¿Están eximidos de su responsabilidad paterna los líderes que dedican la vida a sus ideales?
Ha habido individuos que han querido redimir, de una u otra manera, a la humanidad, a un pueblo, a una nación. No es este el lugar para especular acerca de cuáles son las motivaciones de los redentores, personajes que, de alguna manera, sienten estar predestinados para cumplir con su misión salvadora. Son, se creen, iluminados. ¿Son buenos padres?
Cuando el propósito de redimir se convierte en el objetivo más importante en la vida de alguien, es natural que las personas de carne y hueso que le rodean, particularmente los hijos, pasan a un segundo plano. Así, políticos prominentes en todo el mundo luchan por el bienestar de la niñez en abstracto, pero dedican poca energía a niños y jóvenes engendrados por ellos. Las madres de los chicos y alguna forma de familia ampliada suelen responder por la crianza de los críos de los líderes.
Un líder inobjetable fue Gandhi. Valiente, disciplinado, carismático, enfrentó al Imperio Británico y jugó un papel de primera línea en el logro de la independencia de la India. No obstante, sus preocupaciones por aquellos que no eran parte de su familia lo llevaron a tener una relación nula y, en el mejor de los casos, altamente conflictiva, al menos en el caso de Harilal, su hijo mayor. Mal taita, al que le reventaron problemas de sus hijos demasiado tarde. “Debes saber que tu problema se ha vuelto mucho más difícil para mí, incluso aún más que nuestra libertad nacional. Manu me dice una serie de cosas peligrosas sobre ti. Ella dice que la habías violado, incluso antes de que tuviese ocho años y que estaba tan mal herida que tuvo que tener tratamiento médico", le escribió el líder a su hijo; Manu era su nieta, hija de Harilal… (de una carta escrita por Gandhi, hallada en 2014).
Nelson Mandela, admirado dirigente que pasó casi tres décadas en la cárcel del racista regimen surafricano, lamentaba haber sido incapaz de dedicarse a su familia, no solo por el canazo, sino porque su lucha contra el Apartheid no le dejó tiempo para ello.
A escala latinoamericana, Ernesto Guevara, muerto en Bolivia a sus 39 años (“otras partes del mundo demandan el concurso de mis modestos esfuerzos”, le escribió a Fidel Castro, renunciando a su puesto de ministro y anunciando su partida) fue, para muchos, el ejemplo del revolucionario, el patrón para imitar en muchos jóvenes latinoamericanos entre los 60 y los 80 del siglo pasado, dispuestos a morir por la causa. El guerrillero heroico. ¿De los hijos? Crecieron admirando la imagen de su padre, como él lo previó, también en una carta antes de partir a Bolivia:
“Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios”.
O sea, queridos, la revolución, la lealtad a las convicciones, van primero.
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Hay una absurda falta de responsabilidad frente a los hijos en estos y otros muchos casos. El tema no es de derecha o izquierda
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En realidad, hay una absurda falta de responsabilidad frente a los hijos en estos y otros muchos casos. El tema no es de derecha o izquierda. No solo son políticos prominentes. También escritores de la talla de León Tolstoi, empresarios reverenciados como Steve Jobs, pintores del tamaño de Pablo Picasso.
A raíz de la entrevista al presidente quedan preguntas acerca de la relación con uno de los hijos que, como todo ser humano, toma sus propias decisiones y debe ser responsable de las consecuencias. Sin embargo, queda la impresión de que la “culpa” del casi nulo contacto entre ambos la tuvieron los ideales y los menesteres políticos del padre. En realidad, más allá del encarcelamiento de Petro, la paz con su movimiento se firmó hace 33 años. Tiempo más que suficiente para que un padre, así se hubiera separado de la madre del primogénito, en tiempos de libertad y de su ascendente carrera política, hubiera dedicado algo de su vida al niño y al adolescente Nicolás. Quizás le habría ayudado mucho en la trasmisión de ciertos valores que, con seguridad, habrían incidido en él. El lío es que, ahora, las consecuencias sobre la gobernabilidad del presidente están por verse.
“Los niños primero”, era un lema del ICBF en esa época.