Salvemos la decencia y la majestuosidad de la política

Salvemos la decencia y la majestuosidad de la política

El debate electoral muestra la tensión existente entre dos maneras de hacer política: las que defienden al establecimiento y las llamadas fuerzas alternativas

Por: Carmelo Emiro Chamorro Espriella
marzo 09, 2022
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Salvemos la decencia y la majestuosidad de la política
Foto: Archivo particular

El actual debate electoral ha puesto de presente la tensión existente entre dos maneras de hacer política: las que defienden al establecimiento, de manera abierta o velada, de una parte; y las llamadas fuerzas alternativas que propugnan por un punto de quiebre, un cambio a fondo de la política económica y social del estado colombiano. Entonces en el escenario político nacional el debate ha puesto al desnudo tres  franjas o posiciones, una neoliberal confesa, otra neoliberal vergonzante (que se dice alternativa pero en el fondo es neoliberal); y, la tercera, la verdadera alternativa, que plantea un viraje radical en la política económica y social del país.

La primera postura la defienden los partidos tradicionales liberal y conservador, y sus derivados CD, CR, Partido de la U, principales impulsores del modelo macroeconómico neoliberal y responsables de sus políticas en todos los órdenes a lo largo de los últimos 30 años, obedeciendo la directrices u órdenes del FMI, el Banco Mundial y la Ocde, lo cual requirió adecuar la estructura jurídica del Estado a las exigencias de la apertura, que ocurre con la Constituyente del 91 que parió la carta magna ajustada a los intereses de las multinacionales y del capital financiero internacional.

El contenido de la política económica impuesta a Colombia está en las regulaciones contempladas en el Plan Colombia, el TLC con los Estados Unidos y las recomendaciones del FMI y de la Ocde. La formas que ha revestido esta política de entrega de nuestra soberanía nacional y de nuestros recursos han sido, necesariamente, las prácticas degradantes de corrupción y clientelismo, de constricción de la democracia con la compra de votos, la coacción al elector, el fraude alimentado por un sistema obsoleto electoral, la financiación de campañas con dineros del narcotráfico o de multinacionales para obtener contratos y concesiones mineras (Reficar, Odebrechet, Electricaribe, el affaire MinTic” y pare de contar), la “mermelada” para financiar campañas con recursos del estado, entre otras aberraciones propias de nuestra democracia restringida.

Pero la capacidad de engaño ya se les agotó, el futuro prometido por César Gaviria de desarrollo y progreso social se ha traducido en un infierno para los colombianos, excepto, claro está, para la burguesía financiera, los importadores y grandes potentados que se lucran también del saqueo que permiten. El cuadro es patético: acabaron con la economía campesina, sobrevino la ruina del agro, la quiebra de la industria, y el desempleo desenfrenado, y la informalidad galopante y la inseguridad para todos. Y endeudados hasta la coronilla con la banca mundial.

Pero crearon mecanismos para comprar a los pobres por montones o por libras, uno de ellos, los subsidios estatales de Familias en Acción, a los de la tercera edad, y demás. Como lo dijera el papa Francisco en su visita a Colombia, los neoliberales primero empobrecen a la gente con sus políticas y después los ponen a votar por ellos.

Y sobreviene la crisis y se expresa la indignación en las calles. El régimen hace agua por todos los costados, y el afán entonces de los neoliberales confesos y de los otros que se refieren a los efectos de la crisis, pero no atacan sus causas, es ver cómo lo salvan. Entonces la fórmula que prometen (Coalición de la Experiencia, y Zuluaga y Hernández y Alejandro Gaviria) es más de lo mismo, porque para el tradicionalismo el mal no está en la apertura, ni en los TLC, ni en las recomendaciones de la Ocde, sino en la ineficiencia de los colombianos que no hemos hecho bien las cosas y por eso no somos competitivos.

La franja que está con el establecimiento neoliberal de manera velada pero con ropaje de alternativo es el Pacto Histórico. En efecto, su jefe máximo nunca se ha referido en los debates a renegociar el TLC con los Estados Unidos, y es afecto a Biden y a la OTAN y al TIAR, y está con la Ocde y el FMI que definen la política macroeconómica del Estado colombiano.

En esto en nada se diferencia con Uribe, Santos o Duque, no obstante que se empeña en dividir al país entre uribistas y petristas, una falsa disyuntiva, para engañar calentanos, por cuando la verdadera contradicción se da en torno a la economía y allí son coincidentes. No es de extrañar entonces que acepte en el Pacto Histórico a neoliberales como Armando Benedetti, Roy Barreras y el líder cristiano Alfredo Saade, Luis Pérez, todos cercanos, en su momento, a los expresidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, y para dorar la píldora, por si hubiese duda alguna de sus veleidades neoliberales, a César Gaviria, lo cual ha generado fuertes críticas hasta de sus aliados del Polo, incluso de la actriz Margarita Rosa de Francisco, que no se explica como la obligan a tragar tanto sapo. Pero siguen allí…, tamaña inconsecuencia.

El punto de la discordia estriba en la licitud de tales alianzas, cuando se posa de alternativo al régimen (a los factores del atraso, la pobreza, la opresión, las mafias y la corrupción) y se habla de cambio. Y entonces ocurre preguntar, ¿cuál cambio?. Ya eso suena a engaño al pueblo que espera se cumpla lo prometido, a simple y pura demagogia, porque los responsables de la crisis en que han sumido al país, no pueden fungir como salvadores, y los torcidos no pueden enderezar esto, sería el absurdo absoluto.

Más bien lo que se hace con esas alianzas es exculparlos de sus felonías y tenderles un colchón de salvavidas, a cambio de los votos que sus maquinarias proporcionan para llegar. Porque el cambio que se pregona es para mejorar la condiciones de vida y de trabajo de la gente, del pueblo; es por tanto una propuesta ética y los medios para lograrlo no pueden ser deleznables, como el todo vale, aliarse hasta con el diablo…

De otra parte, la viabilidad de este enjundioso proyecto da por sentado la remoción de los obstáculos al desarrollo, ir a la raíz de la problemática y no andarse por las ramas atacando los efectos y no  las causas que la generan, para el caso que nos ocupa, el estancamiento económico provocado por el modelo económico vigente.

A este respecto, tres avezados analistas se refieren a esta incoherencia, a esta impostura, en recientes artículos, Álvaro Morales Sánchez en Las 2 Orillas, con el título “BIENVENIDOS AL PASADO”; Aurelio Suárez, “ESPERANZA Y DIGNIDAD”, en revista Semana; y Libardo Gómez Sánchez “GOBERNAREMOS CON CÉSAR GAVIRIA PARA HACER EL CAMBIO”, en Moir.Org.Co.

En estos escritos se rasga el velo y se muestra la verdadera catadura del promotor de esta “genialidad táctica” para ganar las elecciones, con rasgos de Maquiavelo y de Proudhon, el primero, promotor de la política sin escrúpulos, del todo vale, lo del fin justifica los medios; y el segundo un socialista utópico al que Marx llama “un charlatán en la ciencia y un contemporizador en la política”. Y razón le cabe a Carlos Gaviria al explicar la causa del por qué dejan ganar a Petro, “por hacerle muchas concesiones al establecimiento”, afirma.

La tercera fuerza es la verdadera alternativa al desastre provocado por el tsunami neoliberal. Está representada por los movimientos, partidos políticos y personalidades independientes que forman parte de la Coalición Centro Esperanza, que defienden unos principios programáticos pensados para unir a Colombia y catapultarla hacia el desarrollo, atacando las causas del atraso; y comparten unos criterios éticos para devolverle su majestad a la política poniéndola al servicio del bien común y la decencia al mando. En esta Coalición progresista hay derecho de admisión, las reglas que se convengan se cumplen, ni Maquiavelo ni Proudhon tienen asiento.

 

 

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