar está precioso, de un color azul profundo, sin una ola, calmado como una balsa de aceite. Los pelícanos revolotean en busca de comida, los pescadores recogen sus redes y al fondo, El Morro, con su faro milenario termina de componer esta idílica y caribeña postal. Hasta aquí todo suena a película pero qué tal si les cuento que no hay medio metro de arena que no esté lleno de basura y que tengo que esquivar botellas, bolsas, tapones, restos de comida, empaques, colillas de cigarrillos, vidrios y hasta encuentro alguna que otra toallita higiénica. Y no estoy exagerando: una de las dos únicas playas que hay cerca del centro de la capital samaria está en estas pésimas condiciones y lo peor es que nadie hace nada.
Por si fuera poco, y para complicar la situación, hace unas semanas la alcaldía decidió que esta frágil playa fuera el escenario de la Fiesta del Mar. De miércoles a domingo miles y miles de personas pasaron por aquí y todavía quedan restos de esta celebración. No me toca a mí sino a la justicia decidir si se sobrepasó la carga recreativa de la playa, produciendo un impacto inaceptable desde el punto ambiental y social, y se violaron derechos fundamentales de los vecinos de este barrio residencial. Pero sí quiero contarles que todavía hay en la arena cientos y cientos de minúsculos papelitos de plástico que dispararon con cañones en las noches de conciertos –algunos se prolongaron hasta el amanecer- que, según expertos medioambientales, tardarán en desintegrarse no uno, ni dos, ni tres sino muchísimos años. Me duele cada vez que bajo a la playa y la encuentro en estas condiciones y la sueño limpia y cuidada como se merece estar.
Puedo imaginar lo que sintió Rodrigo de Bastidas cuando avistó por primera vez desde su embarcación la bahía de Santa Marta, por algo la llaman desde hace año la más bonita de América. Pero eso fue hace casi quinientos años cuando el sevillano fundó la ciudad; hoy, tristemente, la bahía sigue siendo lindísima pero sus aguas están sucias y muy contaminadas. No hace muchos años este mar era cristalino, tal y como uno lo imagina cuando cierra los ojos y sueña con el Caribe, pero de eso ya no queda nada. Ya en 1997, la Corte Constitucional advirtió de que en “la bahía de Santa Marta y sector marítimo adyacente se produce la descarga de aguas negras que representan una fuente importante de material orgánico, nitratos, fosfatos y otros componentes químicos contaminantes, así como de bacterias y otros patógenos fecales”. Por si fuera poco, la ciudad carece de un sistema de recolección pluvial que convierte a calles de la ciudad en alcantarillas a cielo abierto, se embarca carbón en el puerto y la bahía recibe la descarga de cuencas hidrográficas como la del río Manzanares, patio de cientos de viviendas que no tienen alcantarillado. ¿Y qué se ha hecho en todos estos años para corregir esta crítica situación? Que yo sepa, nada.
Carlos Vives ha puesto en marcha una laudable iniciativa que, bajo el nombre “Tras la perla de América”, busca unir esfuerzos para promover una transformación positiva que esté a la altura del compromiso histórico, social, cultural y ambiental que la ciudad se merece y anime a pensar y actuar sobre su visión y desarrollo. Hace unos días en un hotel de la ciudad expertos llegados del país y de fuera, entre los que se encontraban el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, trataron temas como el plan integral de agua potable, la cultura ciudadana, el desarrollo de las comunidades indígenas o el fútbol y su importancia en la construcción de una nueva Santa Marta. Temas muy interesantes y necesarios pero todavía me pregunto por qué nadie habló del estado de las playas de la ciudad y la necesidad de cuidarlas. Hubiera sido interesante, por ejemplo, preguntarle a Jordi Hereu, ex alcalde de Barcelona presente en el foro, cómo hicieron en la capital catalana para recuperar el frente costero y algunas playas como la de la Barceloneta que, les puedo asegurar porque yo las vi, no hace tanto estaban igual de sucias y descuidadas que la de Los Cocos y ahora es una delicia pasear por ellas y hasta bañarse.
Si Santa Marta quiere presumir ante el mundo de sol y playa no podemos permitirnos tener Los Cocos en este lamentable estado. ¿Y qué hacemos? Lo del tema de la contaminación del agua no sé cómo se puede solucionar pero por lo pronto toca limpiar esta playa a fondo y esto es responsabilidad de la Alcaldía que debería cuidarla como la niña de sus ojos y mandar a diario una brigada de varias personas y no un solo barrendero, como hace no siempre tan solo de vez en cuando, con un rastrillo para limpiar él solito dos kilómetros de playa. Nosotros, los que vivimos aquí, y los que vienen de paseo, tenemos la responsabilidad de no ensuciarla. Yo quiero ver la playa de Los Cocos con la arena limpia, el agua no contaminada, gente haciendo deporte en la mañana, canecas para tirar la basura, con sus toldillos para protegerse del sol. Quiero que Los Cocos deje de ser un estercolero y se convierta en la playa que se merece Santa Marta.
Tomado de: colombiadeuna.com